miércoles, 8 de diciembre de 2010

No puedes exterminar a los malos,
tenemos que aprender
a convivir con ellos, compartir
con ellos
el pan
y la sal.

Tú y yo
somos, potencialmente por lo menos,
tan malos como el peor,
y,
potencialmente por lo menos,
tan buenos
como el mejor de la clase,
de la pandilla,
de la villa,
del lugar.

Todos,
manoteando en la cuna,
ciegos y torpes,
clarividentes como niños
lo merecemos todo, y sin embargo, todavía
no merecemos nada, es poco probable
que lleguemos en realidad a merecer nada
de cuanto nos está destinado,
del privilegio mismo de vivir.

Creo
que deberíamos intentar
hacer, con insistencia, lo poco que sabemos:
sonreír,
regalar las palabras oportunas,
perdonar siempre
y aceptar la muerte y el olvido
con naturalidad,
tras de haber dado gracias al buen padre Dios
por habernos permitido ser,
estar
tener la hermosa y remota posibilidad de aprender
a amar
con la generosidad del pájaro y de la flor,
a pesar de las dificultades que ponen la razón,
la codicia y el miedo.

Dudo mucho
que seamos capaces,
dudo
que lo sea yo,
por lo menos.

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