Claros clarines, decía Rubén Darío,
el entusiasta.
Buena falta nos hacen entusiastas,
signos de admiración, endecasílabos
radiantes.
El mundo está –asimismo lo podría decir Rubén
Darío-, evidentemente triste.
¿Qué tiene el mundo?, es probable
que nada, que esto que nos pasa
sea exclusivamente cosa de la horda de gañanes
que somos
y estamos tristes.
Nosotros,
no el mundo. Ahora
no suenan los claros clarines,
sino las vuvucelas,
trompetas de juguete, elementales,
para celebrar la gloria
-sic transit gloria-
del fútbol.
Nosotros, uno por uno,
y todos
a la vez,
que la tristeza es cosa de hombres,
como el entusiasmo, pero, sobre todo,
como el amor.
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