Apenas quedan gatos y gorriones, a cambio de la invasión conjunta de palomas y gaviotas. Algo o alguien, o tl vez el azar o el dichoso cambio climático se está llevando los flacos, agilísimos gatos callejeros, que pululaban por detrás de mi casa, por la ladera del monte, hace bien poco, y con la horda humilde, alborotadora, simpática de los gorriones, aquellos golfillos callejeros. En cambio, las palomas invaden cada casa que se queda vacía y las gaviotas han conquistado el cielo con sus graznidos y hasta se atreven a hostigar y perseguir a las garzas y robarles a los patos los mendrugos que les tiran desde las riberas del río.
Se echan de menos aquellos gorriones que se daban por supuestos en cuanto ponías unas migas de pan o un puñado de alpiste en el alféizar. ¿Y los gatos? ¿quién ha podido casi exterminar aquella horda famélica? Cierto que hubo algún sádico que no hace mucho daba gato por liebre a sus amigos y los invitaba a empanada de conejo, que en realidad era de gato, pero usaba los domésticos, mucho más gordos y lustrosos, y permanecían en sus refugios secretos los escuálidos gatos casi monteses, que yo he visto desde el balcón robar para comerse los huevos del nido de alguna urraca.
Pajarillos y gatos medio urbanos medio salvajes, independientes, que incluso los segundos se comían, de poder ser, a los primeros. Ahora no están y la calle y la ladera del monte parecen y hasta puede que sean mucho más tristes.
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