En el mundo en que viven los sueños. Morir –pienso- es no poder regresar de ese mundo donde todo existe, pero no, a la vez. Nada puede acabarse, si no es la cohesión de la materia, su diferente arquitectura.
Soy, en mi sueño, a la vez mi proyecto y mi consecuencia. Despierto tosiendo un proyecto de gripe, puede que un simple catarro esmaltado, taraceado de pesadillas, durante la noche nochera, que, cuando se tuerce, es como un túnel sin salidas aparentes, con las luces de los extremos desesperanzadas por las curvas laberínticas.
Cuéntame las Mil y Una Noches, como al sultán, pero todo el mundo, incluidas las odaliscas, han olvidado las Mil y Una Noches. Las mejores noches de tu vida no fueron aquellas de vino y risas, sino las de juventud cansada, cuando dormías, mineral, de punta a punta de la noche, noches y noches sin sueños, te despertaba el timbre del viejo despertador y esperaba, a la nueve, en San Bernardo todavía, don Nicolás Pérez Serrano para desvelarnos las misteriosas contradicciones del Derecho Político. Dejaba la mesa de la cátedra y se colocaba en el lugar del ambón. La constitución es la ley fundamental de cada país, pero ni siquiera la constitución es una ley eterna, ni siquiera tampoco, en algunos países, duradera. Incluso una constitución necesita cumplir requisitos de legalidad, y, lo que es más importante, de legitimidad.
La idea de la muerte está asociada a la inimaginable vida de más allá de ella. Un cliente me pide consejo para trazar el mapa de su testamento, le digo que lo mejor es lo más sencillo. Nunca trates de gobernar un mundo tan desconocido como será el que permanezca cuando tú ya no estés y nada sea ya como ahora. El testamento, si acaso, hazlo como proyecto imaginativo de la llegada a otra dimensión, ni siquiera lugar, donde nada será probablemente tampoco como habíamos pensado, pero eso es lo que hay, como decía la madre a su hijo: hoy, un plato de lentejas. Con un plato de lentejas se la dio Jacob a su hermano Esaú, dice la Biblia
En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
lunes, 31 de enero de 2011
domingo, 30 de enero de 2011
Acoquina el frío de enero, febrero, imbricados en fin de semana, sobre todo a nosotros, los mayores, para quienes el frío es otra trampa abierta, mientras los nietos cumplen años, regocijados de algún regalo que siempre cae, soplar las velas y rechazar el plato nuevo sin probarlo. Coletea, como un gran cocodrilo en la orilla, el invierno, sopla, mueve, agita las mimosas, que se bruñen y brillan más amarillas si cabe. Urden, agazapados, los que anadean alrededor del hervor político. Se destapan sospechas, se siembran dudas. La política y la administración, esos dos atractivos dedicatorios de que cuesta colgarse, pero luego son vitalicios, por permanencia o de rebote. Una dedicación que debería ser ardua, difícil, pero ocurre como con los jugadores de fútbol. ¿Nunca os habéis fijado que hay algunos que se están partidos enteros como distraídos, y otros que juegan diez o quince minutos, tal vez veinte, de los noventa de partido?
Paso sobre el periódico y leo cosas sorprendentes, aterradoras, preocupantes o tiernas, que diría Cela en una obra casi olvidada, como la flor del culantrillo de pozo.
Deduzco que, como pronosticábamos algunos, ya hay países de la vieja Europa que están saliendo de la crisis como trenes de alta velocidad de un túnel, pero que, como también por desgracia anticipábamos, eso no nos saca a otros del hondón, sino que a veces parece que nos empuja hacia abajo.
Leo también que hay países emergentes por su riqueza, pero cuyo porvenir depende de que les sea posible organizarse para colaborar con sentido y coherencia. ¿Quién y cómo será capaz de gobernar, administrar y representar a conjuntos de más de un millar de millones de habitantes?
Paso sobre el periódico y leo cosas sorprendentes, aterradoras, preocupantes o tiernas, que diría Cela en una obra casi olvidada, como la flor del culantrillo de pozo.
Deduzco que, como pronosticábamos algunos, ya hay países de la vieja Europa que están saliendo de la crisis como trenes de alta velocidad de un túnel, pero que, como también por desgracia anticipábamos, eso no nos saca a otros del hondón, sino que a veces parece que nos empuja hacia abajo.
Leo también que hay países emergentes por su riqueza, pero cuyo porvenir depende de que les sea posible organizarse para colaborar con sentido y coherencia. ¿Quién y cómo será capaz de gobernar, administrar y representar a conjuntos de más de un millar de millones de habitantes?
viernes, 28 de enero de 2011
Dice mi joven amiga que esto de la puñetera crisis ha llegado a su pequeño mundo, que lo nota en las comidas, que esto no es como antes, que se nadaba en la abundancia, y ahora en cambio nos andamos de marca en marca, rebuscando ahorro en el gastar.
