Hagamos de la tarde, de esta tarde una
fortaleza,
con su torre, las almenas,
foso y puente levadizo, ya inútiles, lo sé
desde que inventasteis la artillería,
las bombas cada vez más destructivas y por fin
las definitivas
bombas nucleares y químicas, capaces
de acabar
con la vida.
Hagamos, sin embargo, una fortaleza, un belén
de figuritas de barro, inermes
como nosotros.
Nadie podrá derrotarnos. Matarnos sí, sin duda,
pero ya sabemos que morir
no es lo peor que puede pasarle a una persona, a veces. Y, caso
de morir,
o estarán todos nuestros viejos parientes y amigos
esperando
o no habría nadie, y entonces
¿qué más daría?
Hagamos una fortaleza para nuestra fe,
ese baluarte
indispensable para la esperanza
que es indispensable, a su vez, para el amor.
Sin amor no habría nada. Tendrían razón
los sesudos filósofos nihilistas,
los desesperados,
esos peces frígidos que para entendernos llamamos escépticos.
No tendría sentido
haber creado la maravilla inconmensurable
del Universo,
habernos construido de modo tan minucioso,
con tan evidente ternura,
a la gente,
haber imaginado y encendido la luz indescriptible de la vida,
si no hubiese alguna razón, de momento inexplicable,
que justifique estar construyendo ahora mismo
esta fortaleza de piedra, madera, cartón,
papel de plata, figuritas de barro, ilusiones,
razón de cantar
villancicos, con las panderetas y las zambombas.
Hagamos esta tarde,
por muy agobiados, cansados, doloridos,
humillados,
que estemos los viejos atrabiliarios, olvidadizos,
dejados en el rincón,
por muy ocupados, atolondrados, desorientados,
angustiados que estéis los jóvenes con esta preocupación
de las atroces crisis y sus miserias,
por mucho que a los más jóvenes y a los niños
os tienten a volver entre las cuatro esquinas de la pantalla,
de la consola,
del juego de rol,
de la aventura última, interactuable y gloriosa.
Os pido una pausa
para poner el belén,
sacar las viejas panderetas,
las castañuelas, la zambomba, el tambor
y que cantemos juntos,
desafinando,
como siempre,
cualquier villancico de los más repetidos,
de los más ingenuos.
Os recuerdo que esta noche
nace Dios,
el autor de todo, nuestro único destino posible,
la única razón de ser.
Si estuviera equivocado, si os engañara sin querer,
podéis estar completamente seguros
de que nada ni nadie valdría la pena. En cambio, si acierto,
si es verdad
¿dónde podríamos estar más seguros esta noche,
que en Belén,
que alrededor de nuestro belén, de encontrar
por fin
el principio de la explicación de todo?
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