viernes, 31 de diciembre de 2010

Van cayendo las horas de este último día del año como gotas de un líquido espeso, dorado, translúcido. Me dicen que han apartado de su pretensión a un político y recuerdo recién leída la frase de Ossorio y Gallardo: “así como en la vida política hasta la verdad es mentira, en la forense hasta la mentira es verdad”. Mi madre repetía que es frecuente que lo que quieras no te den y lo que te den no quieras. Frases hechas, axiomas. D. Federico de Castro, mi inolvidable catedrático de Derecho civil, parte general, llamaba a los axiomas “coberteras de la pereza en el pensar jurídico”. El jurista tiene que estar alerta, añadía otro ilustre profesor, catedrático de Procesal, don Jaime Guasp, a cuanto la sociedad invente para relacionarse. La sociedad inventa sin cesar. Siempre hay personas capaces, que piensan y ofrecen entradas y salidas para todas las situaciones. Gracias a ellas, la humanidad sigue funcionando y entre pocos se lleva a muchos, vida adelante.

Ultimo día del año y dijeron ayer por la ventanilla de los despropósitos que había que darse cuenta de que también acaba una década. Anda, y dos lustros –pensé yo-. Cada vez pretendemos convertir más hitos en efemérides y como consecuencia cada vez nos banalizamos más y la ventanilla de los despropósitos los va contando mayores y menos importantes, hasta que llegue el día, que llegará, en que nos informe puntual e indebidamente de que le ha salido una dureza en el pie a doña fulana de tal, una de esas sus distinguidas, que no sé como tienen tiempo para maquinar otra cosa que sus encuentros y desencuentros, sus posturas y sus escorzos, sus ridículos y la progresiva falta de vergüenza con que hay quien cuenta sus miserias personales, esas que a cualquiera nos dan tanta vergüenza pero hay a quien le pagan y audazmente cobra para exhibirlas como antes se enseñaba en las ferias a fenómenos como el de la mujer copiosamente barbuda, el oso bailarín y la cabra equilibrista.

Gruesas gotas de tiempo. Caen y marcan círculos concéntricos, como los goterones de lluvia, que son los recuerdos de las horas pasadas, los días, los años. Sesenta de nuestro final de carrera. Estuve solo, sentado en la terraza de un bar, frente a una explanada –todavía había explanadas, en las afueras, cerca de la Ciudad Universitaria por su parte alta-. Unos niños echaban sus cometas de colores, correteaban y gritaban. Dos pelotones de cadetes de la Guardia civil, hacían la instrucción. Cincuenta años, medio siglo de ejercicio profesional. Jurabas que ibas a ejercer tu profesión bien y fielmente, con arreglo a todos los preceptos de los códigos deontológicos. Ahora se habla de códigos de conducta, para referirse a una Deontología que deberíamos llevar como la médula, dentro de los huesos. Si no fuera que siempre está alerta la tentación –Oscar Wilde dijo, con elegante cinismo, que la mejor manera de acabar con una tentación era seguirla- de dejarte convencer de que el fin justifica los medios, otro aforismo, cobertera de la pereza en el pensar. Lo que pasa, además, es que a medida que se multiplica el número de leyes vigentes aumenta la posibilidad de ampararse en una para vulnerar otra. Lo que antes llamábamos fraude de ley y ahora hay quien considera arquitectura social, mercantil o fiscal. Avezados juristas se especializan, en un terreno metajurídico, en tratar de encontrar vías por entre que circular sin vulnerar la ley, pero por su exterior.

jueves, 30 de diciembre de 2010

Hubo un tiempo en que supuse que la política era el arte de tratar de organizar racional y razonablemente la convivencia de los pueblos en paz, justicia y libertad.

Hubo otro tiempo en que descubrí que mucha gente ignoraba lo que era la paz, y, como consecuencia, estallan las guerras en los lugares y tiempos más insospechados e inesperados.

Y otro tiempo en que descubrí que mucha gente ignora lo que es la justicia, y por eso en lo más hondo del pasado, se inventó una llamada ley del embudo, de acuerdo con la cual la justicia consiste en que se proteja y privilegie a unos en detrimento de otros.

Y otro más en que advertí que hay muchos que no saben que la libertad es un concepto, un derecho, un conjunto de posibilidades esencialmente delimitado por la libertad misma, referida a diferentes personas que coexisten con cada protagonista y lo son a la vez con él, en el mismo espacio, el mismo tiempo, con pasado parejo y futuro en principio comunal.

Y un buen día, me enteré perplejo de que la política no es el arte que más arriba digo, sino un conjunto habitual de artimañas encaminadas a derribar del poder a quien lo ostente, para sustituirlo por quien lo pretende, enfrentándose con quienes detentan el poder, que por todos los medios procuran conservarlo contra quien lo pretende.

Pero más grave fue cuando un día me enteré de que quien pretende y quien ostenta el poder, no lo consideran una carga, un deber, una responsabilidad de servicio al bien común, sino un medio de apoyarse en los demás para escribir el nombre propio en la historia, como artífice del nuevo paraíso en que cosas y conceptos se arreglan a su peculiar modo de entender la felicidad en que se invierte el sentido de aquella hermosa frase que dice que la caridad bien entendida empieza por uno mismo.

Hubo otro tiempo en que creí que la economía era una ciencia reglada para mantener en equilibrio la tensión económico social, y, partiendo de la base de que siempre habrá ricos y pobres, quien gane más y menos dinero, ha de mantenerse la tendencia hacia que impere un equilibrio consistente en que el que tenga menos tenga bastante y el que tenga más administre lo suficiente.

Craso error el mío. Las reglas económicas, que ciertamente existen, se distorsionan en contacto con el aire que respiran quienes pueden y saben, desvían y acopian en provecho propio hasta la extenuación o hasta la desesperación de los demás.

Ese es el mundo, esa la sociedad.

Deberíamos considerar que ni está en paz ni es libre ni justa, razones por las cuales tendríamos que estar pensando en inventar y organizar otra.

Cosa probablemente imposible.

Seamos humildes y modestos, pidamos lo imposible.

Puesto que esto otro, lo posible, ya sabemos que es como no debería.

miércoles, 29 de diciembre de 2010

Pasa por la red un panfleto donde se relaciona lo que ganan los políticos, cualquiera de ellos más que cualquiera de nosotros, ¿para qué? ¿quieren que se nos suba la sangre a la cabeza y la emprendamos a ladrillazos con tanto señor de la política como anda por ahí sonriendo a diestro y siniestro cada vez que se acercan las elecciones? Yo les perdonaría que cobrasen el oro y el moro siempre que a la vez procurasen el bien común a manos llenas. Lo que pasa es que no saben. Este mundo en que entramos es ahora como si estuviese acabado de descubrir, sin señalización en las carreteras ni nombres en los pueblos donde viven personas desconocidas. Comprende todo el mundo que es difícil moverse por él. Todo el mundo menos esta gente para que todavía no se han inventado o tal vez se hayan desinventado las brújulas y si les hablas de la Polar creen que es aquella tasca del muelle viejo de Luarca donde se cantaban de atardecida habaneras.

Me apunto a la canción del pirata, donde “allá muevan feroz guerra, ciegos reyes, por un palmo más de tierra”. Alguien me regala una “Historia de Euskadi” en castellano, inglés y eusquera. Hojeo y me entero de la tesis de que Gonzalo de Berceo era euscaldún. Insisto en la lectura y la encuentro, salvo ese detalle, interesante y equilibrada. Insisto en mi conclusión de que España dejaría de ser España si le faltase cualquier parte de su territorio y que eses partes de territorio, separadas del tronco, tampoco serían ni España ni ellas mismas siquiera.

Se asoma la luz incierta del año nuevo por el collado por donde habitualmente lo que nace es un nuevo día. Este que ya se anuncia, no sólo es nuevo día, sino y a la vez, además, nuevo mes y nuevo año. Todo el mundo dice que “plus horríbilis” que este añoviejo de nuestro crepúsculo. No cuadran los presupuestos. Por las empresas, vagan macilentos pesimistas con puñados de papeles cubiertos de números tachados. ¿Dónde ir a buscar dinero –se preguntan con ansiedad manifiesta-? Al dinero, como a los ratones, hay que cebarle ratoneras con buen queso. Me acuerdo un día, que en mi casa las cebaron con queso rancio y no cayó un solo ratón. Cambiaron a un queso suculento y no daban abasto los muelles a sujetar clientela que había invadido el sótano cuando comprábamos las patatas por sacos. Hay que gastar una sardina, decía la abuelina, si quieres pescar y que comamos salmón.

