jueves, 30 de diciembre de 2010

Hubo un tiempo en que supuse que la política era el arte de tratar de organizar racional y razonablemente la convivencia de los pueblos en paz, justicia y libertad.

Hubo otro tiempo en que descubrí que mucha gente ignoraba lo que era la paz, y, como consecuencia, estallan las guerras en los lugares y tiempos más insospechados e inesperados.

Y otro tiempo en que descubrí que mucha gente ignora lo que es la justicia, y por eso en lo más hondo del pasado, se inventó una llamada ley del embudo, de acuerdo con la cual la justicia consiste en que se proteja y privilegie a unos en detrimento de otros.

Y otro más en que advertí que hay muchos que no saben que la libertad es un concepto, un derecho, un conjunto de posibilidades esencialmente delimitado por la libertad misma, referida a diferentes personas que coexisten con cada protagonista y lo son a la vez con él, en el mismo espacio, el mismo tiempo, con pasado parejo y futuro en principio comunal.

Y un buen día, me enteré perplejo de que la política no es el arte que más arriba digo, sino un conjunto habitual de artimañas encaminadas a derribar del poder a quien lo ostente, para sustituirlo por quien lo pretende, enfrentándose con quienes detentan el poder, que por todos los medios procuran conservarlo contra quien lo pretende.

Pero más grave fue cuando un día me enteré de que quien pretende y quien ostenta el poder, no lo consideran una carga, un deber, una responsabilidad de servicio al bien común, sino un medio de apoyarse en los demás para escribir el nombre propio en la historia, como artífice del nuevo paraíso en que cosas y conceptos se arreglan a su peculiar modo de entender la felicidad en que se invierte el sentido de aquella hermosa frase que dice que la caridad bien entendida empieza por uno mismo.

Hubo otro tiempo en que creí que la economía era una ciencia reglada para mantener en equilibrio la tensión económico social, y, partiendo de la base de que siempre habrá ricos y pobres, quien gane más y menos dinero, ha de mantenerse la tendencia hacia que impere un equilibrio consistente en que el que tenga menos tenga bastante y el que tenga más administre lo suficiente.

Craso error el mío. Las reglas económicas, que ciertamente existen, se distorsionan en contacto con el aire que respiran quienes pueden y saben, desvían y acopian en provecho propio hasta la extenuación o hasta la desesperación de los demás.

Ese es el mundo, esa la sociedad.

Deberíamos considerar que ni está en paz ni es libre ni justa, razones por las cuales tendríamos que estar pensando en inventar y organizar otra.

Cosa probablemente imposible.

Seamos humildes y modestos, pidamos lo imposible.

Puesto que esto otro, lo posible, ya sabemos que es como no debería.

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