La Constitución proclama que España es un “Estado aconfesional”, lo que no impide que cualquier centro de enseñanza, por lo menos cualquier centro de enseñanza privada, subvencionado o no, tenga que ser asimismo aconfesional. Un centro puede ser confesional, y si a él asisten alumnos que pretendan ser aconfesionales, lo que pueden sus padres, tutores o encargados de custodia, es retirarlos. Por encima de la aconfesionalidad del Estado está el derecho humano de que se respete el culto de cada cual, su religión y sus creencias.
Incluso opino que si un maestro, valga catedrático, quiere dar sus clases presidido por un símbolo de su religión, no debe impedírsele. Es más, exhibir un signo de lo que cree y confiesa, anuncia y proclama, para que todo el mundo pueda saberlo de antemano, el matiz y las convicciones de que van a estar impregnadas sus enseñanzas.
La libertad tiene muchos matices, muchos tonos, semitonos y consecuencias, pero para todos y no sólo para quien prefiere que las cosas sean como uno, varios o muchos prefieran.
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