domingo, 19 de diciembre de 2010

VILLANCICO PARA 2010.11

Vamos a poner el belén,
déjame que te ayude
con los caballetes y los tableros, el papel,
corcho, serrín y musgo, ácido bórico. Un espejo
para fingir el río de las lavanderas. Muy arriba,
en el vericueto más alto, el castillo de Herodes. Por delante
viene,
haciendo curvas imposibles, el camino
de los reyes magos,
que no pondremos todavía.

Un monte más acá, colgado del techo,
sobre la hoguera rodeada de pastores,
el ángel,
que tiene un ala, la izquierda, un poco rota,
de aquel año que se cayó, no sé si recuerdas.

La hilera de casitas de cartón que pintamos
cuando … mejor no recordar,
y el camino, por delante, por donde vienen,
con sus paquetes,
sus zambombas,y sus panderetas, uno con un cordero, incluso,
los pastores,
que se acercan
al portal.

El portal está escachifollado de tanto poner y quitar,
se advierte precario, casi miserable, con goteras,
hendijas
y es posible que nidos de ratones. Ya sabes
que al pobre san José, le royeron, lo dice el villancico,
lo dice la leyenda,
los calzones.

La santa Virgen,
que me encanta soñar como una virgen románica,
con el Niño en el cuello, mirándola,
con los ojos fijos en los ojos fijos
de la Madre incrédula
-las madres no son capaces nunca de creer,
desde el primer momento,
que han sido capaces de traer vida al mundo,
cómplices directas
del buen Padre Dios, al hacerlo.

San José, que se apoya,
con los calzones íntegros todavía,
esta primera noche,
en su cayado. Los animales, cerca,
mirando, dando
calor a la escena, entrecortada de luz,
mezcla de luz de luna y luz de ángeles.

Un Niño,
el Niño,
la figura central,
manoteando, ya dije que mirando a la madre que lo mira.

El Niño,
en el centro del mundo,
voluntario,
explorador,
aprisionado ya por nuestra misma carne mortal,
dispuesto
a sentir nuestra carne,
con todo lo que esto trae consigo,
de sufrimiento,
debilidad,
desasosiego, tentación de abandonar,
dejarlo todo, resignarse.

El Niño,
que ya sabe todo lo que va a ocurrir, y lo aceptó,
de antemano,
para nacer, a pesar de todo,
morir,
sin tener por qué,
sin ley,
justicia
ni razón.

Sin más motivo que el del amor.
cómo no va a decir el clásico,
“no me tienes que dar porque te quiera”,
si me quisiste,
si me quieres tanto,
que ahora mismo soy incapaz de entenderlo,
de entenderte,
de saber por qué me has dado a mí este privilegio
de vivir
y estar poniendo ahora las ovejitas,
las gallinas,
el pozo,
desparramando el ácido bórico,
mientra el recuerdo de mi madre canta:
que en el portal de Belén,
hay un nido de ratones,
y al pobre san José
le royeron
los calzones.

-¿Por qué lloras, abuelo?
-De alegría, mi amor.
-¿Pero se llora también de alegría?
-La alegría, mi vida, es la otra orilla
de la tristeza. Y en este mundo
hay que vivirlas ambas a la vez,
no sabré nunca explicarte por qué.
Ese Niño –ella también lo mira-
es el único que tiene las respuestas.

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