Mi joven amiga, y coincidimos en ello, opina que presupuestar para el futuro apoyando una supuesta mayor ganancia en gastar menos, es crecer en la miseria. Eres un imbécil, me insinúa, si crees que vas a ser más ricacho bajándole la ayuda al mudo, quitándole la contrición del cestillo de misa del domino a la parroquia o rechazando las aceitunas o la bolsa de patatas fritas del vermú del sábado. Tienes que esmerarte. Trabajar más y mejor. Buscarte más tajo.
Mi joven amiga es Layla, nuestra perra de agua, que mañana, Deo volente, cumplirá su primer año, equivalente a siete de los humanos, y por eso ha entrado en sentido común y ya se permite darnos consejos, a la vez que las habituales embestidas, a mi mujer, que protesta y a mí, que sufro en silencio porque tiene razón, ya no le aguanto el paso y no la llevo de paseo lo que necesitaría para desfogarse. Sólo faltaría que, para ahorrar, no le mantuviésemos la calidad del pienso.
Mi joven amiga, y coincidimos en ello, opina que presupuestar para el futuro apoyando una supuesta mayor ganancia en gastar menos, es crecer en la miseria. Eres un imbécil, me insinúa, si crees que vas a ser más ricacho bajándole la ayuda al mudo, quitándole la contrición del cestillo de misa del domino a la parroquia o rechazando las aceitunas o la bolsa de patatas fritas del vermú del sábado. Tienes que esmerarte. Trabajar más y mejor. Buscarte más tajo.
Mi joven amiga es Layla, nuestra perra de agua, que mañana, Deo volente, cumplirá su primer año, equivalente a siete de los humanos, y por eso ha entrado en sentido común y ya se permite darnos consejos, a la vez que las habituales embestidas, a mi mujer, que protesta y a mí, que sufro en silencio porque tiene razón, ya no le aguanto el paso y no la llevo de paseo lo que necesitaría para desfogarse. Sólo faltaría que, para ahorrar, no le mantuviésemos la calidad del pienso.
Quemaron herejes, ejecutaron idólatras, rechazaron culturas. ¿Quiénes? Los hombres de un tiempo o de un espacio lo hicieron con los de otro. Se exterminaron por los unos grupos enteros de los otros, hubo tiempo, espacio y ocasiones en que para que alcanzasen la felicidad, que, paradójicamente, ni disfrutaban ni podían ofrecerles los exterminadores.
Se disuelve enero, o tal vez se fosiliza, entre estos fríos con que celebra la meteorología el final de la cuesta de enero, pocas veces tan dura como la de este año de gracia de 2012.
Somos, esta mañana de fines de enero, con la mimosa en flor y yo regresado de otro viaje, los humanos de este grupo social, como una bandada de palomas, de estorninos, de murciélagos, que volamos todos juntos, apiñados, armónicos, dibujando en el aire figuras semigeométricas, como de Gaudí, para escurrirnos y escapar de las acometidas de los halcones peregrinos. Volamos al azar, intentando hallar puerto seguro, imposible refugio.
No nos fiamos de nadie. Es lo que tiene la mentira repetida, que hiciste tantos esfuerzos para creértela que no te quedan fuerzas para distinguirla de posibles verdades de que hemos aprendido a desconfiar.
Algo así debió ocurrir en Babel, cuando se confundieron los ciudadanos e inventaron los idiomas, para desentenderse.
“Guadarrama afila sus uñas de piedra” –dice Gerardo Diego-, y sopla, añado yo, ese aire de que dicen los madrileños, “tan sutil, que mata un hombre y no apaga un candil”. Y sigue el poeta que “por aquí fue España”. “Llamaban Castilla a unas rocas altas”. La meseta, cuando baja la helada, no se estremece, sino que se hiela. Vas, autovía adelante y los costados de tierra a pie de vertiente, están adornados de flore, carámbanos, de cada manantial. La tierra se apelmaza y finge piedra. Todas las piedras de verdad de la meseta tienen una historia que contar. Y las que no, una leyenda. Te bajas del coche, con cuidado de sacarlo del arcén, no vengan los de los puntos, y cualquier piedra que cojas podría, si estuviese de humor, contarte de guerrillas y de bandoleros. Algunas te asegurarán que vieron pasar de vuelta, humilladas, a las huestes de Almanzor, las de Napoleón, las del moro Muza y a don Quijote y Sancho, cuando abandonaron la venta o venían lamiéndose las heridas y poniendo bálsamo de fierabrás en las heridas de aquello de los molinos.
Baja el sol, deslumbrante, tangente a la tierra.
Se disuelve enero, o tal vez se fosiliza, entre estos fríos con que celebra la meteorología el final de la cuesta de enero, pocas veces tan dura como la de este año de gracia de 2012.
