lunes, 5 de julio de 2010

Subsisten el heroísmo y el honor, en el mundo. Incluso cuando cualquiera de nosotros contempla no sé si sus vestiduras o su propio cuerpo cubierto de ese barro o lacerado por una herida en la dignidad o por su pérdida. En la reserva, el desván, la alacena del género humano, su granero, su hórreo, permanecen las virtudes que equilibran la parte oscura del subsistir, a pesar de todo, asido al hilo de la esperanza.

Es fácil imaginar al hombre que la pierde y se ensimisma en el triste recuerdo de cualquiera de las bajezas en que haya incurrido. Si el amor hubiese desaparecido, no cabría pensar en una remisión de la pena, una posible absolución de la que sin duda corresponde a la fractura del propio honor en que consiste cada infracción de nuestros principios.

La diferencia entre la lógica y la caridad estriba en que aquélla mantiene la necesidad de que se aplique y sufra la pena para que se restablezca la justicia, mientras ésta permite reanudarse, eso sí, con la inevitable cicatriz del recuerdo.

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