Acabo de leer, sin ira, el encabezamiento de una declaración, que da pena, según la cual “Hollywood no es lugar para viejos”. Podría ser, no me da la gana de leer la letra pequeña que sigue, una de las pancartas de la ultramodernista manifestación de la contracultura que nos empuja, a los viejos occidentales, mientras los chinos siguen opinando que un octogenario merece vestirse de amarillo, el color del emperador, y tratamiento de venerable.
Hollywood, como el resto del mundo, necesita su cupo de venerables. Un mundo sin pobres, tontos, viejos y poetas, desgraciados, dolientes, miserables y malos de solemnidad, no sería nuestro mundo, donde cada concepto tiene su contrario que permite delimitarlo y definir, progresivamente, el conjunto del ecosistema.
Ningún lugar hay exclusivo para estos o aquellos especimenes de la raza humana que la raza misma ha sido capaz de ir perfilando hasta completar el catálogo de sus variedades. De que todavía, pienso, quedan una porción sin descubrir y clasificar.
No se da cuenta, el autor de la tesis contra que protesto, ya digo, sin ira, pero airado, de que un mundo sin alguna de sus especies, no sería éste, sino un laboratorio, que habría que soterrar y aislar y procurar así evita que la esterilidad, propia y característica de cualquier laboratorio que se precie, nos exterminara.
Yo le pediría que no nos excluya, a los más viejos del lugar, sino que prosiga la incansable búsqueda del inexistente manantial de la eterna juventud que nos aguarda al fin y al cabo, pero es del otro lado del espejo, donde incluso los más jóvenes hollywoodenses la hallarán también, según me empeño en seguir creyendo.
Incluso un mundo virtual, como ese en que si atraviesas cualquier puerta puedes encontrarte con que del otro lado no hay más que bambalinas y todo era un decorado sin fin, metido en otro como una matrochka, tiene que haber de todo para que sea mundo.
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