Somos, esta mañana de fines de enero, con la mimosa en flor y yo regresado de otro viaje, los humanos de este grupo social, como una bandada de palomas, de estorninos, de murciélagos, que volamos todos juntos, apiñados, armónicos, dibujando en el aire figuras semigeométricas, como de Gaudí, para escurrirnos y escapar de las acometidas de los halcones peregrinos. Volamos al azar, intentando hallar puerto seguro, imposible refugio.
No nos fiamos de nadie. Es lo que tiene la mentira repetida, que hiciste tantos esfuerzos para creértela que no te quedan fuerzas para distinguirla de posibles verdades de que hemos aprendido a desconfiar.
Algo así debió ocurrir en Babel, cuando se confundieron los ciudadanos e inventaron los idiomas, para desentenderse.
“Guadarrama afila sus uñas de piedra” –dice Gerardo Diego-, y sopla, añado yo, ese aire de que dicen los madrileños, “tan sutil, que mata un hombre y no apaga un candil”. Y sigue el poeta que “por aquí fue España”. “Llamaban Castilla a unas rocas altas”. La meseta, cuando baja la helada, no se estremece, sino que se hiela. Vas, autovía adelante y los costados de tierra a pie de vertiente, están adornados de flore, carámbanos, de cada manantial. La tierra se apelmaza y finge piedra. Todas las piedras de verdad de la meseta tienen una historia que contar. Y las que no, una leyenda. Te bajas del coche, con cuidado de sacarlo del arcén, no vengan los de los puntos, y cualquier piedra que cojas podría, si estuviese de humor, contarte de guerrillas y de bandoleros. Algunas te asegurarán que vieron pasar de vuelta, humilladas, a las huestes de Almanzor, las de Napoleón, las del moro Muza y a don Quijote y Sancho, cuando abandonaron la venta o venían lamiéndose las heridas y poniendo bálsamo de fierabrás en las heridas de aquello de los molinos.
Baja el sol, deslumbrante, tangente a la tierra.
martes, 25 de enero de 2011
Es muy probable, en respuesta a tu pregunta, que llame poderosamente la atención una sociedad tan próxima y sin embargo tan diferenciada como es la nórdica respecto de las nuestras, tanto europeas continentales como mediterráneas. Por unas u otras razones, todas nos diferenciamos de noruegos y suecos, dispersos y escasos sobre un territorio para nosotros inhóspito, con unas costumbres para nosotros incomprensibles.
Por eso se ha desatado esta afición a la novela negra sueca, noruega, puede que hasta danesa. Nos habla de gente que nos parece alienígena y poco menos que imposible. Que se nos cuela en casa de rondón y nos refiere lo que suele hacer y su particular decepción, personificada en el escepticismo de una policía que tampoco comprende las costumbres que han subido al norte los y sobre todo las turistas, deslumbradas por la admiración y el afán de proximidad y obsesiva exhibición sexual de los hombres morenos y apasionados del sur.
Nos sorprende esa capacidad de ensimismamiento de la gente dispersa sobre un amplio territorio aparentemente más inhóspito de lo que en realidad es, sobre todo para sus habitantes, se han acostumbrado a pensar mucho y hablar poco. Pensar mucho te enreda en laberintos a veces sin salida, hablar poco te convierte en persona huraña, casi incapaz de gritar para liberarse de los problemas.
Por eso se ha desatado esta afición a la novela negra sueca, noruega, puede que hasta danesa. Nos habla de gente que nos parece alienígena y poco menos que imposible. Que se nos cuela en casa de rondón y nos refiere lo que suele hacer y su particular decepción, personificada en el escepticismo de una policía que tampoco comprende las costumbres que han subido al norte los y sobre todo las turistas, deslumbradas por la admiración y el afán de proximidad y obsesiva exhibición sexual de los hombres morenos y apasionados del sur.
Nos sorprende esa capacidad de ensimismamiento de la gente dispersa sobre un amplio territorio aparentemente más inhóspito de lo que en realidad es, sobre todo para sus habitantes, se han acostumbrado a pensar mucho y hablar poco. Pensar mucho te enreda en laberintos a veces sin salida, hablar poco te convierte en persona huraña, casi incapaz de gritar para liberarse de los problemas.
La noticia estrella de la economía nacional, de hoy, es que las cajas de ahorros se van a ir del panorama financiero.
Lógico.
Hay un modo de vida diferente, a la salida de los túneles de la crisis, y cada pueblo se prepara a su manera para afrontarlo. A tientas. Siempre ha sido así. Pautamos papeles de conducta para el futuro con lo que aprendimos del pasado. El futuro próximo se parece al pasado reciente. Lo que ocurre es que el futuro más lejano ya no se parece en nada al pasado remoto. Y el secreto está en saber acomodar y acoplar el ayer todavía caliente con el mañana que está saliendo del horno, para que el progreso humano se haga sin agitación ni saltos ni sobresaltos. Así, el futuro lejano seguirá sin parecerse al pasado remoto, pero el cambio, el paso de uno a otro, se habrá hecho por evolución paulatina de las realidades. Algo como lo que hacen los agentes naturales con el paisaje, que al final no se parece en nada a su versión lejana en el tiempo, pero conserva su sentido a fuerza de haberse ido adaptando como el barro en el alfar manejado con destreza por el artesano.