El dinero es prudente. Rehúye el exhibicionismo. No le divierte que lo admiren. Prefiere pudrirse bajo el aspa que señala en el viejo mapa perdido del pirata a que lo enseñen en el escaparate de los ricos. Debe ser angustioso se excesivamente rico, pasar del primer millón de euros, del primer centén de millones de euros, del primer millar. Y los hay. Hace pocos días, el Magazine de El Mundo publicaba la lista, con fotografías, de los más ricachos y ricachones del mundo. Impresionaba leer las cifras. Con mil millones de euros, estaban algunos en el pelotón de los ricachos pobres. Esta crisis económica de ahora mismo, la provocaron los ricos haciéndose la guerra. Estalló la crisis cuando descubrieron que habían inventado el equivalente económico de la bomba atómica en las guerras tradicionales donde morían los jóvenes, los entusiastas, los ilusionados y los héroes. Nos queda, para cuando llegue, si llega, esa paz relativa que hay al final de todas las guerras, de cualquier clase que sean, la guerra económica fría, tan cruel y despiadada como sus equivalentes de armas y municiones.

¡Qué no inventaremos los humanos, tan versátiles y capaces, en nuestra desmedida ambición olímpica de ir más lejos, más deprisa, con mayor fuerza!

lunes, 27 de diciembre de 2010

-Trota mi caballo
-¡Si no tienes caballo!
-Bueno ¿Y qué? Trota el caballo que no tengo.
-Pero ¿cómo va a trotar …?
-Cuando yo te lo digo, es que trota,
¿no lo ves?
tiene las crines de plata,
cuando blanco,
con el alba,
pero de noche, que es negro,
las tiene
de azabache.
-¡Mira que eres tonto!
-No.
Lo que tienes tú es envidia
de que yo tenga un caballo,
de que pueda,
si quiero,
salir a trotar,
y si quiero más todavía,
a galopar,
cuando aparece
la luz del alba
por encima,
amatista,
del collado. Envidia de que vaya
por encima de la mar,
mezclándome con las olas del nordeste,
con las estrellas caídas,
con las lágrimas
de sol y de luna
que componen el agua de la mar
cuando se mezclan
con la espuma
para dar largos besos a la orilla
de la playa.
Se está el frío quieto, agazapado, inmóvil, cuando, de pronto, despierta el viento, lo dispersa y entremete por los pliegues de la ropa. Es invierno, ya sin dudas, nos arropa, en cuanto nos alejamos de la mar protectora, un embozo de nieve cada vez, cuanto más alto, más blanca. Los abedules de la puerta de la Vaqueirada parecen recubiertos de cadenetas de luces y adornos, Hacen una especie de camino para los Reyes Magos, que, clopetí, clop, vienen acomodando el paso al pausado de los camellos. Los Reyes Magos, que ni reyes ni tal vez magos, sino sólo hay quien dice que astrólogos ilustres, ya no taren solamente oro, incienso y mirra, aunque también. Ahora traen grandes sacas de juguetes en su mayoría made in China. Alguien me ha dicho en secreto que los chinos ya son mucho más ricos que loa americanos, incluidos los del norte y que dentro de muy poco, las Américas, en vez de hacerse donde siempre, se harán en China, donde hay una gran muralla, atan los perros con longaniza y ha aparecido ese curioso fenómeno que ahora llaman “país emergente”, algo así, piensa mi yo ingenuo, como si la Atlántida rebrotara del agua de la mar, más deslumbrante todavía que cuando se hundió en el tiempo de Maricastaña.

domingo, 26 de diciembre de 2010

Los niños
de diciembre
son niños de frío y canela,
nacen y los arrebujan
en los trapos antiguos
del bautizo
de la abuela.

Los niños
de diciembre
son niños de agua y granizo.
Lloran como gime el viento,
sonríen flores de nieve.

Los niños,
de diciembre,
salvo este Niño,
que nadie sabe
de dónde vino.

Nos hemos puesto a cantar
y nos sale un villancico,
que es diciembre,
que está helada
el agua viva del río.

Vamos, el perro y yo, muy de mañana,
a comprar noticias. Mira, hay hielo en los charcos,
la luna
mengua o crece, no sé, en el agua quieta,
sorprendida.

Revuelo de pájaros
y pajarracos,
las gaviotas abajo,
alborotadas.
Arriba, haciendo volutas,
infinitos
estorninos.
Esperabas, como agua de mayo, la Nochebuena, y como vino se ha ido, sin necesitar siquiera del viento, arrebujada por este frío debajo del cero que ha llegado con las Navidades blancas de toda la vida del hemisferio norte.

Te rodeó la gente de casa y tú, es decir, yo, formabas parte una vez más del círculo que cantó los villancicos, a pleno pulmón y desafinando como es lógico y menester.

Turrón y garrapiñadas, polvorones y mazapanes, bizcochón de casa y fiambres, pollo duro y pescado cocido, con mayonesa de bote, que es más desmayonesada. Poco y suave, que eres, soy, viejo como los caminos y me pesan los recuerdos en el zurrón. Nos retratamos envueltos en papel de sonrisas, con espumillón y estrellas.

Por la mañana de Navidad, las calles desiertas se pueblan de fantasmas que van de retirada. Anoche estuvieron alrededor, en lo oscuro y entre las guirnaldas, en las esquinas, por entre las burbujas del cava. Ahora van, sin tristeza, camino del lugar donde estén, sin tiempo ni espacio, hasta que los convoquemos a través de sus respectivos recuerdos. Ellos no sufren. Vienen a consolar nuestro desconsuelo porque se fueron y creemos que los entristece no participar de nuestras migas de ilusión, y, en seguida, regresan a la luz a tirar por nuestros cansancios, nuestras iras, nuestros lamentables fracasos.

¡Feliz Navidad!

sábado, 25 de diciembre de 2010

Ya invierno, Navidad, rebasamos hace poco la noche más larga del año, la antítesis de la del señor san Juan. Justo están ahora los osos en sus oseras. Me intriga lo de la hibernación. Me pregunto si se despertarán algún día o alguna noche y rebullirá, allá en el hondón de la osera, soñando colmenas repletas. Ignoro por qué, el oso disfruta, como el elefante o el león, de buena prensa, a diferencia del lobo o del raposo, del tigre o de la serpiente, que ya son malos por definición, mientras que el rinoceronte, salvo por su mal genio, y el hipopótamo, ni fu ni fa. Casi todos los niños, salvo cuando aquello tremendo de las guerras, disfrutaron durante su niñez primera de la compañía y amistad de un osito de peluche, y ahora mismo, las campañas de UNICEF usan ositos de trapo para algunas de sus campañas.

Hoy es día de tregua incluso en casi todas las enemistades. ¡Feliz Navidad! –nos decimos los humanos con evidente entusiasmo-, y creo que somos por un día sinceros, ¿Habrá quien no? Habrá. Siempre hay gente para todo.

Noticias de agua y nieve por casi todo el país a que llamábamos España, ahora un mosaico de autonomías. Necesitábamos descentralizar la administración y hemos venido, a trancas y barrancas, a esto de las autonomías, por un lado innecesario y por otro insostenible, pero que tampoco sabe nadie, en medio de estos torbellinos de las crisis socioeconómica y sociopolítica que nos sacuden, en qué van a terminar.

Acaba el año entre nieblas y torbellinos, duelos y quebrantes, hadas y libros de caballerías. Opino que vivo en una sociedad que necesita sosegarse, empaparse de sentido común, instruirse, investigar, ponerse a trabajar apiñada y colaborar con la idea de Europa, en vez de hacerlo con la idea de la dispersión regional, casi, casi comarcal. No podemos tratar de regresar a la tribu, ahora que las personas de todo el mundo estamos tan cerca unos de otros, tan relacionados, y nos sentimos tan dependientes unos de otros.

Vivimos el peligro de un maniqueísmo individualista, justo cuando habíamos llegado al descubrimiento de lo que dependemos unos de la conducta de otros, con el mundo como única provincia, hogar común.

Yo insisto. E insisto con entusiasmo y voluntad de buena fe:
¡¡¡FELIZ NAVIDAD!!!

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Fiebre de juguetería. Los niños ya saben que los Reyes Magos vendrán a pesar de todo, salvo excepciones lamentables, creo que inevitables, y están excitados. Se preguntan si habrán sido suficientemente buenos. Buenos y malos. Una desesperante dicotomía en que “nosotros” somos siempre los buenos y los “otros” los malos. Los malos son siempre los “ellos” de cada grupo. El mal, incluso cuando estamos siendo lo que en otros consideraríamos malos, es siempre cosa de unos “otros”, imposibles de localizar, dado que a cualquiera que preguntemos nos dirá que “ellos”, es decir, “otros” son los evasivos malos, tal vez invisibles o incorpóreos, que buscábamos.

Juguetes sofisticados, de todos los precios y calibres, desde el mínimo almacén chino más próximo hasta el gran almacén de la esquina. En Madrid, en una esquina, los vendían a diez euros la pieza, indiscriminados. Habían alquilado el local durante la Navidad y sólo para eso. En el pequeño almacén chino de más cerca de mi casa hay juguetes de un euro y de dos con cincuenta céntimos. Los Reyes orientales tienen un ancho abanico donde elegir, según el dinero que les quede.

Dos cenas: la familiar del día de Nochebuena y la amical del de Nochevieja, y, en seguida, la cuesta de enero.

