martes, 2 de noviembre de 2010

Han abierto la veda de los más simpáticos porque los envidian y la de los más antipáticos porque los odian. La mayoría se consolidará probablemente por ambos rechazos en torno a uno nuevo. Es éste país de comerse un líder cada para de legislaturas como mucho, sea bueno, malo o regular y precisamente por ser regular, malo o bueno, lo que quiere decir que no hay remedio. Si haces: ¡pero hombre, qué estás haciendo! si no haces: ¡a ver cuándo te mojas! Y si procuras ser ecléctico, ni hacer demasiado ni permanecer demasiado inactivo: ¡eres un gandul y un mediocre!.

En los tres casos, ¡fuera! Hay que cambiar de postura. Lo comparo siempre con mis dolores de muelas, que, cuando me despiertan por la noche, ingenuo de mí, creo que se me aliviarán dándome la vuelta o ahuecando las almohadas,

Van todos en el mismo carro de desechos. Y viene el nuevo y ya estamos todos al acecho. ¿De qué clase será éste –nos preguntamos- de los operantes, de los inoperantes o de los tibios?

Resulta que, además, como somos diecisiete gajos y pico, la cosecha, cada vez que se convocan elecciones, es abundante. Se recuenta y salen de las tres clases. En teoría es posible echar una ojeada e irse a vivir durante la legislatura a donde haya resultado elegido uno de las características que prefiramos. Pero no, lo que hacemos es afilar el hacha. Como los druídas, tenemos cada uno una hoz de oro para cortar el muérdago y la cabeza de los políticos.

Su venganza es esconderse en las filas de su partido, buscarse una anónima sinecura, imitar al emperador cuando se fue a Yuste

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