Ahí, a la espera, con la preocupación en el ánimo, aguardan su inminente turno las otras cajas más pequeñas todavía, las rurales, cuya mayor solidez no puede disimular sin embargo lo escaso de su tamaño.
Repartidas por el periódico, las habituales referencias a la crueldad brutal de la gente y a la rapacidad de algunos, incapaces de soportar, esa fuerza de atracción que ejerce el dinero, no sólo respecto de quienes lo manejan, manosean, palpan, sino también de los que pasan a su lado. Una especie, al parecer, de vértigo, semejante al que domina cuando te acercas demasiado al borde de un precipicio. Nos pasa con él como con cuantos bienes administramos durante nuestra efímera existencia. Nos aferramos a ellos como si pudiésemos llevárnoslos cuando llega esa hora de la verdad en que hay que irse como nacimos, dejando a la larga incluso la carne, la sangre y los huesos.
Hay ocasiones en que nos atrevemos a contar nuestras aventuras, escribimos un cuaderno de bitácora más o menos detallado y se dan casos de hasta escribir autobiografías o encomendar a un “experto” que lo haga. Un modo de que nuestro grano de arena personal se convierta en protagonista de páginas escritas.
Queda aún algo de turrón, desmigajado en los platos o las fuentes donde estuvo durante la Navidad.
Han empezado, horror, a levantar para arreglar la calle que no es mi calle, pero sí donde vivo. Golpean el suelo con un gran puntero. Lo hacen retemblar. Abren las entrañas de la tierra y sacan pedruscos húmedos, puñados de lodo y grandes ratas, que huyen dando saltos prodigiosos.
Lógico.
Hay un modo de vida diferente, a la salida de los túneles de la crisis, y cada pueblo se prepara a su manera para afrontarlo. A tientas. Siempre ha sido así. Pautamos papeles de conducta para el futuro con lo que aprendimos del pasado. El futuro próximo se parece al pasado reciente. Lo que ocurre es que el futuro más lejano ya no se parece en nada al pasado remoto. Y el secreto está en saber acomodar y acoplar el ayer todavía caliente con el mañana que está saliendo del horno, para que el progreso humano se haga sin agitación ni saltos ni sobresaltos. Así, el futuro lejano seguirá sin parecerse al pasado remoto, pero el cambio, el paso de uno a otro, se habrá hecho por evolución paulatina de las realidades. Algo como lo que hacen los agentes naturales con el paisaje, que al final no se parece en nada a su versión lejana en el tiempo, pero conserva su sentido a fuerza de haberse ido adaptando como el barro en el alfar manejado con destreza por el artesano.
Ahí, a la espera, con la preocupación en el ánimo, aguardan su inminente turno las otras cajas más pequeñas todavía, las rurales, cuya mayor solidez no puede disimular sin embargo lo escaso de su tamaño.
Repartidas por el periódico, las habituales referencias a la crueldad brutal de la gente y a la rapacidad de algunos, incapaces de soportar, esa fuerza de atracción que ejerce el dinero, no sólo respecto de quienes lo manejan, manosean, palpan, sino también de los que pasan a su lado. Una especie, al parecer, de vértigo, semejante al que domina cuando te acercas demasiado al borde de un precipicio. Nos pasa con él como con cuantos bienes administramos durante nuestra efímera existencia. Nos aferramos a ellos como si pudiésemos llevárnoslos cuando llega esa hora de la verdad en que hay que irse como nacimos, dejando a la larga incluso la carne, la sangre y los huesos.
Hay ocasiones en que nos atrevemos a contar nuestras aventuras, escribimos un cuaderno de bitácora más o menos detallado y se dan casos de hasta escribir autobiografías o encomendar a un “experto” que lo haga. Un modo de que nuestro grano de arena personal se convierta en protagonista de páginas escritas.
Queda aún algo de turrón, desmigajado en los platos o las fuentes donde estuvo durante la Navidad.
Han empezado, horror, a levantar para arreglar la calle que no es mi calle, pero sí donde vivo. Golpean el suelo con un gran puntero. Lo hacen retemblar. Abren las entrañas de la tierra y sacan pedruscos húmedos, puñados de lodo y grandes ratas, que huyen dando saltos prodigiosos.
lunes, 24 de enero de 2011
Cuando recorres las viejas fotografías,
Te preguntas
¿por qué pasó el ayer
si era tan agradable,
todos
estábamos, bien se ve en cada fotografía,
sonrientes
y había alrededor un día radiante?