Dicen los presupuestos empresariales y los familiares que este año 2011, todavía en el claustro materno, aún nasciturus, se anuncia malvado y hasta cruel. Curioso asunto, este del dinero. Hay quien tiene mucho más de lo que necesita y quien carece de lo indispensable. Pero más curioso todavía es que haya quien de buena fe, se consuela con el dato estadístico de que, sumando lo del que tienen y lo del que no tiene o tiene apenas y dividiendo por dos, el cociente arroja una solución social aparentemente aceptable.

Si pudiera, inventaría una nueva sociedad. Pero, me quedo pensando, si inventara una nueva sociedad, no sería ésta. Si la sociedad no fuese ésta, la vida no sería ardua, difícil como el filo de una navaja, no sería el camino iniciático que es, sin duda por alguna razón que se nos escapa. Puede que lo que es tenga que ser, y, como consecuencia, vivir, el mito de Sísifo. Por si acaso, habrá renovarse cada día, reemprenderse. Y vencer la tentación de olvidarse uno a sí mismo, indudablemente culpable de no haber llegado a ser como soñábamos cuando fuimos aquellos niños, poco a poco embadurnados de esto y de aquello, circunstanciados y progresivamente circunspectos.

martes, 21 de diciembre de 2010

No debemos pedir demasiado a la gente de afuera. Tengamos en cuenta siempre que son más o menos como nosotros mismos. Andarán a veces a vueltas con nuestros mismos fantasmas y nuestras cavilaciones y esos ensimismamientos que nos abruman como la niebla al paisaje, cuando lo desdibuja y difumina.

Considerarlo puede, además servirnos para afinar el sentido del humos indispensable para ir sembrando sonrisas por la vida.

¿Para qué hablar de tristeza a quien la padece? Y quien no, será desde el principio nuestro cómplice para intentar que la gente dulcifique sus relaciones.

Lo digo al hilo de escuchar a una madre que dice que no se habla con uno de sus hijos desde no se acuerda cuándo.

-Pues vaya, le digo y cuéntele una mentira con gracia. Dígale usted una palabra amable, o bonita, aunque no tenga sentido. No tendrá más remedio, sobre todo si lo toma por sorpresa, que echarse a reír, y se habrá roto el hielo y hasta es posible que tengan tiempo de decirse las palabras que recíprocamente se deben.

No deben callarse las palabras debidas. Se las condena a, hechas polvo de palabras perdidas, girar en el tiovivo que da vueltas alrededor de los mayores silencios. Yo lo escuché una tarde, allá arriba, sobre todo, donde las brañas, que no llegan los coches, ni había aquella tarde máquinas rugiendo. Estaba, incluso sin grillos ni cigarras, el silencio posado como un gran búho pensativo, en la rama de un abedul de corteza de plata.

lunes, 20 de diciembre de 2010

No somos, al parecer, nada ni nadie, soplos, materia fingida coloreando las sombras de los sueños. Ni siquiera los imperios que en el mundo han sido fueron más que precarias aleaciones de gentes interesadas en beneficiarse en la medida de lo posible del esfuerzo de un grupo. Hay casi siempre un grupo, detrás de cuanto parece ser. Recuerdo que me dijeron una vez que soportando la mayor corporación del mundo, integrada por numerosos grupos empresariales, estaba la fortuna de unas cuantas viejecitas que tricotaban juntas al sol en la solana de alguna guardería americana del sur.

La América del sur, no sé por qué, cae más simpática desde la guerra de secesión frustrada, supongo que será porque la perdió. Los perdigones, los débiles, concitan siempre simpatías del espectador, y ¿qué somos sino espectadores de nuestra época?

Hace poco, la gente como nosotros no se enteraba de casi nada de lo que pasaba en el mundo y que llegasen noticias de quienes apenas las mandaban, dependía de tantas circunstancias que a veces alguien se marchaba de casa y no se volvía a saber de quienquiera que fuese, ni si había muerto en el viaje, en la empresa de tratar de enriquecerse o por lo menos sobrevivir y yacía para siempre bajo unas piedras o a la intemperie del comer de fieras, alimañas y sabandijas. Ahora nos detallan tanto las cosas que se nos atragantan cada día. Y nos descubrimos como somos vistos en conjunto, imprevisibles, sorprendentes, admirables y espantosos, cada cual según el momento y demás circunstancias por las que va pasando. Nos pasamos noticias por la red y nos vemos, con intervalos de fracciones de segundo, a través de cámaras y monitores cada vez más sofisticados.

Pero lo más llamativo del caso es que sigamos siendo parecidos y caigamos en las mismas equivocaciones evidentes. El hombre, dijo no sé quién con singular acierto, es el único animal que tropieza varias veces en la misma piedra.

Puede que el remedio de todo, de este lado del espejo por lo menos, sea aprender a conformarse con lo que uno es y cómo lo es, de acuerdo con la medida de capacidades, fuerzas, esfuerzos y disposición de ánimo. Con humildad. Esto es lo que sé hacer, hasta aquí llego. Más allá y mucho más allá habrá siempre alguien, a quien mediante la conjunción de su capacidad y demás. ¿Por qué algunos de nosotros no podemos hacer lo que otros seres humanos hacen?

Si fuésemos iguales, como dicen, en las carreras olímpicas llegarían los participantes todos a la vez, o saltarían sucesivamente hasta la misma altura. Pero no, incluso hay quien aunque se entrene concienzuda e insistentemente, con todas las debidas concentraciones, jamás bajará de un tiempo inadecuado hasta para competir sin hacer el ridículo con otros.
Ya está, es la semana de Navidad y la de entrar en el invierno puro y duro, que baja con la nieve y el recobrado aullido de los lobos. Hay lobos de nuevo, y tal vez pronto, caperucitas cuyas abuelas vivirán inexorablemente del otro lado del bosque, para que sus nietas atraviesen los peligros como en el vieja fábula, el cuento ancestral, lleno de enseñanzas.

-¿Sabías –me preguntan-, que ahora las niñas aprenden jiu jitsu o kárate o como quiera que se llamen todos esos kung fu, todas artes orientales de guerra?

-Y buena falta que les hará, mientras no se les desarrollen los bíceps, a fuerza de generaciones de trabajo, ahora que ya hablan como hombres. Ayer, no, el sábado, de vuelta a casa, en el puente, nos cruzamos con unas mozas garridas e fermosas, que diría el Marqués de Santillana, y va una y grita a otra que pasaba por la acera de enfrente que ya estaba “hasta los cojones” de no sé qué. Peculiar referencia, tratándose de una moza garrida e fermosa.

A lo largo de enero, ya 2011 años, once por encima del 2000 de los sueños de mi niñez de cuando más encarnizadas eran las guerras del pasado horrible siglo XX, cuando la consigna era matar a todos los malos, pero todo el mundo pensaba que los malos eran los otros, de tal modo que pienso que llegamos a estar a punto de exterminarnos al mismo tiempo todos, recíprocamente, para acabar con “todos” los malos, aproximadamente hacia mediados del mes de enero, brotará, Dios mediante, la mimosa de la ladera del monte. Casi, casi, será primavera. La primavera es el renacimiento, es decir, la imagen de la resurrección de cuanto estaba dormido.

domingo, 19 de diciembre de 2010

Me entero, tarde y mal, de la muerte de Rafael Fernández, político del bando contrario a que admiro por la categoría personal de su ejecutoria posterior a un largo exilio de que volvió, iniciada la transición, predispuesto a la reconciliación, el equilibrio social y el recíproco respeto de los contrarios. Desde que yo lo conozco, que fue a su regreso, contó con esta admiración, mi respeto y mi afecto personal. Coincidimos en la Fundación Príncipe y en el ejercicio de lo que para mí fue pasajera afición política. Hoy lamento su muerte y le deseo, por fin, el descanso, la verdad y la paz eterna.
ESTE AÑO, ESTA NOCHE …



Bastaría decir
es Navidad
y estaría todo dicho.

La mitad del misterio
consiste en que Dios, hijo,
uno con el Padre y el Espíritu,
esté naciendo, haya nacido esta noche
-nadie sabe cuándo fue esta noche, cuándo está siendo,
está naciendo-,
yo prefiero siempre pensar que porque Dios
quiso nacer,
sentir
lo mismo que nosotros,
saber
nuestras innumerables posibilidades
y limitaciones
y necesidades:
la capacidad de esperanza,
la capacidad de fe,
y, sobre todo,
la capacidad de amor y de dolor
y, por consiguiente,
de odio injustificable.

Dios, a través de su hijo,
muy amado

(parido por María, Dios te salve, María,
porque estás llena de gracia,
y lo estarás de amor y de dolor
y habrás justificado las instintivas Diosas
de la tierra,
de la fecundidad,
que adoraron las gentes de todas las edades humanas,
a través de la Luna,
a través de Isis, la diosa del sol,
a través de Hera.
Dios te salve, María,
sobre todo,
Madre),

Dios quiso y permitió
sufrir, hecho carne doliente, la injusticia, el desamor,
una de las versiones más atroces de la muerte, acompañada
de todas las agravantes imaginables,
premeditación,
alevosia,
nocturnidad,
cuadrilla,
y,
sobre todo,
injusticia.

