Enfermiza madurez, la del otoño,
niños
pálidos, ojerosos, en la escuela
que huele a tiza y a sudor.
Un anciano, tal vez él,
el otoño mismo,
vende castañas, dice que asadas y calientes,
embarcadas
en cucuruchos de papel de periódico,
en la esquina
donde se arremolinan las hojas secas de los plátanos.
Déjame, le digo, que me mire
en tus ojos.
No hay tiempo -me responde-
para cursilerías. Vamos a ese portal mismo,
acabemos
de una vez, que tengo otra cita con otro viejo verde,
pa entre los tamujos de Gabriel y Galán,
donde sigue
sin haber nunca naide.
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