Hay un bosque, supongo que dibujado en el cuaderno infantil, ahora “comic”, antes tebeo, de una lado de uno de los árboles que lo forman, asoma la trenza y parte de la cara de una niña, y todo ello me refresca el diálogo con mi nieta, que pedía el tebeo sin saber leer “porque así yo me imagino lo que cuenta el señor que lo escribió y no tengo que limitarme a lo que él diga”.
Espíritu de libertad, vocación de independencia de criterio.
El problema está en conjugar nuestras diferencias con la síntesis de convivir con nuestros semejantes, integrados con ellos. Leo en el periódico que preocupa a algunos separatistas que el equipo español de fútbol haya sintetizado la idea de la España múltiple como preferible a la desaparición de España que supondría convertirla en teselas de sí misma.
Romper, disgregar, repartir, el dolor mortal de la agonía de una diáspora, que duele en las dos riberas, la que se queda y la que se aparta, ya inexorablemente diferentes del conjunto que fueron.
Sobre todo, me preocupa que estas patologías del vivir: la supuesta enemistad entre pueblos; la supuesta diferencia entre complementarios o suplementarios, pese a no ser, como suelen ser, más que artificios de iluminados, al ocasionar sueños y pesadillas, se conviertan en heridas necrosadas, ulceradas, gangrenadas, incurables sin que nadie acierte a explicarse por culpa de quién, hasta que en el sótano, el anatomopatólogo de la historia dictamine, más allá de los siglos, cuando no estemos ya ni en la memoria, pero nuestros descendientes tendrán en su caso ocasión de asombrarse de nuestra estupidez
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