domingo, 12 de diciembre de 2010

Mucha gente está empeñada, a mi juicio en vano, en borrar lo que ellos llaman la “memoria histórica” de nuestro país. Borrar esa memoria al parecer consiste para muchos en invertirla. Cosa que creo que no tiene sentido. No soy capaz de entender que se borren de las calles los nombres de los generales y políticos de una determinada tendencia para sustituirlos por los de la contraria de cuando aquellas cosas tremendas que pasaron. Pienso que una cosa es borrar y otra distorsionar. La distorsión opera como cuando los grandes mentirosos se inventan un pasado y lo repiten con tanta audacia y tantas veces que al final llegan a creerse ellos mismos que las cosas ocurrieron, no como fueron en realidad, sino como ellos las cuentan. Malo a mi juicio para quien lo cuenta al revés y malo para quien lo escucha sin otra información ni tan abundante ni tan fácil de obtener como la defectuosa. Y lo peor es que cada vez van siendo más las “fuentes” de segunda, tercera y hasta ya ulterior mano, que dan por buenas las otras versiones adulteradas, subjetivas, mendaces en gran número de ocasiones, con que contaron para dar su opinión. Nunca criticaré yo las opiniones, casi todas respetables, lo que no admito en cambio es que esas opiniones se apoyen en versiones que no se ajusten a la realidad. Mentir la historia, en todo o en parte, da como resultado que se pierda lo que fue experiencia creo que indispensable para prever y precaver mejor un futuro, que siempre estará hecho con polvo de recuerdos. Se me ocurre que la creación continúa, pero la materia es la misma del primer día, que a base de muerte y nacimiento, va adoptando diversas formas. La creación se va completando así por medio de mudanzas de la arquitectura de la materia, mediante diversas formas que se impregnan de distintos modos de ser de la vida.

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