Pasa por la red un panfleto donde se relaciona lo que ganan los políticos, cualquiera de ellos más que cualquiera de nosotros, ¿para qué? ¿quieren que se nos suba la sangre a la cabeza y la emprendamos a ladrillazos con tanto señor de la política como anda por ahí sonriendo a diestro y siniestro cada vez que se acercan las elecciones? Yo les perdonaría que cobrasen el oro y el moro siempre que a la vez procurasen el bien común a manos llenas. Lo que pasa es que no saben. Este mundo en que entramos es ahora como si estuviese acabado de descubrir, sin señalización en las carreteras ni nombres en los pueblos donde viven personas desconocidas. Comprende todo el mundo que es difícil moverse por él. Todo el mundo menos esta gente para que todavía no se han inventado o tal vez se hayan desinventado las brújulas y si les hablas de la Polar creen que es aquella tasca del muelle viejo de Luarca donde se cantaban de atardecida habaneras.
Me apunto a la canción del pirata, donde “allá muevan feroz guerra, ciegos reyes, por un palmo más de tierra”. Alguien me regala una “Historia de Euskadi” en castellano, inglés y eusquera. Hojeo y me entero de la tesis de que Gonzalo de Berceo era euscaldún. Insisto en la lectura y la encuentro, salvo ese detalle, interesante y equilibrada. Insisto en mi conclusión de que España dejaría de ser España si le faltase cualquier parte de su territorio y que eses partes de territorio, separadas del tronco, tampoco serían ni España ni ellas mismas siquiera.
Se asoma la luz incierta del año nuevo por el collado por donde habitualmente lo que nace es un nuevo día. Este que ya se anuncia, no sólo es nuevo día, sino y a la vez, además, nuevo mes y nuevo año. Todo el mundo dice que “plus horríbilis” que este añoviejo de nuestro crepúsculo. No cuadran los presupuestos. Por las empresas, vagan macilentos pesimistas con puñados de papeles cubiertos de números tachados. ¿Dónde ir a buscar dinero –se preguntan con ansiedad manifiesta-? Al dinero, como a los ratones, hay que cebarle ratoneras con buen queso. Me acuerdo un día, que en mi casa las cebaron con queso rancio y no cayó un solo ratón. Cambiaron a un queso suculento y no daban abasto los muelles a sujetar clientela que había invadido el sótano cuando comprábamos las patatas por sacos. Hay que gastar una sardina, decía la abuelina, si quieres pescar y que comamos salmón.
El dinero es prudente. Rehúye el exhibicionismo. No le divierte que lo admiren. Prefiere pudrirse bajo el aspa que señala en el viejo mapa perdido del pirata a que lo enseñen en el escaparate de los ricos. Debe ser angustioso se excesivamente rico, pasar del primer millón de euros, del primer centén de millones de euros, del primer millar. Y los hay. Hace pocos días, el Magazine de El Mundo publicaba la lista, con fotografías, de los más ricachos y ricachones del mundo. Impresionaba leer las cifras. Con mil millones de euros, estaban algunos en el pelotón de los ricachos pobres. Esta crisis económica de ahora mismo, la provocaron los ricos haciéndose la guerra. Estalló la crisis cuando descubrieron que habían inventado el equivalente económico de la bomba atómica en las guerras tradicionales donde morían los jóvenes, los entusiastas, los ilusionados y los héroes. Nos queda, para cuando llegue, si llega, esa paz relativa que hay al final de todas las guerras, de cualquier clase que sean, la guerra económica fría, tan cruel y despiadada como sus equivalentes de armas y municiones.
¡Qué no inventaremos los humanos, tan versátiles y capaces, en nuestra desmedida ambición olímpica de ir más lejos, más deprisa, con mayor fuerza!
No hay comentarios:
Publicar un comentario