La nube
que pasa, perezosa,
con aspecto de perfil, sombra blanca
de un rostro peregrino, esa nube
que va haciendo el camino de Santiago, está
hecha de ceniza
de árbol.
Era frondoso, estaba
en lo más profundo, en el centro mismo
del bosque de la ladera.
Anidaban en él centenares
de pájaros.
Cantaban todas las mañanas. Y él, que era
muy alto, prodigioso,
miraba siempre con nostalgia
la carretera lejana, el camino
de los peregrinos
del apóstol Santiago.
Incendiaron, una noche, el monte,
rugieron las llamas, volaron
los pájaros asustados, huyeron
los corzos y el oso,
el búho
y las lagartijas.
La hormigas no, las hormigas
se convirtieron, antes de morir, en mínimas
luciérnagas
enloquecidas.
El árbol se hizo columna de humo
con la que un ángel, que pasaba
se entretuvo en hacer una nube.
Ahora el árbol,
ceniza, pero nube
sigue el camino
de los peregrinos del apóstol
Santiago.
Dicen que, a veces,
de atardecida
la han visto detenerse
sobre los cruceros de las encrucijadas,
como si dudase
y que la han visto llorar gotas de rocío,
con forma de recuerdos,
sobre las madreselvas
en flor.
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