Las hortensias,
siempre has tenido mano con las flores,
aún, después de muertas,
tienen esa belleza melancólica
de ser recuerdos
de sí mismas.
Se van mutando hasta daguerrotipos
de aquella exhuberancia del verano.
Se miran,
de vez en cuando, en el espejo.
En las hortensias del salón, se apoyan
los ojos
cansados, mis ojos
de anciano lector,
que ahora se cansa a pie de página
y necesita respirar un poco, digerir
lentamente el ideario
de los personajes, del autor. A veces
de un joven filósofo
que se aventura a pensar.
Las hortensias son como un regazo maternal,
amable,
un sosiego.
Que están muertas y tal vez no lo saben,
como esas estrellas lejanas, cuya luz
nos llega: SOS de luz,
cuando
ellas
ya
no
están
tampoco.
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