No vale de nada aconsejar o asesorar a un zoquete que se empeñe en seguirlo siendo llueva o truene a su infausto alrededor. Es inútil proporcionar pistas a quien sólo las pide para cubrir las apariencias o cumplir con las formas posiblemente establecidas en leyes que el aconsejado no vacilará en clasificar y desdeñar como arcaicas. Lo suyo es para él lo único bueno posible, cuando se trata de un iluminado. Los demás harían bien en seguirle al precipicio que, inexorable, aguarda a los que son como él, soberbios y confían en el absoluto acierto de su criterio.
Suerte que tiene, alguien así de seguro de sí mismo, que morirá repitiendo sus propias consignas y que los equivocados son ellos, es decir, somos y seremos siempre los que dudemos. Y en parte tiene razón, porque sólo se lleva el viento a quien permanece tieso y convencido y por eso mueren casi siempre los héroes. Dudar es de gente que piensa, sabe, deduce y luego flexibiliza su postura como las mimbreras al paso del huracán.
Pensad en ese que probablemente conocisteis, cada uno hasta tendrá lista de varios. Son como corchos, flotan cualquiera que sea la fuerza y altura del oleaje, su violencia o su dimensión, y cuando sale el sol, continúan flotando lo mismo de desafiantes en la mar sosegada de la calma chicha.
¿Qué es lo bueno? ¿Quién lo sabe?. Si acierta, el terco héroe, iluminado y es probable que muerto joven, como un héroe, allá lejos, cuando el futuro, la historia le dará la razón, si se equivoca, lo olvidará, si dudó, habrá sobrevivido, disfrutado del placer de ir dudando, ensayando, estudiando, probando, es decir, viviendo como tantos lo hacemos, a trancas y barrancas. Los que dudan, evolucionan, tratan de equilibrar, son la pasta del papel sobre que se escribe la historia de los otros.
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