sábado, 20 de noviembre de 2010

El balompié forma parte de nuestras vidas. No sé ni hoy me importa si eso es o no bueno o malo, es un hecho. Que suele desarrollarse a tres alturas que conviven. La chavalería de mi pueblo suele preguntar a su interlocutor, como en mis tiempos por quién “salta”. Le está preguntando de quién, de qué equipo es partidario el otro. Y le suele contestar que del de su pueblo, del de su provincia que juegue en primera o segunda división –la del Oviedo es una peculiar situación miserable que no cuenta para sus apasionados partidarios, únicos en España que compiten en infortunios con los del Atlético de Madrid, conocido por el “Pupas, C. de F.”-, y, alternativamente, o del Madrid o del Barcelona.

Aproximadamente media España, del Madrid y otra media, del Barcelona. Que por diferentes circunstancias son los únicos que al parecer pueden, aunque no debieran, permitirse hacer el descomunal gasto indispensable para figurar entre la docena de mejores equipos de fútbol del mundo. Y, como consecuencia, son los dos únicos que normal y alternativamente pueden ganar los campeonatos en juego. A todo el mundo le gusta, de vez en cuando por lo menos, celebrar el triunfo de sus preferidos.

Al español medio, si es que tal espécimen resulta identificable, le gusta esta esquizofrénica simplificación de alternativas. Media España de Manolete, la otra media de Arruza, media del pesoe, media del pepé. O estás conmigo o estás contra mí. Nada de medias tintas.

De vez en cuando, sin embargo, uno u otro de los grupos en liza encuentra un elemento distorsionador de la pacífica disensión, del enfrentamiento incruento, del, por mucho que nos exaltemos, pacífico debate. Ha ocurrido ahora con el Madrid. El Madrid se ha traído a unos simpáticos portugueses cuyo sentido del humor resulta incomprensible para muchos de los adversarios del equipo. El Madrid se ha traído unos elementos distorsionadores, susceptible de ser malinterpretados como malintencionados.

Mal asunto, que yo sin embargo, no debo comentar por más extenso ni detallado, ya que como todo el mundo sabe mis preferencias están con el Barcelona. Desde mi atalaya, sin embargo y por experiencia de mi sensibilidad personal, opino que si de lo que se trataba era de desequilibrar el tranquilo desarrollo de la confrontación deportiva, se haya urdido de propósito o haya resultado por casualidad, lo están logrando, con el consiguiente riesgo de una tranquila convivencia. Porque el balompié, insisto, forma parte de nuestra vida, de nuestras rutinas, del charloteo de la cafetería a la hora del pincho, de la sobremesa plácida, no debemos consentirnos que se torne agarradiella de patio o de salida de colegio. Recuerdo cuando el paciente maestro de turno, nos separaba: ¡pero hombre!, y la explicación: señor maestro, ¡chincome la oreja!

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