domingo, 19 de diciembre de 2010

ESTE AÑO, ESTA NOCHE …



Bastaría decir
es Navidad
y estaría todo dicho.

La mitad del misterio
consiste en que Dios, hijo,
uno con el Padre y el Espíritu,
esté naciendo, haya nacido esta noche
-nadie sabe cuándo fue esta noche, cuándo está siendo,
está naciendo-,
yo prefiero siempre pensar que porque Dios
quiso nacer,
sentir
lo mismo que nosotros,
saber
nuestras innumerables posibilidades
y limitaciones
y necesidades:
la capacidad de esperanza,
la capacidad de fe,
y, sobre todo,
la capacidad de amor y de dolor
y, por consiguiente,
de odio injustificable.

Dios, a través de su hijo,
muy amado

(parido por María, Dios te salve, María,
porque estás llena de gracia,
y lo estarás de amor y de dolor
y habrás justificado las instintivas Diosas
de la tierra,
de la fecundidad,
que adoraron las gentes de todas las edades humanas,
a través de la Luna,
a través de Isis, la diosa del sol,
a través de Hera.
Dios te salve, María,
sobre todo,
Madre),

Dios quiso y permitió
sufrir, hecho carne doliente, la injusticia, el desamor,
una de las versiones más atroces de la muerte, acompañada
de todas las agravantes imaginables,
premeditación,
alevosia,
nocturnidad,
cuadrilla,
y,
sobre todo,
injusticia.

Por eso mi villancico es triste,
mientras el de los santos, como aquel inolvidable amigo que tuve,
que cada año pintaba el Nacimiento,
cada año escribía su villancico más naïf
y repetía
que un Niño nos ha nacido, aleluya,
aleluya,
aleluya,
es un villancico rebosante de alegría,
expresión incomparable
de alegría, la del agua clara,
el agua viva,
que atraviesa los montes sin dejar de cantar.

Por eso mi villancico está lleno de esperanza,
Dios, que es su hijo y nace,
esta noche,
conoce todas las limitaciones,
todo el peso,
toda la grotesca soberbia,
la ridícula limitación que disfraza
la dignidad humana de Román,
pero eso
le cuesta la muerte,
la mitad oscura del mayor misterio.

La otra mitad es que Dios, a través de su hijo,
tras de conocernos,
sentirnos,
haber sido uno de nosotros,
ratifica,
refrenda,
proclama, con un gran grito, que resucitaremos,
por mucho que nos cueste entenderlo.

Resucitaremos y será un día definitivamente radiante,
porque Dios
nos quiere tanto, que tras de descubrirnos
estar en nosotros, ser
uno
de nosotros,
reitera que nos tuvo siempre destinada la luz,
esta luz,
que se encienda cada año con la conmemoración
de la Navidad,
la noche
en que Dios
abrió los ojos,
nuestros ojos,
sintió el peso de nuestra humanidad,
experimentó todas nuestras miserias
y a pesar de todo,
sonrió,
confiado, en brazos de nuestra Madre,
que, desde aquél, es decir,
desde este día,
no ha dejado de interceder,
son como Tú, hijo mío
sigue amándolos
como ves,
como sientes
que son.

La noche estuvo, tal vez por eso,
llena de luces y de ángeles,
recorrida de pastores.
de niños, que aún hoy piden el aguinaldo
desde todas las esquinas de los mundos olvidados,
de magos que venían del Oriente milenario y lejano
con un puñado de oro,
un puñado de incienso
y un puñado de mirra.

La noche estuvo rasgada de gallos cantando,
y la alborada
puso en cada río del mundo
la flor del agua.

La noche, por una vez, no fue noche,
sino Nochebuena.

Esta noche
-repite desde entonces, como una vieja
caja de música,
el soniquete del villancico,
es Nochebuena
y mañana,
Navidad.
¡Dame la bota, María,
que me voy a emborrachar!

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