Cuando recorres las viejas, las más viejas
De las fotografías, te preguntas
Si en alguna parte,
Tal vez
En el hermoso país de los sueños,
Quedará sombra siquiera de algunos o de todos
Nosotros,
Cuantos allí estuvimos,
Y quién sabe
Si estamos todavía.
Tal vez si fuésemos capaces
De regresar al mismo sitio, colocarnos
Exactamente donde estuvimos,
Estaríamos de nuevo allí, recobraríamos
Las palabras y los pensamientos
De aquel glorioso día.
Tendríamos que ponernos todos de acuerdo,
Que no falte nadie …,
Pero es justo ahora cuando me doy cuenta
De que a algunos los mantiene secuestrados
La vieja
Dama
Del Alba,
Y de nuevo me cubre la nostalgia
Como el sonido de una gaita,
Como el viento que corre las tonas por allí arriba,
Como la niebla
Que a veces cubre
Todos aquellos lugares
Igual que un olvido.
Paso la página,
Escondo, así, a la vez
Una furtiva lágrima
Y mi vieja
Fotografía.
Te preguntas
¿por qué pasó el ayer
si era tan agradable,
todos
estábamos, bien se ve en cada fotografía,
sonrientes
y había alrededor un día radiante?
Cuando recorres las viejas, las más viejas
De las fotografías, te preguntas
Si en alguna parte,
Tal vez
En el hermoso país de los sueños,
Quedará sombra siquiera de algunos o de todos
Nosotros,
Cuantos allí estuvimos,
Y quién sabe
Si estamos todavía.
Tal vez si fuésemos capaces
De regresar al mismo sitio, colocarnos
Exactamente donde estuvimos,
Estaríamos de nuevo allí, recobraríamos
Las palabras y los pensamientos
De aquel glorioso día.
Tendríamos que ponernos todos de acuerdo,
Que no falte nadie …,
Pero es justo ahora cuando me doy cuenta
De que a algunos los mantiene secuestrados
La vieja
Dama
Del Alba,
Y de nuevo me cubre la nostalgia
Como el sonido de una gaita,
Como el viento que corre las tonas por allí arriba,
Como la niebla
Que a veces cubre
Todos aquellos lugares
Igual que un olvido.
Paso la página,
Escondo, así, a la vez
Una furtiva lágrima
Y mi vieja
Fotografía.
Hay un tramo de vida de cada cual, o por lo menos puede haberlo, es frecuente, que se ha perdido por alguna razón o sinrazón. Casos de prisión, de convalecencia, de enfermedad, de amnesia, de prepararse para algo como un ingreso, una oposición, un examen particularmente duro. Casi no hay nada que valga el transcurso de un tiempo de vida durante que más tarde suele descubrirse que no fuiste tú mismo, sino un esforzado borrón de energía concentrada, como el rayo de luz a través de una lupa, mientras la vida de tu época se desarrollaba, transcurría fuera, lejos, sin tu concurso ni tu conocimiento, sin que tú participases.
Cuando vuelves, han ocurrido multitud de cosas que has de ir recuperando desde tus anacronismos. Porque tú te reincorporas como si el tempo no hubiera transcurrido, de tal modo que te sorprende incluso el modo de pensar de algunos de que te apartaste cuando pensaban de otro modo.
Me toca esta semana mi periplo mensual por las capitales del estado y de la autonomía. Hay una calma tensa en el aire, mientras determinados pueblos de Europa salen de algunas de las crisis, nos damos cuenta de que el nuestro no, se buscan responsables, chivos expiatorios. Hubo en el mundo antiguo culturas en que nada bastaba, sino un sacrificio cruento, para calmar la ira de unos dioses atropomórficos. Vivimos los coletazos de una organización social caduca, que trata de recobrarse, cuando lo que necesita es reconstruirse diferente, con materiales del mundo antiguo y materia prima del futuro que llega cada día a raudales. Entre ultraconservadores y ultramontanos, los que más paradójicamente sufren son los más capaces, los que pretenden compaginar para imbricar la cultura que se extingue con la que llega. Alguno precisamente de éstos es probable que resulte chivo expiatorio y abominado por unos y por otros, ambos lo tratarán de sacrificar, y lo más trágico será que el sacrificio probablemente resultará inútil.
En mi opinión, se está corriendo el grave riesgo de destruir lo que queda de una estructura social, sin disponer del proyecto de otra que pueda sustituirla, un mucho al azar, con riesgo de un período de intemperie.
Cuando vuelves, han ocurrido multitud de cosas que has de ir recuperando desde tus anacronismos. Porque tú te reincorporas como si el tempo no hubiera transcurrido, de tal modo que te sorprende incluso el modo de pensar de algunos de que te apartaste cuando pensaban de otro modo.
