sábado, 18 de diciembre de 2010

Una semana puede parecer mucho más corta, o más larga, de lo que es, cuando en idas venidas, vueltas y revueltas llega a ser como si fuésemos imprescindibles, que desde luego, yo, al menos, no lo somos, pero lo parece, insisto, de tanto como te llaman y te aseguran que no puedes faltar porque tu presencia es importante y debe conocerse la opinión que tienes …, luego suele resultar que nuestra opinión les importa un comino, pero ya nos atraparon, manejaron, trajeron y llevaron de un lado a otro con este frío de los últimos días, que iba yo arrebujado en el coche, echando de vez en cuando una ojeada a la temperatura de fuera y llegó a ocho bajo cero, durante un rato.

Pero es Navidad. Tradición de reunirse, además, las empresas, grandes o pequeñas, en hoteles de cinco estrellas o en figones, que lo que importa es convivir un rato y desearse felices Pascuas y buen año nuevo. Este año, el tema central, la crisis. Incluso cuando no se habla de ella, la gente la sentimos como un regusto agobiante. Repartirse regalos, recuerdos y en algunos casos, copias de villancicos. Los villancicos de antes eran minúsculas composiciones poéticas para tocar con la zambomba y la pandereta. Ahora hay también villancicos tristes, o nostálgicos, o sociales. Creo haberlos escrito ya de casi todas las modalidades que dije, un año u otro. Ya no son villancicos, estos míos, pero les llamo así por haber sido escritos con ocasión de cada Navidad.

Cada año, tenía varios amigos que ya tradicionalmente, me regalaban unos sacos de patatas, unas saquillas de habas, productos de su huerta o un pescado. Algunos se han muerto. Siguen en el afecto y el recuerdo porque tal vez no fuesen regalos muy valiosos, pero eran regalos afectivos y suculentos. En determinadas profesiones, como la mía de abogado, cuando te acompañan la justicia y la suerte y ganas en defensa de los intereses de algunos clientes, además de pagarte, no te olvidan nunca. Como supongo que ocurrirá, pero no nos enteramos, que cuando nos faltan la suerte o la justicia y perdemos, tendrán nuestros defendidos, por bien que lo hayamos hecho, un largo resentimiento.

Ahora, por estas fechas de otoño, invierno, los sentimientos de unas personas respecto de otras, creo que se arremolinan y de algún modo, los más perversos al menos, y su pongo que hasta los mínimos, parece como si lo deberían ser menos intensos.

Quién sabe. La naturaleza humana es imprevisible. Unos se mira a veces a sí mismo y no se explica el porqué de algunas reacciones que están evidentemente reñidas con nuestros principios. Hay algo oscuro, por ahí, por entre las neuronas, peligroso, malévolo. Pienso que hay que estar siempre prevenido, y, en lo posible, acercarse siempre más a la luz. Hoy, la luz del sol, que baja hasta el collado y casi se arrastra a flor de horizonte, deslumbraba, por cierto. Parece mentira que no falte ni un mes para que haya probabilidad de que rompa la mimosa. Ese primer heraldo de la renovación de los árboles. A mi, los árboles desnudos, me producen sensación de dolor. Es como si alzasen las ramas, doliéndose, pidiendo algo, si más voz que la que les arranca el viento.

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