Por eso mi villancico es triste,
mientras el de los santos, como aquel inolvidable amigo que tuve,
que cada año pintaba el Nacimiento,
cada año escribía su villancico más naïf
y repetía
que un Niño nos ha nacido, aleluya,
aleluya,
aleluya,
es un villancico rebosante de alegría,
expresión incomparable
de alegría, la del agua clara,
el agua viva,
que atraviesa los montes sin dejar de cantar.

Por eso mi villancico está lleno de esperanza,
Dios, que es su hijo y nace,
esta noche,
conoce todas las limitaciones,
todo el peso,
toda la grotesca soberbia,
la ridícula limitación que disfraza
la dignidad humana de Román,
pero eso
le cuesta la muerte,
la mitad oscura del mayor misterio.

La otra mitad es que Dios, a través de su hijo,
tras de conocernos,
sentirnos,
haber sido uno de nosotros,
ratifica,
refrenda,
proclama, con un gran grito, que resucitaremos,
por mucho que nos cueste entenderlo.

Resucitaremos y será un día definitivamente radiante,
porque Dios
nos quiere tanto, que tras de descubrirnos
estar en nosotros, ser
uno
de nosotros,
reitera que nos tuvo siempre destinada la luz,
esta luz,
que se encienda cada año con la conmemoración
de la Navidad,
la noche
en que Dios
abrió los ojos,
nuestros ojos,
sintió el peso de nuestra humanidad,
experimentó todas nuestras miserias
y a pesar de todo,
sonrió,
confiado, en brazos de nuestra Madre,
que, desde aquél, es decir,
desde este día,
no ha dejado de interceder,
son como Tú, hijo mío
sigue amándolos
como ves,
como sientes
que son.

La noche estuvo, tal vez por eso,
llena de luces y de ángeles,
recorrida de pastores.
de niños, que aún hoy piden el aguinaldo
desde todas las esquinas de los mundos olvidados,
de magos que venían del Oriente milenario y lejano
con un puñado de oro,
un puñado de incienso
y un puñado de mirra.

La noche estuvo rasgada de gallos cantando,
y la alborada
puso en cada río del mundo
la flor del agua.

La noche, por una vez, no fue noche,
sino Nochebuena.

Esta noche
-repite desde entonces, como una vieja
caja de música,
el soniquete del villancico,
es Nochebuena
y mañana,
Navidad.
¡Dame la bota, María,
que me voy a emborrachar!
VILLANCICO PARA 2010.11

Vamos a poner el belén,
déjame que te ayude
con los caballetes y los tableros, el papel,
corcho, serrín y musgo, ácido bórico. Un espejo
para fingir el río de las lavanderas. Muy arriba,
en el vericueto más alto, el castillo de Herodes. Por delante
viene,
haciendo curvas imposibles, el camino
de los reyes magos,
que no pondremos todavía.

Un monte más acá, colgado del techo,
sobre la hoguera rodeada de pastores,
el ángel,
que tiene un ala, la izquierda, un poco rota,
de aquel año que se cayó, no sé si recuerdas.

La hilera de casitas de cartón que pintamos
cuando … mejor no recordar,
y el camino, por delante, por donde vienen,
con sus paquetes,
sus zambombas,y sus panderetas, uno con un cordero, incluso,
los pastores,
que se acercan
al portal.

El portal está escachifollado de tanto poner y quitar,
se advierte precario, casi miserable, con goteras,
hendijas
y es posible que nidos de ratones. Ya sabes
que al pobre san José, le royeron, lo dice el villancico,
lo dice la leyenda,
los calzones.

La santa Virgen,
que me encanta soñar como una virgen románica,
con el Niño en el cuello, mirándola,
con los ojos fijos en los ojos fijos
de la Madre incrédula
-las madres no son capaces nunca de creer,
desde el primer momento,
que han sido capaces de traer vida al mundo,
cómplices directas
del buen Padre Dios, al hacerlo.

San José, que se apoya,
con los calzones íntegros todavía,
esta primera noche,
en su cayado. Los animales, cerca,
mirando, dando
calor a la escena, entrecortada de luz,
mezcla de luz de luna y luz de ángeles.

Un Niño,
el Niño,
la figura central,
manoteando, ya dije que mirando a la madre que lo mira.

El Niño,
en el centro del mundo,
voluntario,
explorador,
aprisionado ya por nuestra misma carne mortal,
dispuesto
a sentir nuestra carne,
con todo lo que esto trae consigo,
de sufrimiento,
debilidad,
desasosiego, tentación de abandonar,
dejarlo todo, resignarse.

El Niño,
que ya sabe todo lo que va a ocurrir, y lo aceptó,
de antemano,
para nacer, a pesar de todo,
morir,
sin tener por qué,
sin ley,
justicia
ni razón.

Sin más motivo que el del amor.
cómo no va a decir el clásico,
“no me tienes que dar porque te quiera”,
si me quisiste,
si me quieres tanto,
que ahora mismo soy incapaz de entenderlo,
de entenderte,
de saber por qué me has dado a mí este privilegio
de vivir
y estar poniendo ahora las ovejitas,
las gallinas,
el pozo,
desparramando el ácido bórico,
mientra el recuerdo de mi madre canta:
que en el portal de Belén,
hay un nido de ratones,
y al pobre san José
le royeron
los calzones.

-¿Por qué lloras, abuelo?
-De alegría, mi amor.
-¿Pero se llora también de alegría?
-La alegría, mi vida, es la otra orilla
de la tristeza. Y en este mundo
hay que vivirlas ambas a la vez,
no sabré nunca explicarte por qué.
Ese Niño –ella también lo mira-
es el único que tiene las respuestas.
Para los más viejos, es como si el tiempo se licuara y adoptase diferentes formas a lo largo del día y de la noche. Se hace así más largo o mucho más corto, según lo que se esté haciendo en cada momento. Y creo que a veces hasta se disuelve en el ensimismamiento que produce cada sensación o lo que se haga, desde lavarse hasta estar leyendo, o perderse en el sonido del artilugio de afeitar eléctrico, sucesor de las brochas, el jabón y la navaja, después la máquina de poner hojas con filo por los dos lados, que empezábamos a usar en el cole para afilar los lápices e indefectiblemente te cortabas en algún dedo.

Perderse por los matices, las arrugas, los entresijos de un sonido, ya sea el de la máquina de afeitar, el de la de coser que trabaja cerca, el de los coches que pasan o el de aquél en que tú mismo vas de viaje, sobre todo durante un viaje largo. En un viaje largo, el ruido de motor se hace pensamiento, el pensamiento sueño y en el sueño, el tiempo, como en los relojes de Dalí, se ablanda, estiraja y dobla.

Nuestras vidas son los ríos, dice Jorge Manrique, pero tal vez no. Puede que el río sea el tiempo, que se nos lleva la vida poco a poco, como los ríos de verdad se van llevando sus riberas, y cuando cada avenida, les dan un bocado mayor, como cuando a nosotros el tiempo nos da una dentellada y decimos que sufrimos una crisis.

Los ríos, como espías, sacan fotos, reflejos de cada pueblo y cada ciudad, en el agua de su piel húmeda, y se los llevan, como espías, a la mar, que toma buena nota en sabe Dios qué libros de alguna biblioteca que habrá en el fondo de la mar, más copiosa que la de Alejandría. Allí habrá ejemplares de todos los libros perdidos, quemados, destruidos por las vicisitudes de la historia de los hombres. Los peces seguro que los leen, salvo delfines y ballenas, y por eso no han tenido tiempo de inventarse un idioma. Los delfines y las ballenas, o son más listos y les cunde más el tiempo, o no habrán leído tanto. Y por eso disponen de un idioma compuesto de carraspeos y silbidos, según dicen los sabios.

Simultaneo la lectura del ultimo Le Carrè, el Diccionario de Lovecraft, minucioso trabajo de un abogado asturiano, Roberto García, que nos regala a la entrada un retrato muy detallado y sorprendente de aquel atormentado autor y las obras escogidas y deliciosas de T.S. Spivet, recopiladas en la ficción por Reil Larsen. Tres lecturas recomendables, para mi gusto, claro, y lo digo porque a veces me dicen que un libro es bueno y soy luego incapaz de pasar de una docena de páginas, de modo que puede ocurrir, por la misma inexplicable razón, que algo de lo que a mí me parece, como en este caso, estupendo, a otro se le caiga de las manos.