Me toca esta semana mi periplo mensual por las capitales del estado y de la autonomía. Hay una calma tensa en el aire, mientras determinados pueblos de Europa salen de algunas de las crisis, nos damos cuenta de que el nuestro no, se buscan responsables, chivos expiatorios. Hubo en el mundo antiguo culturas en que nada bastaba, sino un sacrificio cruento, para calmar la ira de unos dioses atropomórficos. Vivimos los coletazos de una organización social caduca, que trata de recobrarse, cuando lo que necesita es reconstruirse diferente, con materiales del mundo antiguo y materia prima del futuro que llega cada día a raudales. Entre ultraconservadores y ultramontanos, los que más paradójicamente sufren son los más capaces, los que pretenden compaginar para imbricar la cultura que se extingue con la que llega. Alguno precisamente de éstos es probable que resulte chivo expiatorio y abominado por unos y por otros, ambos lo tratarán de sacrificar, y lo más trágico será que el sacrificio probablemente resultará inútil.
En mi opinión, se está corriendo el grave riesgo de destruir lo que queda de una estructura social, sin disponer del proyecto de otra que pueda sustituirla, un mucho al azar, con riesgo de un período de intemperie.
domingo, 23 de enero de 2011
Pájaro prisionero. Una pequeña lavandera, capturada por el hambre, el frío o la curiosidad en el para ella pequeñísimo ámbito de la plaza del mercado de mi pueblo. Revoloteaba, esta mañana, con angustia, incapaz de encontrar la salida. No le dije que volase en una u otra dirección. Temí que ella no me entendiera y las pescaderas de los puestos me tomaran por más loco de lo que estoy. Mira ese viejo loco, que ya habla con los pájaros. La dejé allí, en su laberinto de estrecheces, con la angustia creciendo, como la cola de un cometa, a cada vuelo. Si pudiera enviarle, como intenté, un mensaje telepático. ¿Quién asegura que los pájaros, con su pequeño centro de mando, no son capaces de recibir mensajes telepáticos? Los murciélagos lo son de enviar y recibir datos mediante un radar especial, suyo, tal vez inventado por un Edison de los murciélagos, o un Graham Bell de su casta y condición. Lo que pasa que así, evidentemente aturdida, aterrorizada, la lavandera de mi relato no fue capaz de recibir el mensaje y cuando me fui seguía insistiendo en revolotear sin rumbo, como las palabras no dichas y los pensamientos entrecortados del semisueño del anochecer o el del alba, que estás ya, pero todavía no estás despierto y vagas por las fronteras del sueño, por caminos inciertos, de contrabandista o de exiliado.
No me preguntéis cómo acaba esta historia de pájaros cautivos. No supe más.
Salvo la historia de Arturo Gordon Pym, no conozco relatos que no acaben, incluso cuando forman parte de una saga, siquiera sea de momento, hasta que el autor, o sus personajes, tienen nuevas ocurrencias y regresan desde la inexistencia a este mundo nuestro, es decir, al suyo. Poe deja a su protagonista entrando en la niebla. La niebla disuelve la visión de la realidad, difumina lo que hay. No sabes que podrá ocurrir a quien se arriesga a entrar en una niebla, sobre todo si espesa y cuanto más, más misteriosa.
Me acuerdo ahora del mundo que hay en la capital en cada esquina coincidente con una entrada del metro. La gente suele citarse, por eso pusieron un quiosco de periódicos, y como hay un quiosco, puede haber una referencia, en tal esquina de tales calles, donde la boca del metro de cal barrio, que hay un quiosco de periódicos, y suele, pero no recordamos el detalle, haber una cigarrera que también vende chucherías, ahora dicen chuches, para niños, y un minusválido caído de medio lado en el suelo. Todos atrapados en su mundo, como la lavandera ahora. Casi inmóviles. Petrificados. Como libélulas en ámbar. Hace frío. Se mete hasta los huesos. Cala, como un frágil dolor apenas perceptible.
No me preguntéis cómo acaba esta historia de pájaros cautivos. No supe más.
Salvo la historia de Arturo Gordon Pym, no conozco relatos que no acaben, incluso cuando forman parte de una saga, siquiera sea de momento, hasta que el autor, o sus personajes, tienen nuevas ocurrencias y regresan desde la inexistencia a este mundo nuestro, es decir, al suyo. Poe deja a su protagonista entrando en la niebla. La niebla disuelve la visión de la realidad, difumina lo que hay. No sabes que podrá ocurrir a quien se arriesga a entrar en una niebla, sobre todo si espesa y cuanto más, más misteriosa.
