Ciudadanos en tránsito, ni de aquí ni de allá, puesto, como tenemos, “ya en pie en el estribo”, que dedicó el clásico. Tengo la impresión, ignoro si personal, de hallarme en uno de esos nudos de comunicaciones, estaciones de ferrocarril o aeropuertos donde hay que desembarcar y enlazar con otro tren u otro avión que siempre tardan un poco más de lo previsto. Por mucho que sea, pronto, aparecerá el otro vehículo, embarcaremos hacia el destino último del viaje.
Miro con profunda desconfianza por un lado el desarrollo de las elecciones catalanas, y por otro el Barcelona contra el Madrid. Luego habrá más días y todo habrá pasado, es probable que ganen Convergencia i Unió por un lado, y el Barcelona club de fútbol, por el otro. El martes será otro día, de echar cuentas, unos y otros, perdedores y ganadores. Pensándose todos otro empujón, en cómo renovarse y seguir.
Por otra parte coincide el último domingo de noviembre, supongo que como siempre, por más que sean móviles, con el primer domingo de adviento, que el señor cura de mi pueblo pone una corona de follaje sobre el altar, con velas que irá encendiendo a medida que avanza el tiempo y llega la Pascua. Un villancico se enciende, tímido, el primero, en off, y, paradójicamente, los coreanos del norte y del sur se empiezan a bombardear y provocar, insistiendo en la terrorífica idea de que las guerras, las agresiones, las venganzas, llevan a alguna parte.
A lo peor es que también las guerras son indispensables para que el planeta equilibre su precaria subsistencia y los humanos nos vayamos acoplando a los diferentes ciclos, a las etapas de la historia de una humanidad tan inexplicable como este grupo de que formamos parte. Parece como si no hubiese manera de escapar de su reiteración. Hace día, comentábamos los contertulios que si pudiera juntarse en una pila toda la riqueza de la tierra y fuésemos capaces de poner en fila a los seis mil millones de humanos que aproximadamente hay y repartiésemos entre ellos la riqueza en partes iguales, pasado que hubiese un siglo, los que quedaran se habrían reorganizado en un sistema jerárquico, tanto en lo político como en lo económico, porque los más de una u otra manera capaces ya se habrían hecho para entonces con su parte del león.
Somos como somos, debemos pelearnos con nosotros mismos, primero, luego con los demás, tratar de ser de otra manera, fracasar, levantarnos. No hay más ni otros mimbres. Es posible que en otros lejanos planetas las cosas ocurran de modo parecido, entre criaturas inimaginablemente distintas. Dios, asimismo inimaginable y por ello indescriptible, puede haber creado una infinidad de cosas diferentes, que lo verán de distintos modos, criaturas que es probable que también hayan necesitado el auxilio de la redención, operada en cada caso a su peculiar modo. Nos empeñamos en definir, en clasificar, cuando la realidad, esa que dicen los filósofos que no existe más que nuestra imaginación, capturada en los diferentes modos de expresión, que llamamos palabras, es inimaginablemente imponderable, inconmensurable.
De momento, por ser feria y fiesta de santa Catalina, en mi pueblo comimos callos y amarraron caballos y mulos en el llerón del río. Como antes –decían, llamando en vano al pasado- Nadie vuelve atrás.
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