Copio: “el cine es como la pintura, que también es algo inmutable, en la que cada espectador aporta su sensibilidad personal, su respuesta única e irrepetible al lienzo ya acabado. Como sucede cuando se ve una película.”
Cierto. Cada uno, ante una obra de arte –ya sea una buena o una disparatada obra personal elaborada con sensibilidad, y por ello de arte-, da una respuesta diferente y entabla con el autor otro diálogo. Ahí radica parte del atractivo de la obra que sea, musical, literaria o de otra clase.
Y también hay quien se enfrenta a ella y no experimenta ninguna sensación, o, por lo menos, ninguna sensación agradable. Y se puede ser una persona más o menos sensible, pero que no lo sea en absoluto ante determinada expresión o inexpresión del supuesto artista.
Cada uno de nosotros mira con “sus” ojos, “sus” sentidos, “sus” neuronas. Imposible que sea de otro modo. Por eso la diferencia de cada diálogo visual y que los demás, cuando se nos enfrentan, nos vean con diferente perspectiva de cómo nosotros nos miramos y “vemos” en el espejo del afeitado de cada mañana.
Al copiar el párrafo que entrecomillé al inicio, una vez más me admiro ante la capacidad de observación y comunicación de lo observado que tienen algunos de los que nos van explicando lo que nos parecía rutinario y es sin embargo parte de la explicación de las conductas y las cosas, los conceptos y por qué y cómo se llegó a ellos sin que ninguno sea exacto ni definitivo y siempre cabe un matiz, una concreción o incluso el descubrimiento, que nos puede dejar atónitos, de que justo estábamos defendiendo la antítesis de lo que ahora nos parece más correcto.
Curioso, pero a la vez estremecedóramente maravilloso, que se llegue a la vejez y permanezca en nosotros la imperiosa necesidad de continuar hurgando en el escaso conocimiento de que disponemos, en busca de lo nuevo y lo que corrige lo antiguo.
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