Me acuerdo ahora del mundo que hay en la capital en cada esquina coincidente con una entrada del metro. La gente suele citarse, por eso pusieron un quiosco de periódicos, y como hay un quiosco, puede haber una referencia, en tal esquina de tales calles, donde la boca del metro de cal barrio, que hay un quiosco de periódicos, y suele, pero no recordamos el detalle, haber una cigarrera que también vende chucherías, ahora dicen chuches, para niños, y un minusválido caído de medio lado en el suelo. Todos atrapados en su mundo, como la lavandera ahora. Casi inmóviles. Petrificados. Como libélulas en ámbar. Hace frío. Se mete hasta los huesos. Cala, como un frágil dolor apenas perceptible.
sábado, 22 de enero de 2011
Comprendo que en Nueva Orleans acompañen a los entierros las charangas que interpretan con alegre despreocupación una caótica alegría. Hay una alegría soterrada, opino, en haber hecho algo desagradable que hay que nacer y ya está hecho. Y yo admiro la música de esa ciudad, hace poco martirizada por los elementos y ya al parecer por lo menos parcialmente recuperada.
Todos los años, como está ocurriendo ahora, nace, y, como ocurrirá, muere la mimosa, tras de haber cumplido su misión de anunciar la primavera.
¿Anunciaremos nosotros algo para alguien?
Nacemos, como la mimosa estos días, algunos florecen en conductas brillante, como la mimosa estas semanas hasta fin de mes por lo menos, y morimos, como hará la mimosa en febrero.
Puede que algo o alguien disfrute con esa trayectoria nuestra, en medio de este todo vivo y acuciante en que se desarrolla la vida.
Más allá, afuera, no tenemos noticia más que de la colosal armonía con que el Universo se mueve en medio de un silencio solemne, opero no sabemos si hay vida. O si hay otra cosa, que llamarían otros de otra manera. Incluso es posible que haya otras maneras de manifestarse la energía mediante que vivimos y que habría originado y aún lo esté haciendo, algo que ni siquiera seríamos capaces de identificar y manos definir y clasificar como estamos empeñados siempre en hacer e intentamos hasta con los ángeles y los intuidos alienígenas.
Leo que atribuyen a Bach haber dicho que no hay más que saber tocar la tecla oportuna en el momento adecuado para que el instrumento toque por sí mismo.
Podríamos estar rodeados de entidades inidentificables que estuviesen a su modo existiendo con una equivalencia de lo que llamamos nosotros vida, hasta puede que usando de otro modo la versátil energía cuya manifestación primaria identificamos con la luz.
Seríamos respecto de ellos como los colores del arco iris, todos ellos tan luminosos y variados, pero probablemente ciegos para verse y conocerse recíprocamente y así imposibilitados de conocerse unos a otros, todos, sin embargo, integrantes e integrados en la luz blanca que componen.
Todos los años, como está ocurriendo ahora, nace, y, como ocurrirá, muere la mimosa, tras de haber cumplido su misión de anunciar la primavera.
¿Anunciaremos nosotros algo para alguien?
Nacemos, como la mimosa estos días, algunos florecen en conductas brillante, como la mimosa estas semanas hasta fin de mes por lo menos, y morimos, como hará la mimosa en febrero.
Puede que algo o alguien disfrute con esa trayectoria nuestra, en medio de este todo vivo y acuciante en que se desarrolla la vida.
Más allá, afuera, no tenemos noticia más que de la colosal armonía con que el Universo se mueve en medio de un silencio solemne, opero no sabemos si hay vida. O si hay otra cosa, que llamarían otros de otra manera. Incluso es posible que haya otras maneras de manifestarse la energía mediante que vivimos y que habría originado y aún lo esté haciendo, algo que ni siquiera seríamos capaces de identificar y manos definir y clasificar como estamos empeñados siempre en hacer e intentamos hasta con los ángeles y los intuidos alienígenas.
Leo que atribuyen a Bach haber dicho que no hay más que saber tocar la tecla oportuna en el momento adecuado para que el instrumento toque por sí mismo.
Podríamos estar rodeados de entidades inidentificables que estuviesen a su modo existiendo con una equivalencia de lo que llamamos nosotros vida, hasta puede que usando de otro modo la versátil energía cuya manifestación primaria identificamos con la luz.
Seríamos respecto de ellos como los colores del arco iris, todos ellos tan luminosos y variados, pero probablemente ciegos para verse y conocerse recíprocamente y así imposibilitados de conocerse unos a otros, todos, sin embargo, integrantes e integrados en la luz blanca que componen.
