En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
viernes, 16 de julio de 2010
Arrebata protagonismo el nublado al sol, se pulveriza la lluvia, casi hasta convertir el aire en polvo impalpable de humedad, se irisan los hilos de la telaraña de todas las mañanas, pura, terca insistencia de la araña en poner trampas a las moscas que salgan de casa, escaleras abajo del patio donde los lirios colaren de amarillo, desde el interior de sus refugios las cápsulas que aún a duras penas los contienen. Tengo que explicarles a las niñas que algún hada se olvidó el collar esta noche pasada, cuando estuvo meciéndose en la telaraña, tomándole el pelo a la araña peluda, frenética, hambrienta tal vez, que ahora pasamos el tropel de las niñas, la perra nueva y yo, y, para su desesperación, nos llevamos enredados en el pelo los jirones de su red y vuelta ella a tejer, como Penélope, pero sin Ulises que pueda regresar a la Itaca de las escaleras del patio, donde permanece el refugio, detrás de los tiestos, en algún recóndito, misterioso lugar, de una numerosa familia de lagartijas, que hoy, como no hace sol, estarán, digo yo, jugando al parchís en su madriguera secreta.
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