sábado, 25 de diciembre de 2010

Ya invierno, Navidad, rebasamos hace poco la noche más larga del año, la antítesis de la del señor san Juan. Justo están ahora los osos en sus oseras. Me intriga lo de la hibernación. Me pregunto si se despertarán algún día o alguna noche y rebullirá, allá en el hondón de la osera, soñando colmenas repletas. Ignoro por qué, el oso disfruta, como el elefante o el león, de buena prensa, a diferencia del lobo o del raposo, del tigre o de la serpiente, que ya son malos por definición, mientras que el rinoceronte, salvo por su mal genio, y el hipopótamo, ni fu ni fa. Casi todos los niños, salvo cuando aquello tremendo de las guerras, disfrutaron durante su niñez primera de la compañía y amistad de un osito de peluche, y ahora mismo, las campañas de UNICEF usan ositos de trapo para algunas de sus campañas.

Hoy es día de tregua incluso en casi todas las enemistades. ¡Feliz Navidad! –nos decimos los humanos con evidente entusiasmo-, y creo que somos por un día sinceros, ¿Habrá quien no? Habrá. Siempre hay gente para todo.

Noticias de agua y nieve por casi todo el país a que llamábamos España, ahora un mosaico de autonomías. Necesitábamos descentralizar la administración y hemos venido, a trancas y barrancas, a esto de las autonomías, por un lado innecesario y por otro insostenible, pero que tampoco sabe nadie, en medio de estos torbellinos de las crisis socioeconómica y sociopolítica que nos sacuden, en qué van a terminar.

Acaba el año entre nieblas y torbellinos, duelos y quebrantes, hadas y libros de caballerías. Opino que vivo en una sociedad que necesita sosegarse, empaparse de sentido común, instruirse, investigar, ponerse a trabajar apiñada y colaborar con la idea de Europa, en vez de hacerlo con la idea de la dispersión regional, casi, casi comarcal. No podemos tratar de regresar a la tribu, ahora que las personas de todo el mundo estamos tan cerca unos de otros, tan relacionados, y nos sentimos tan dependientes unos de otros.

Vivimos el peligro de un maniqueísmo individualista, justo cuando habíamos llegado al descubrimiento de lo que dependemos unos de la conducta de otros, con el mundo como única provincia, hogar común.

Yo insisto. E insisto con entusiasmo y voluntad de buena fe:
¡¡¡FELIZ NAVIDAD!!!

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