viernes, 30 de julio de 2010

¿Cómo he de hacer para saber si lo que pienso se me ha ocurrido o lo leí algún día en alguna parte y dejo una huella en el subconsciente?

Ese equivalente de un disco duro que destila en el las probetas olvidadas de la memoria gotas de conocimientos que ignorábamos tener almacenados.

Apunto cada idea cuando a mí me parece que se me acaba de ocurrir: por ejemplo, hoy, tras de leer los razonamientos del juez que dictó una sentencia: creo que los mejores jueces son los que todavía recuerdan que pueden equivocarse.

Escribe Waugh, justificando su conversión que: “creo que, en la fase de la historia europea en que nos encontramos ahora, la cuestión ya no se dirime entre el catolicismo, por una parte, y el protestantismo, por otra, sino entre el cristianismo y el caos …
Por todas partes vemos hoy la negación práctica de todo lo establecido por la cultura occidental. La civilización –y no me refiero al cine hablado o a la comida envasada, ni a la cirugía o a la higiene, sino a la total configuración artística y moral de Europa-, carece en sí misma del poder de sobrevivir. Su supervivencia le ha llegado a través del cristianismo y sin él no tiene sentido ni tiene fuerza pedir lealtad. La pérdida de la fe en el cristianismo y la consiguiente falta de confianza en los principios morales y sociales se ha visto encarnada en el ideal de un estado materialista y mecanizado … Ya no es posible … recibir los beneficios de la civilización y al mismo tiempo negar la base sobre la que ésta descansa.” Suscribo de arriba a abajo el entrecomillado. Los tiempos que corren confirman su vigencia.

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