Parecen muy satisfechos, los expertos y excelentísimos académicos, de la última reparación que le han hecho al ya no sé si debo decir castellano o español. A mí me parece que por lo menos a la vez le han hecho alguna que otra desgarradura y que queda, además, alguna que otra herida sangrante, pero ¡qué sé yo de esas cosas! Me empecino, sobre todo ahora de viejo, en las viejas reglas y las palabras de siempre, aún las desconocidas, que se esconden por los rincones de los viejos diccionarios que han ido amarilleando a mi alrededor con el paso del tiempo de que hablábamos y lo que viene ahora de la expansión, el rebote, el eco y demás fenómenos humanos y acústicos, me suena a campana rota, cuando en realidad será agua viva o vino de otra cosecha, tal vez mejor, desde el punto de vista de un enólogo exquisito, pero a mí ya no me sabe como aquel vino habitual, de acompañar aquel queso, puestos ambos vaso y queso sobre la madera desnuda de la mesa de roble o de castaño viejo, que hay quien prefiere de pino que aún huela y sea un poco áspera al tacto.

sábado, 18 de diciembre de 2010

Una semana puede parecer mucho más corta, o más larga, de lo que es, cuando en idas venidas, vueltas y revueltas llega a ser como si fuésemos imprescindibles, que desde luego, yo, al menos, no lo somos, pero lo parece, insisto, de tanto como te llaman y te aseguran que no puedes faltar porque tu presencia es importante y debe conocerse la opinión que tienes …, luego suele resultar que nuestra opinión les importa un comino, pero ya nos atraparon, manejaron, trajeron y llevaron de un lado a otro con este frío de los últimos días, que iba yo arrebujado en el coche, echando de vez en cuando una ojeada a la temperatura de fuera y llegó a ocho bajo cero, durante un rato.

Pero es Navidad. Tradición de reunirse, además, las empresas, grandes o pequeñas, en hoteles de cinco estrellas o en figones, que lo que importa es convivir un rato y desearse felices Pascuas y buen año nuevo. Este año, el tema central, la crisis. Incluso cuando no se habla de ella, la gente la sentimos como un regusto agobiante. Repartirse regalos, recuerdos y en algunos casos, copias de villancicos. Los villancicos de antes eran minúsculas composiciones poéticas para tocar con la zambomba y la pandereta. Ahora hay también villancicos tristes, o nostálgicos, o sociales. Creo haberlos escrito ya de casi todas las modalidades que dije, un año u otro. Ya no son villancicos, estos míos, pero les llamo así por haber sido escritos con ocasión de cada Navidad.

Cada año, tenía varios amigos que ya tradicionalmente, me regalaban unos sacos de patatas, unas saquillas de habas, productos de su huerta o un pescado. Algunos se han muerto. Siguen en el afecto y el recuerdo porque tal vez no fuesen regalos muy valiosos, pero eran regalos afectivos y suculentos. En determinadas profesiones, como la mía de abogado, cuando te acompañan la justicia y la suerte y ganas en defensa de los intereses de algunos clientes, además de pagarte, no te olvidan nunca. Como supongo que ocurrirá, pero no nos enteramos, que cuando nos faltan la suerte o la justicia y perdemos, tendrán nuestros defendidos, por bien que lo hayamos hecho, un largo resentimiento.

Ahora, por estas fechas de otoño, invierno, los sentimientos de unas personas respecto de otras, creo que se arremolinan y de algún modo, los más perversos al menos, y su pongo que hasta los mínimos, parece como si lo deberían ser menos intensos.

Quién sabe. La naturaleza humana es imprevisible. Unos se mira a veces a sí mismo y no se explica el porqué de algunas reacciones que están evidentemente reñidas con nuestros principios. Hay algo oscuro, por ahí, por entre las neuronas, peligroso, malévolo. Pienso que hay que estar siempre prevenido, y, en lo posible, acercarse siempre más a la luz. Hoy, la luz del sol, que baja hasta el collado y casi se arrastra a flor de horizonte, deslumbraba, por cierto. Parece mentira que no falte ni un mes para que haya probabilidad de que rompa la mimosa. Ese primer heraldo de la renovación de los árboles. A mi, los árboles desnudos, me producen sensación de dolor. Es como si alzasen las ramas, doliéndose, pidiendo algo, si más voz que la que les arranca el viento.

martes, 14 de diciembre de 2010

Hubo un tiempo, y no hace tanto de eso, en que casi nadie sabía leer y escribir. La historia se conservaba, y adulteraba, en la memoria y en los capiteles de las columnas o los frescos de los templos que el tiempo ha borrado en su mayoría, con ese categórico desprecio con que el tiempo trata todas las cosas, las personas y los conceptos.

Ahora le cuesta más, porque muchos han aprendido a escribir y dejar su testimonio. Hace, sin embargo, lo que puede. Abarquilla las hojas, progresivamente amarillentas, de los libros y poco a poco, sin impaciencias, las va preparando para acabar por convertirlas en el mismo polvo cada vez más impalpable en que damos los seres y las cosas hasta que la materia se reconstruye en torno a cada nueva y mínima porción posible de energía, suficiente para que algo viva, nazca y se incorpore al incesante fluir de la historia.

Ya me toca, hoy, ir a la capital, que estará por cierto, engalanada de Navidad. Quieren quitar los belenes, me han dicho. Quiten lo que quiten y pongan lo que pongan, no podrán evitar que la realidad de las cosas y de los conceptos se imponga a sus falibles criterios. Dios existe o no, que es lo que pretenden plantear, cualquiera que sea el mayor o menos número de personas que opine respecto del asunto. Hay una realidad que está, a Dios gracias, fuera del alcance de los hombres, de sus criterios y de sus caprichos.

Gracias a ello, se pongan como se pongan los tirios y los troyanos, quien prefiera creer podrá creer y quien dudar y quien no creer en nada no creer. Todos, si se paran a pensar, se harán las mismas preguntas y todos se quedarán sin respuestas para las más importantes, rodeados de horizonte, como estás a veces en Castilla, mirando a tu alrededor desde lo alto de un cerro, con la cúpula del cielo sobre ti, como una colosal tapadera azul, que bruñen las nubes que pasan, consciente de que sólo hacer el camino te llevará a la línea del horizonte una y otra vez, hasta que se logra atravesarla, casi siempre con esfuerzo y dolor, y es probable que descubramos todas las respuestas.

De momento a mí me resulta alegre y conmovedor que la gente sonría, que se haga una pausa, se reúnan las familias, se festejen la Pascua y el Año Nuevo con panderetas, campanillas, ilusiones, regalos, flores, palabras amables y luces y colores. Que se armen los belenes y salgan papanoeles con campanas y carcajadas, que corran los niños a pedir el aguinaldo y la alegría se meta por todas las rendijas y los entresijos.

Habrá, es cierto, contrapuntos de tristeza que sería bueno que entre todos tratásemos de mitigar, de remediar, de evitar, pero me asalta el convencimiento de que si mediante un colosal milagro lográsemos el mundo supuestamente feliz de haber repartido toda la sabiduría y la riqueza en partes iguales entre los humanos existentes, poco tiempo después habríamos reconstruido la aparente injusticia del mundo, que a lo peor no es tal injusticia, sino su irremediable estructura, que, a pesar de todo, creo que debemos esforzarnos en tratar de remediar. Porque la vida, además de un camino iniciático, es una paradoja que gira en torno a lo desconocido. Como un asombroso tiovivo que viajase en círculo, pero con un destino.

lunes, 13 de diciembre de 2010

¿Se va cantando,
el cantador,
cuando muere? ¿Se va
por el camino,
cantando?,
la chaqueta en el hombro,
la voz
trepando aire arriba, humo, tallo, talle, junco,
mi bien amada llora. Dímelo pronto El cantador
¿canta, camino arriba?

El aire siente un extraño
vacío.

Falta la canción que cantaba, de vuelta, al paso,
como si viniera
pensando en alta voz.

Van, el mozo, el río,
ambas voces juegan, se entrecruzan
con el silencio viejo del camino, lleno de pasos
que van y vienen,
paralelos al rumor
que hace la espuma en el agua,
borracha de atardecida,
melancolía,
nostalgias.

El mozo y el eco,
alternativos, lo dicen:
¡desde Covadonga a Luarca,
no hay moza como la mía!

Cuando pasa, se va, tal vez muere con la tarde,
sobre el sendero,
como un vagabundo muerto,
arropado de luz
de luna,
queda dormido el silencio.
Nunca seremos como somos, sino como logremos fingir. Creo que una parte del instinto, si es que no hay más que uno, como a mi me parece, con diversidad de manifestaciones, consiste en aparecer siempre con disfraz ante nuestros semejantes, que a su vez hacen lo mismo, para tener dónde refugiarnos cuando fracasamos. Ser nosotros mismos nos podría dejar inermes ante cualquier contradictor que lograra derribarnos de nuestras convicciones. Es otro siempre, en apariencia, quien se equivoca o el que rectifica, y, gracias a eso, nos recuperamos y disculpamos ante nosotros mismos de tanta falta de reflexión o de la poca consistencia de los argumentos que con facilidad nos desbarataron.

Hablamos del “otro yo” que suele obrar en semisueño, casi sonámbulo a esas entre horas de recién despertados o apenas medio dormidos. Ponemos por delante, como inaceptables excusas, las “circunstancias” que nos desmotivan o por el contrario nos empujan a lo que de acuerdo con unos principios que deberíamos tener más arraigados sería lo oportuno, lo aconsejable o incluso lo debido.

