martes, 7 de diciembre de 2010

Tremenda soberbia la del hombre, cuando se atreve a escribir tratados de teología, que entiendo se considera la ciencia de Dios.

Estudiar, delimitar, definir el concepto de Dios es de un colosal atrevimiento.

O, por lo menos, a mí me lo parece.

Permanecí, ayer tarde, un gran rato, disfrutando de la saturación de un concierto especial para violonchelo. Ajustar los altavoces, acoplarlos. Saturar el aire de alrededor del cono de luz. Otoño. Mediatarde de un día gris, lluvioso. La música no demasiado alta, lo suficiente para que construya alrededor un bosque en que poder perderse recorriendo el sendero de la melodía, en los bordes del cual, y a veces atravesándolo, se produce la irrupción inesperada de un sonido, o el sonido alterna con silencios durante que puede invadir al caminante que escucha una sensación diferente de cuantas recuerda.

Cumpleaños de la Constitución. Nació en tiempos difíciles y sin embargo no fue el suyo un parto distócico. Hay quien opina que nació así de fácil porque lo dice todo con su contrario como posible. Unos piensan que se conserva joven y otros que ya es vieja y habría que llevarla al cirujano para estirar de aquí y de allá. Es malo, andarles a las constituciones con apaños, arreglos y modificaciones. Una Constitución acredita vigor y se autojustifica por su duración. Cuando con frecuencia se deja retocar, es que no está segura de sí misma y se convierte en ley ocasional, contra el carácter que como ley fundamental, de perdurable por largos períodos, debería ser una de sus características más importantes.

Es una Constitución, como tantos opinan, ambigua en algunos puntos concretos, pero es que una ley fundamental no tiene por qué ser clara, neta, terminante, inflexible. Es la gente como nosotros la que debe suscitar juristas capaces de interpretar culturalmente, con arreglo cada tiempo y cada espacio, esa ley fundamental ideal que sólo va decantando principios fundamentales de cada grupo social. Es la gente como nosotros la que en realidad debe inventar cada día y consolidar los vínculos sociales en que consiste el Estado.

Tiene cierta gracia eso que dicen de “Estado del bienestar”. No lo hay. El “Estado del bienestar” sería por lo menos la antesala del paraíso. El Estado es el grupo social nacional o plurinacional donde la gente debe tratar de vivir lo más solidariamente posible.

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