Coleccionar es un vicio que se adivina en los niños, con sus cromos, sellos, animales y demás inesperados huéspedes que se van alineando en la habitación, saltan al desván, se expanden por entre banderines y carteles, fotografías, cordeles anudados, trofeos y cacharros pintados, típicos de todas partes y de ninguna, pero que se venden en las tiendas de recuerdos de cada ciudad bajo letreros que dicen “souvenirs”, nadie me explica si para que lo entiendan los turistas o los connacionales. Un avispado alcalde de mi pueblo mandó poner letreros indicadores que llevaban la triple inscripción: playas, plages, beach. ¡Anda, coño –interpretó un contemporáneo de mi bachillerato-, en la playa hay una plaga de bichos!
Como es miércoles y día de mercado, huele, en mi barrio, a churros. Antes, yo bajaba cada miércoles por una bolsa de ellos, pero las buenas costumbres son las primeras que se pierden.
Huele hoy también a fútbol, porque se juega en Sudáfrica el partido semifinal del campeonato del mundo de este año y lo juegan alemanes contra españoles, para luego, el que gane, jugar la final, tener la posibilidad de jugarse nada menos que el primer puesto del campeonato contra Holanda. Huele a fútbol, a inquietud, a ilusión y a miedo.
Recuerdo, de cuando niños, que a veces se nos escapaba el globo recién comprado y un día nefasto me rompieron por no sé qué travesura, una estupenda novela que apenas había empezado a leer.
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