Conozco personas que sufren de tal modo en este asunto que escriben constantemente y se construyen toda una vida que nada tiene que ver con una personalidad, la suya, que aborrecen y sustituyen por que les gustaría tener y novelan como escritores, que alguno es habitual y que al no hallar un final para su propia ficción, siguen, “continuará en el próximo número”, como las series de aventuras de las viñetas, o como novelistas que van añadiendo artificiosos capítulos para evitar tener que escribir, al no saber cómo hacerlo, el último de su penosa novela.

No sé si me molestan más o me dan más miedo esas otras personas que se consideran en posesión total de la verdad completa, absoluta y definitiva. Había hace poco uno en una tertulia que tuve oportunidad de contemplar sobrecogido. Según su propia versión de sí mismo, es capaz de mirar a alguien y destruir sus defensas psicológicas mediante una frase lapidaria, apoyada en principios básicos ineluctables. Nunca me había encontrado antes a casi nadie así. Dan miedo. Debe ser aterrador llegar a un autoconvencimiento por el estilo. Entre otras razones porque podría incluso llegar a una autocondenación inapelable y en mi opinión aterradora. Lo mismo de aterradora que si a quien nos condenan es a uno de nosotros, nos señalan con el dedo, o, simple y sencillamente, con la mirada fija, hierática y con una de sus frases, nos sentencian, como hacían los viejos dómines de cuando la letra entraba con sangre, de cara a la pared, sin esperanza.

Mentir por instinto otra personalidad, cuando se hace a sabiendas, es como jugar a florete con el interlocutor, con la cara cubierta, defendidos cada cual por su peto y con las puntas de las armas emboladas.

Lo grave es cuando no hay más remedio que ser y estar.

Es decir, vivir.
Hagamos de la tarde, de esta tarde una
fortaleza,
con su torre, las almenas,
foso y puente levadizo, ya inútiles, lo sé
desde que inventasteis la artillería,
las bombas cada vez más destructivas y por fin
las definitivas
bombas nucleares y químicas, capaces
de acabar
con la vida.

Hagamos, sin embargo, una fortaleza, un belén
de figuritas de barro, inermes
como nosotros.

Nadie podrá derrotarnos. Matarnos sí, sin duda,
pero ya sabemos que morir
no es lo peor que puede pasarle a una persona, a veces. Y, caso
de morir,
o estarán todos nuestros viejos parientes y amigos
esperando
o no habría nadie, y entonces
¿qué más daría?

Hagamos una fortaleza para nuestra fe,
ese baluarte
indispensable para la esperanza
que es indispensable, a su vez, para el amor.

Sin amor no habría nada. Tendrían razón
los sesudos filósofos nihilistas,
los desesperados,
esos peces frígidos que para entendernos llamamos escépticos.

No tendría sentido
haber creado la maravilla inconmensurable
del Universo,
habernos construido de modo tan minucioso,
con tan evidente ternura,
a la gente,
haber imaginado y encendido la luz indescriptible de la vida,
si no hubiese alguna razón, de momento inexplicable,
que justifique estar construyendo ahora mismo
esta fortaleza de piedra, madera, cartón,
papel de plata, figuritas de barro, ilusiones,
razón de cantar
villancicos, con las panderetas y las zambombas.

Hagamos esta tarde,
por muy agobiados, cansados, doloridos,
humillados,
que estemos los viejos atrabiliarios, olvidadizos,
dejados en el rincón,
por muy ocupados, atolondrados, desorientados,
angustiados que estéis los jóvenes con esta preocupación
de las atroces crisis y sus miserias,
por mucho que a los más jóvenes y a los niños
os tienten a volver entre las cuatro esquinas de la pantalla,
de la consola,
del juego de rol,
de la aventura última, interactuable y gloriosa.

Os pido una pausa
para poner el belén,
sacar las viejas panderetas,
las castañuelas, la zambomba, el tambor
y que cantemos juntos,
desafinando,
como siempre,
cualquier villancico de los más repetidos,
de los más ingenuos.

Os recuerdo que esta noche
nace Dios,
el autor de todo, nuestro único destino posible,
la única razón de ser.

Si estuviera equivocado, si os engañara sin querer,
podéis estar completamente seguros
de que nada ni nadie valdría la pena. En cambio, si acierto,
si es verdad
¿dónde podríamos estar más seguros esta noche,
que en Belén,
que alrededor de nuestro belén, de encontrar
por fin
el principio de la explicación de todo?

domingo, 12 de diciembre de 2010

Mucha gente está empeñada, a mi juicio en vano, en borrar lo que ellos llaman la “memoria histórica” de nuestro país. Borrar esa memoria al parecer consiste para muchos en invertirla. Cosa que creo que no tiene sentido. No soy capaz de entender que se borren de las calles los nombres de los generales y políticos de una determinada tendencia para sustituirlos por los de la contraria de cuando aquellas cosas tremendas que pasaron. Pienso que una cosa es borrar y otra distorsionar. La distorsión opera como cuando los grandes mentirosos se inventan un pasado y lo repiten con tanta audacia y tantas veces que al final llegan a creerse ellos mismos que las cosas ocurrieron, no como fueron en realidad, sino como ellos las cuentan. Malo a mi juicio para quien lo cuenta al revés y malo para quien lo escucha sin otra información ni tan abundante ni tan fácil de obtener como la defectuosa. Y lo peor es que cada vez van siendo más las “fuentes” de segunda, tercera y hasta ya ulterior mano, que dan por buenas las otras versiones adulteradas, subjetivas, mendaces en gran número de ocasiones, con que contaron para dar su opinión. Nunca criticaré yo las opiniones, casi todas respetables, lo que no admito en cambio es que esas opiniones se apoyen en versiones que no se ajusten a la realidad. Mentir la historia, en todo o en parte, da como resultado que se pierda lo que fue experiencia creo que indispensable para prever y precaver mejor un futuro, que siempre estará hecho con polvo de recuerdos. Se me ocurre que la creación continúa, pero la materia es la misma del primer día, que a base de muerte y nacimiento, va adoptando diversas formas. La creación se va completando así por medio de mudanzas de la arquitectura de la materia, mediante diversas formas que se impregnan de distintos modos de ser de la vida.
Pueblo, invierno, nadie. Me asomo a la ventana, me pregunto si llueve. ¿Hay alguien con paraguas? Nadie a la vista, calles arriba o abajo. Como si hubiesen huido todos esta noche pasada y ahora estuviésemos en un pueblo abandonado, mi soledad y yo, con mis pensamientos como un rebaño alrededor. La soledad callada. La ciudad provinciana estaba en cambio el jueves llena de gente excitada, creo, por la próxima Navidad, enfadada por el lío de los controladores de los aeropuertos. Muchos paquetes, más pequeños, que ahora los niños no quieren paquetes grandes, sino consolas y juegos de rol. Caídos por las calles, muchos puñados de tristeza. Les ponen música de acompañamiento esos adustos músicos callejeros que arañan melodías de violines y acordeones con la funda ante los pies para que echemos unas monedas. Distinguen, por el sonido, supongo, cuando es un euro, y, en seguida, le echan mano y lo separan del montoncito de monedillas de céntimos que dejan como reclamo y aviso de que se aceptan propinas y donativos. Había un silencioso borracho, ojos vidriosos, expresión ausente, en la terraza de un café, indiferente al frío y a la llovizna. Aquí, desde la ventana, sigue sin verse más que algún coche que pasa como con desgana.

sábado, 11 de diciembre de 2010

El paseo va, bordeando el río, camino de ninguna parte. Es como una senda para mirar, si es de noche, cómo se hace trizas la luz, cuando cae al agua inquieta, si es de día, la vida que bulle sobre y bajo el agua. Gente y demás animales grandes, pequeños y pequeñísimos. El río siempre tiene prisa y apenas se para a echar una ojeada distraída en cada mínimo remanso que improvisan los cantos hay quien dice que para que se miren las hadas, que según otros no existen, pero yo insisto en que sí, tiene que haber, como de todo lo imaginable, aunque no sea más que en las sueños de algunos de nosotros, empeñados en que tiene que haber más planetas poblados y más mundos en éste. Cuando, dormidos, soñamos, es evidente que algo de nosotros entra en otra dimensión en que se relaciona con otras realidades más o menos agradables, a veces terroríficas o por lo menos inquietantes.

