Fiebre de juguetería. Los niños ya saben que los Reyes Magos vendrán a pesar de todo, salvo excepciones lamentables, creo que inevitables, y están excitados. Se preguntan si habrán sido suficientemente buenos. Buenos y malos. Una desesperante dicotomía en que “nosotros” somos siempre los buenos y los “otros” los malos. Los malos son siempre los “ellos” de cada grupo. El mal, incluso cuando estamos siendo lo que en otros consideraríamos malos, es siempre cosa de unos “otros”, imposibles de localizar, dado que a cualquiera que preguntemos nos dirá que “ellos”, es decir, “otros” son los evasivos malos, tal vez invisibles o incorpóreos, que buscábamos.
Juguetes sofisticados, de todos los precios y calibres, desde el mínimo almacén chino más próximo hasta el gran almacén de la esquina. En Madrid, en una esquina, los vendían a diez euros la pieza, indiscriminados. Habían alquilado el local durante la Navidad y sólo para eso. En el pequeño almacén chino de más cerca de mi casa hay juguetes de un euro y de dos con cincuenta céntimos. Los Reyes orientales tienen un ancho abanico donde elegir, según el dinero que les quede.
Dos cenas: la familiar del día de Nochebuena y la amical del de Nochevieja, y, en seguida, la cuesta de enero.
Dicen los presupuestos empresariales y los familiares que este año 2011, todavía en el claustro materno, aún nasciturus, se anuncia malvado y hasta cruel. Curioso asunto, este del dinero. Hay quien tiene mucho más de lo que necesita y quien carece de lo indispensable. Pero más curioso todavía es que haya quien de buena fe, se consuela con el dato estadístico de que, sumando lo del que tienen y lo del que no tiene o tiene apenas y dividiendo por dos, el cociente arroja una solución social aparentemente aceptable.
Si pudiera, inventaría una nueva sociedad. Pero, me quedo pensando, si inventara una nueva sociedad, no sería ésta. Si la sociedad no fuese ésta, la vida no sería ardua, difícil como el filo de una navaja, no sería el camino iniciático que es, sin duda por alguna razón que se nos escapa. Puede que lo que es tenga que ser, y, como consecuencia, vivir, el mito de Sísifo. Por si acaso, habrá renovarse cada día, reemprenderse. Y vencer la tentación de olvidarse uno a sí mismo, indudablemente culpable de no haber llegado a ser como soñábamos cuando fuimos aquellos niños, poco a poco embadurnados de esto y de aquello, circunstanciados y progresivamente circunspectos.
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