lunes, 20 de diciembre de 2010

Ya está, es la semana de Navidad y la de entrar en el invierno puro y duro, que baja con la nieve y el recobrado aullido de los lobos. Hay lobos de nuevo, y tal vez pronto, caperucitas cuyas abuelas vivirán inexorablemente del otro lado del bosque, para que sus nietas atraviesen los peligros como en el vieja fábula, el cuento ancestral, lleno de enseñanzas.

-¿Sabías –me preguntan-, que ahora las niñas aprenden jiu jitsu o kárate o como quiera que se llamen todos esos kung fu, todas artes orientales de guerra?

-Y buena falta que les hará, mientras no se les desarrollen los bíceps, a fuerza de generaciones de trabajo, ahora que ya hablan como hombres. Ayer, no, el sábado, de vuelta a casa, en el puente, nos cruzamos con unas mozas garridas e fermosas, que diría el Marqués de Santillana, y va una y grita a otra que pasaba por la acera de enfrente que ya estaba “hasta los cojones” de no sé qué. Peculiar referencia, tratándose de una moza garrida e fermosa.

A lo largo de enero, ya 2011 años, once por encima del 2000 de los sueños de mi niñez de cuando más encarnizadas eran las guerras del pasado horrible siglo XX, cuando la consigna era matar a todos los malos, pero todo el mundo pensaba que los malos eran los otros, de tal modo que pienso que llegamos a estar a punto de exterminarnos al mismo tiempo todos, recíprocamente, para acabar con “todos” los malos, aproximadamente hacia mediados del mes de enero, brotará, Dios mediante, la mimosa de la ladera del monte. Casi, casi, será primavera. La primavera es el renacimiento, es decir, la imagen de la resurrección de cuanto estaba dormido.

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