domingo, 11 de julio de 2010

Leo, simultáneamente Un puente sobre el Drina, de Ivo Andric, y Un año en el altiplano, de Emilio Lussu, ambas dignas de ser recomendadas para quien tenga gustos parecido a los míos. Como no se pueden definir los gustos propios, sino sólo experimentar por medio de ellos las sensaciones correspondientes, no sé nunca si puedo y debo recomendar un libro o si el otro, el destinatario de la recomendación, se quedará, defraudado en sus gustos personales, asombrado en parte y en parte ofendido porque yo le haya recomendado lo que no le parezca tal vez que sea para tanto. Lo que sí es cierto es que estos dos libros son muy diferentes, el uno misterioso e impenetrable como suele ser lo oriental, el otro un sarcástico examen de la guerra, a través de uno de sus siempre dolorosos episodios. En ambos casos, sin embargo, estoy empezando y no puedo hablar más que del contenido de unas pocas páginas. Más tarde, veremos. Ayer y hoy, pasan dos cosas, ahí afuera, trascendentales, a mi parecer, ambas, cada una en su orden: los futbolistas de la selección nacional española juegan esta tarde, por primera vez en su historia, una final en que se debate nada menos que ser campeones del mundo, los otros son los holandeses, que tantas canas sacaron a Felipe II y aún hablan de ello en su himno nacional, después de siglos, y, la otra efeméride, ocurrida ayer tarde, fue una manifestación muy numerosa de catalanes, que quieren separarse cada vez más de lo que ellos llaman España, como si pudieran hacerlo. Cosa en mi opinión metafísicamente imposible porque Cataluña forma parte de la mismísima esencia de España, y, si se escindiera del conjunto, creo que España ya no sería España, sino otra u otras cosas, otro u otros grupos sociales, otro u otros estados, como cuando aquello de las tribus y de las taifas. ¿Bueno? ¿Malo? No creo que nadie se atreva a predecir en este momento de crisis múltiple, económica, social, religiosa, personal y colectiva si será bueno o malo lo que serán los hombres capaces de imaginar, alrededor de la razón, por encima y por debajo, para que la humanidad, como sin duda ocurrirá, sobreviva unos peldaños más arriba, del otro lado del collado, más allá del turbio horizonte, tan amenazador, que nos aguarda. Con la vertiginosa rapidez con que ahora el futuro se precipita sobre la humanidad, igual nos da tiempo a verlo y vivirlo, por lo menos en parte.

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