El camino que hay junto al río le sigue en su vaivén de borracho. No llega a la mar. Para llegar a la mar hay otro paseo más corto. Se adivina que está cerca cuando el agua se llena de peces más grandes, perezosos, erráticos, que parecen nadar olisqueando el fondo, sobrevuelan más gaviotas, acechan más cormoranes y huele a mar. La mar que huele a nostalgias y a lejanías, que dicen que es el olor a sirena y sueño, misterio y profundidad como de ensimismarse en una tentación a cuyo más profundo abismo no se llega nunca más que encerrado en máquinas, desterrado y desmadrado, en realidad, de modo que estás y no, medio ciego y semimuerto de miedos ancestrales, cuyas raíces están, como dicen que uno de los posibles orígenes de la vida, en lo más profundo de la mar, donde la mar es aceite de nada, destilado del primer estallido de la creación.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Apenas quedan gatos y gorriones, a cambio de la invasión conjunta de palomas y gaviotas. Algo o alguien, o tl vez el azar o el dichoso cambio climático se está llevando los flacos, agilísimos gatos callejeros, que pululaban por detrás de mi casa, por la ladera del monte, hace bien poco, y con la horda humilde, alborotadora, simpática de los gorriones, aquellos golfillos callejeros. En cambio, las palomas invaden cada casa que se queda vacía y las gaviotas han conquistado el cielo con sus graznidos y hasta se atreven a hostigar y perseguir a las garzas y robarles a los patos los mendrugos que les tiran desde las riberas del río.

Se echan de menos aquellos gorriones que se daban por supuestos en cuanto ponías unas migas de pan o un puñado de alpiste en el alféizar. ¿Y los gatos? ¿quién ha podido casi exterminar aquella horda famélica? Cierto que hubo algún sádico que no hace mucho daba gato por liebre a sus amigos y los invitaba a empanada de conejo, que en realidad era de gato, pero usaba los domésticos, mucho más gordos y lustrosos, y permanecían en sus refugios secretos los escuálidos gatos casi monteses, que yo he visto desde el balcón robar para comerse los huevos del nido de alguna urraca.

Pajarillos y gatos medio urbanos medio salvajes, independientes, que incluso los segundos se comían, de poder ser, a los primeros. Ahora no están y la calle y la ladera del monte parecen y hasta puede que sean mucho más tristes.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

No puedes exterminar a los malos,
tenemos que aprender
a convivir con ellos, compartir
con ellos
el pan
y la sal.

Tú y yo
somos, potencialmente por lo menos,
tan malos como el peor,
y,
potencialmente por lo menos,
tan buenos
como el mejor de la clase,
de la pandilla,
de la villa,
del lugar.

Todos,
manoteando en la cuna,
ciegos y torpes,
clarividentes como niños
lo merecemos todo, y sin embargo, todavía
no merecemos nada, es poco probable
que lleguemos en realidad a merecer nada
de cuanto nos está destinado,
del privilegio mismo de vivir.

Creo
que deberíamos intentar
hacer, con insistencia, lo poco que sabemos:
sonreír,
regalar las palabras oportunas,
perdonar siempre
y aceptar la muerte y el olvido
con naturalidad,
tras de haber dado gracias al buen padre Dios
por habernos permitido ser,
estar
tener la hermosa y remota posibilidad de aprender
a amar
con la generosidad del pájaro y de la flor,
a pesar de las dificultades que ponen la razón,
la codicia y el miedo.

Dudo mucho
que seamos capaces,
dudo
que lo sea yo,
por lo menos.

martes, 7 de diciembre de 2010

Tremenda soberbia la del hombre, cuando se atreve a escribir tratados de teología, que entiendo se considera la ciencia de Dios.

Estudiar, delimitar, definir el concepto de Dios es de un colosal atrevimiento.

O, por lo menos, a mí me lo parece.

Permanecí, ayer tarde, un gran rato, disfrutando de la saturación de un concierto especial para violonchelo. Ajustar los altavoces, acoplarlos. Saturar el aire de alrededor del cono de luz. Otoño. Mediatarde de un día gris, lluvioso. La música no demasiado alta, lo suficiente para que construya alrededor un bosque en que poder perderse recorriendo el sendero de la melodía, en los bordes del cual, y a veces atravesándolo, se produce la irrupción inesperada de un sonido, o el sonido alterna con silencios durante que puede invadir al caminante que escucha una sensación diferente de cuantas recuerda.

Cumpleaños de la Constitución. Nació en tiempos difíciles y sin embargo no fue el suyo un parto distócico. Hay quien opina que nació así de fácil porque lo dice todo con su contrario como posible. Unos piensan que se conserva joven y otros que ya es vieja y habría que llevarla al cirujano para estirar de aquí y de allá. Es malo, andarles a las constituciones con apaños, arreglos y modificaciones. Una Constitución acredita vigor y se autojustifica por su duración. Cuando con frecuencia se deja retocar, es que no está segura de sí misma y se convierte en ley ocasional, contra el carácter que como ley fundamental, de perdurable por largos períodos, debería ser una de sus características más importantes.

Es una Constitución, como tantos opinan, ambigua en algunos puntos concretos, pero es que una ley fundamental no tiene por qué ser clara, neta, terminante, inflexible. Es la gente como nosotros la que debe suscitar juristas capaces de interpretar culturalmente, con arreglo cada tiempo y cada espacio, esa ley fundamental ideal que sólo va decantando principios fundamentales de cada grupo social. Es la gente como nosotros la que en realidad debe inventar cada día y consolidar los vínculos sociales en que consiste el Estado.

Tiene cierta gracia eso que dicen de “Estado del bienestar”. No lo hay. El “Estado del bienestar” sería por lo menos la antesala del paraíso. El Estado es el grupo social nacional o plurinacional donde la gente debe tratar de vivir lo más solidariamente posible.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Me acerco y asomo a la mar, hoy en calma, y te supongo, desconocida, pero sin duda y puesto que puedo imaginarte, posible, también mirando la misma mar desde el otro lado, más allá del horizonte y suponiéndome a mi como posible.

Coincidimos, durante este preciso momento, sin conocernos, dos meras posibilidades. Podría escribir unos versos y tú podrías escucharlos, y, con tu arrobo, halagar mi ego poético, tampoco vayas a creer que demasiado importante.

Me limito, déjame que te cuente y confíe, ahora que no nos escucha nadie, que canto porque me gusta cantar, sin demasiada preocupación por si lo hago bien o mal. Lo cual no quiere decir, desde luego que carezca de la ilusionada ambición de escribir por lo menos u día por lo menos un poema, que merezca ser recordado, pero sé que es difícil. Lo que hago entonces es escribir mucho, por si acaso.

Hoy se respira norte, sabe a norte el acelerado aire que pasa. La ilusión la producen las gaviotas, que vuelan muy altas, con sus gañidos y graznidos.

Necesitaba decírtelo, por si existes. Es casi Navidad.
Leo, como todos los días, hasta la extenuada fatiga del anciano lector, que es fácil que se duerma sobre el libro y retorne a otra época, cuando, como a mí me ocurre, vuelvo con frecuencia a mi Colegio Mayor, donde soy incapaz de encontrar la habitación que ahora me han asignado y la mayoría de los colegiales son desconocidos. No encuentro a mis amigos y paf, me despierto y recupero la información del libro o del periódico, a veces una revista de esas que ahora acoplan, los días de fiesta, a la prensa diaria, no sé si para hacerla más atractiva. Lo cierto es que hoy leo que cuando se pregunta, por lo general, quien responde “odia” la Navidad, no necesariamente como misterio católico, sino como sucesión de fiestas que casi nadie duda en calificar de comerciales, consumistas e hipócritas. Bueno, pues he aquí la excepción: yo. Yo adoro la Navidad, tanto en lo que tiene de misterio católico, paso inicial de una redención maravillosamente inexplicable, sino incluso por lo que tiene de comercial, consumista y sucesión de fiestas durante que todos hacemos evidentes esfuerzos porque los que nos rodean lo pasen bien. Y encima nos regalan cosas, no importa si pequeñas, grandes, útiles o no, valiosas o simple y sencillamente expresivas. Y tenemos ocasión de regalar y ganarnos por lo menos la ficción de una sonrisa. Es importante, a mi juicio, sonreír aunque sea de mentira, aunque sea la ficción de una sonrisa, hecha de buena fe, para agradar al interlocutor.

Ya está dicho. Y añado que para mí, la culminación de la Navidad, esas cenas hogareñas, esas comidas alrededor de las viejas mesas hogareñas, sentados muchos donde siempre y los nuevos donde otros estuvieron, me resulta casi insoportablemente emocionante por lo que tiene de recuento y homenaje de los que ya van no estando y el esfuerzo que hay que hacer para que los nuevos inicien su colección de recuerdos, que sin duda conservarán cuando no estemos nosotros, “los más viejos del lugar” actuales.

Tiene mucho de snobismo petulante el desprecio por lo que ilusiona, les parece a ellos, sólo a la gente sencilla, que, por serlo, es también un poco simple. ¡Quién pudiera retornar a la simpleza! Te has pasado la vida leyendo, explorando, rebuscando y eso te hace, de modo inconsciente, más escéptico. Sabes, ¡mira tú qué merito!, que las glorias, las alegrías, los buenos momentos no son más que un soplo. Pero eso, sin embargo, nos ayuda a disfrutar más y mejor, de la efímera exquisitez, que es siempre como un asomo de olor, un regusto que dura un hermoso momento, que podría ser reflejo, anticipo, destello de eternidad y luz.

sábado, 4 de diciembre de 2010

Es cierto, monsieur Guenassia (“El club de los optimistas incorregibles”, Goncourt 2009), tiene toda la razón. Con un libro puede pasar, puesto que como dice es también un ser vivo, como con las personas, que acabas de conocerlas y ya intuyes si van a ser o no amigas tuyas o lo vas a ser suyo.

Algo, como este autor sigue diciendo, que está en el olor, los signos, el interlineado, la figura o la mágica vida del libro. No sé por qué he escrito mágica, cuando es simple y sencillamente vida.

Me pongo a pensar, desde la grisura apacible de esta mañana de diciembre, estos días que preceden a santa Lucía, cuando el refranero popular añade que “mengua la noche y crece el día”, y por lo tantos son éstos los más menguados días del año, las noches más largas, que los lobos lo saben y por eso rezan con mayor fervor sus aullidos, llamadas, gritos de amor o de tristeza tal vez. Llama la atención que no sea la noche más larga del año u a noche mágica –otra vez la palabreja- y lo sea en cambio la del señor san Juan, que es la más corta, pisando el umbral del verano.

Leo hace pocos días, ahora que hemos hablado de lobos, que un jabalí cruzó la autovía muy cerca de la capital de la autonomía. Menudo susto se habrá llevado el animal, al cruzarse con la profusión de latas de sardinas con ruedas de los humanos. Y los humanos, a su vez, atónitos. La presunta civilización había apartado la vida salvaje, casi extinguido los animales salvajes. Ahora en cambio parece haber decidido que conviene conservarlos al alcance de la vista y casi de la mano. De vez en cuando, la autoridad más o menos competente, autoriza a una cuadrilla a salir a cazarlos contados y escasos. Luego se reúnen a cenar jabalí mal cocinado, reseco y frecuentemente duro como una piedra, pero exquisito. Los libros de aventuras del siglo antepasado cuentan que no hay nada como un jamón de oso gris asado al fuego que ahora no se puede encender en las praderas para tratar de evitar los tremendos incendios. Salir al amanecer, con los compañeros de cuadrilla, nos retrotrae gozosos a la camaradería aventurera de unos hombres semiolvidados que cazaban para comer y pintaban las paredes de sus viviendas, tal vez para rezar, tal vez para llamar a la caza, tal vez para festejar su éxito durante ella. El otoño, entonces, ya casi invierno, también sería de un gris, que, al estrujarlo, se convierte en lluvia helada, granizo y nieve.

viernes, 3 de diciembre de 2010

Diciembre, 3, 2010. Al año le queda menos de un mes. Un mes para que se reúnan los trabajadores de las empresas, los de la administración y las familias, echen cuentas del año, comprueben quiénes faltan desde el año pasado, desde hace diez, desde hace veinticinco, desde hace cincuenta. Cada cual, recordará, es probable, su niñez dorada, la plata de su juventud y desde el plomo de la vejez se asombrará de que las glorias de este mundo se hayan pasado tan rápidamente y sin embargo permanezcan, como acredita la sonora alegría de los niños, los ladridos de los perros, las charanga, el colorido y los diferentes espíritus de la Navidad: el místico, el mercantil, el disperso, el concentrado, el disparatado, el familiar. Y mientras los más cosmopolitas se arremolinen con las tradiciones del vecino, los más tradicionales rodearán el belén de casa, de las entrañables figuritas de barro, cada cual criticará al vecino y se maravillará de lo mucho más navideño que es lo suyo y la gente se intercambiará, a veces maquinalmente, otras con ilusión, regalos deslumbrantes o ínfimos, conmovedores regalos. Todo un deslumbrante mosaico. En lo que muchos coincidirán, sin embargo, inevitable, instintivamente, es en suspirar la paz, como una honda inspiración de aire, justo en Navidad.

Algo menos de un año para el consabido haya salud del día de hacer recuento de la lotería jugada y perdida y eso de que año nuevo, vida nueva, lo mismo de ineficaz para arreglar, cambiándolo, el mundo. Un mundo que sólo podría mejorarse un poco, mejorando cada uno, por lo menos alguno, una pizca. Y como todos lo intentamos, hay como un clamor de buena voluntad, de que sin duda algo ha de quedar, y yo creo, ilusionado, que no iluso, de mí, que, en efecto, mejoraremos.

En cada familia, muchos, los más viejos sobre todo, temblando, porque alguno de los más jóvenes se irá a jugarse el tipo en las caravanas y los vericuetos del “puente” de la Constitución, la “semana blanca”, todos a la vez, locura colectiva, afán múltiple de abandonar la comodidad para darse un atracón de aventuras fingidas, lo mismo de peligrosas que las otras, desde que inventaron meter los caballos en el coche y permitirles desmandarse por esos túneles a cielo abierto de autopistas y autovías, vías rápidas y caminos de peregrinación y de desmadre polícromo.

-¿A dónde van?

-Es probable que de lo que se trate sea de cambiar de postura, Satisfacer el instinto nómada, que permanece latente en cada humano que se convierte en sedentario, pero guarda, bajo la primera capa del cerebro, esa necesidad de explorar, moverse, saciar la ilusión de que un poco más allá del horizonte, hay una tierra mejor, que mana lecghe y miel, donde atan a los perros con longanizas.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

No vale de nada aconsejar o asesorar a un zoquete que se empeñe en seguirlo siendo llueva o truene a su infausto alrededor. Es inútil proporcionar pistas a quien sólo las pide para cubrir las apariencias o cumplir con las formas posiblemente establecidas en leyes que el aconsejado no vacilará en clasificar y desdeñar como arcaicas. Lo suyo es para él lo único bueno posible, cuando se trata de un iluminado. Los demás harían bien en seguirle al precipicio que, inexorable, aguarda a los que son como él, soberbios y confían en el absoluto acierto de su criterio.

Suerte que tiene, alguien así de seguro de sí mismo, que morirá repitiendo sus propias consignas y que los equivocados son ellos, es decir, somos y seremos siempre los que dudemos. Y en parte tiene razón, porque sólo se lleva el viento a quien permanece tieso y convencido y por eso mueren casi siempre los héroes. Dudar es de gente que piensa, sabe, deduce y luego flexibiliza su postura como las mimbreras al paso del huracán.

Pensad en ese que probablemente conocisteis, cada uno hasta tendrá lista de varios. Son como corchos, flotan cualquiera que sea la fuerza y altura del oleaje, su violencia o su dimensión, y cuando sale el sol, continúan flotando lo mismo de desafiantes en la mar sosegada de la calma chicha.

¿Qué es lo bueno? ¿Quién lo sabe?. Si acierta, el terco héroe, iluminado y es probable que muerto joven, como un héroe, allá lejos, cuando el futuro, la historia le dará la razón, si se equivoca, lo olvidará, si dudó, habrá sobrevivido, disfrutado del placer de ir dudando, ensayando, estudiando, probando, es decir, viviendo como tantos lo hacemos, a trancas y barrancas. Los que dudan, evolucionan, tratan de equilibrar, son la pasta del papel sobre que se escribe la historia de los otros.
Acabo de leer, sin ira, el encabezamiento de una declaración, que da pena, según la cual “Hollywood no es lugar para viejos”. Podría ser, no me da la gana de leer la letra pequeña que sigue, una de las pancartas de la ultramodernista manifestación de la contracultura que nos empuja, a los viejos occidentales, mientras los chinos siguen opinando que un octogenario merece vestirse de amarillo, el color del emperador, y tratamiento de venerable.

Hollywood, como el resto del mundo, necesita su cupo de venerables. Un mundo sin pobres, tontos, viejos y poetas, desgraciados, dolientes, miserables y malos de solemnidad, no sería nuestro mundo, donde cada concepto tiene su contrario que permite delimitarlo y definir, progresivamente, el conjunto del ecosistema.

Ningún lugar hay exclusivo para estos o aquellos especimenes de la raza humana que la raza misma ha sido capaz de ir perfilando hasta completar el catálogo de sus variedades. De que todavía, pienso, quedan una porción sin descubrir y clasificar.

No se da cuenta, el autor de la tesis contra que protesto, ya digo, sin ira, pero airado, de que un mundo sin alguna de sus especies, no sería éste, sino un laboratorio, que habría que soterrar y aislar y procurar así evita que la esterilidad, propia y característica de cualquier laboratorio que se precie, nos exterminara.

Yo le pediría que no nos excluya, a los más viejos del lugar, sino que prosiga la incansable búsqueda del inexistente manantial de la eterna juventud que nos aguarda al fin y al cabo, pero es del otro lado del espejo, donde incluso los más jóvenes hollywoodenses la hallarán también, según me empeño en seguir creyendo.

Incluso un mundo virtual, como ese en que si atraviesas cualquier puerta puedes encontrarte con que del otro lado no hay más que bambalinas y todo era un decorado sin fin, metido en otro como una matrochka, tiene que haber de todo para que sea mundo.