viernes, 21 de enero de 2011
Cae sin hacer ruido la penúltima semana de enero, acribillada, humillada de crisis, rebajas, y dicen que no tenemos ni bancos que puedan con la carga de un mínimo de regeneración económica. No importa, la mimosa de la ladera del monte está en flor y de vuelta el síndrome primero de la primavera. Se ha muerto, nonagenario, un que fue alcalde de Luarca de cuando Luarca no se había dormido del todo. Luarca es mi pueblo, esquina de las Asturias de occidente, occidente el viento donde se pone el sol. El sol ese astro que hoy brilla, desaforado, bruñido por el nordeste helado que dicen los técnicos en meteoros que viene derecho de Siberia, sin menoscabo de frigidez, como el aullido de un lobo estepario, tal vez de una manada de lobos esteparios. Ante las cenizas del Alcalde, que cuando lo fue andaba por mitad del camino de su vida, como Dante cuando bajo, de la mano de Virgilio, a escribir su Divina Comedia, dijo don Hermógenes, que en aquel entonces era cura joven de barrio de la periferia de Oviedo, una hermosa plática, una conversación entre amigos. Solo que hoy, el alcalde, el cura y yo, nos hemos hecho viejos y así los sueños de entonces, se nos han convertido en nostalgias, recuerdos, equipaje de gente mayor, que recorremos como quien reza una letanía, canta una salmodia, bisbiseando.
Hace poco, asistíamos a un homenaje en memoria de don Melquíades Álvarez, otra víctima, asimismo asturiana, de su capacidad de entender el grupo social como grupo humano que enlaza la memoria del pasado con la esperanza del futuro, ambos comunes, como antes lo había sido Jovellanos, y hoy dicen los periódicos que un grupo de asturianos pretende crear un foro de expresión y es de suponer que acción política “de corte melquiadista”. Es como si de pronto estudiésemos a punto de salir del ensimismamiento bipartidiste dimanante de la escisión derecha, izquierda, cada vez más difuminada en el ámbito de las ideas, pero paradójicamente más enfrentada en lo virtual de las personas. Pienso que no cabe diferenciar las ideologías, pero se encierra a grupos de personas en las respectivas cápsulas, y, recíprocamente, se asignan características que en el fondo son comunes, pero poniendo el acento en lo más perverso de cada comportamiento.
Muta así el debate político, pierde su altura de arte de perseguir el bien común para convertirse en un debate de patio escolar en que cada insulto rebota en un “pues tú más” inacabable. Y en vez de debatir o de dialogar respecto de lo bueno para todos, se discute quién es más egoísta, o más acaparador, o menos solidario, o más soberbio o menos listo.
Una cosa es la listura, otra la inteligencia, hay que diferenciar el genio del ingenio, Antonio Marinas está descubriéndonos todo un mundo de sutilezas filosóficas y nos lo describe y cuenta, por añadidura, de modo que entendemos, y hasta nos entretiene incluso, a los eruditos a la violeta, que no solemos profundizar como los eruditos de verdad, pero mantenemos la curiosidad, que nos gusta calificar de científica.
Hace poco, asistíamos a un homenaje en memoria de don Melquíades Álvarez, otra víctima, asimismo asturiana, de su capacidad de entender el grupo social como grupo humano que enlaza la memoria del pasado con la esperanza del futuro, ambos comunes, como antes lo había sido Jovellanos, y hoy dicen los periódicos que un grupo de asturianos pretende crear un foro de expresión y es de suponer que acción política “de corte melquiadista”. Es como si de pronto estudiésemos a punto de salir del ensimismamiento bipartidiste dimanante de la escisión derecha, izquierda, cada vez más difuminada en el ámbito de las ideas, pero paradójicamente más enfrentada en lo virtual de las personas. Pienso que no cabe diferenciar las ideologías, pero se encierra a grupos de personas en las respectivas cápsulas, y, recíprocamente, se asignan características que en el fondo son comunes, pero poniendo el acento en lo más perverso de cada comportamiento.
Muta así el debate político, pierde su altura de arte de perseguir el bien común para convertirse en un debate de patio escolar en que cada insulto rebota en un “pues tú más” inacabable. Y en vez de debatir o de dialogar respecto de lo bueno para todos, se discute quién es más egoísta, o más acaparador, o menos solidario, o más soberbio o menos listo.
Una cosa es la listura, otra la inteligencia, hay que diferenciar el genio del ingenio, Antonio Marinas está descubriéndonos todo un mundo de sutilezas filosóficas y nos lo describe y cuenta, por añadidura, de modo que entendemos, y hasta nos entretiene incluso, a los eruditos a la violeta, que no solemos profundizar como los eruditos de verdad, pero mantenemos la curiosidad, que nos gusta calificar de científica.
lunes, 17 de enero de 2011
Gotean los versos
Lentamente
Como palabras secas,
Gastadas por el amor
Durante la amanecida del tiempo que viene.
Todavía
No nació la madre que ha de parir el futuro
Y por eso es otoño con esta
Desesperanza.
Dime, mi querida,
¿sabes tú quiénes somos?
¿a dónde vamos?
Me dice la muerte,
Dulcemente,
Al oído,
Acariciándome
Con sus labios fríos:
Morirás
Sin saber.
Lentamente
Como palabras secas,
Gastadas por el amor
Durante la amanecida del tiempo que viene.
Todavía
No nació la madre que ha de parir el futuro
Y por eso es otoño con esta
Desesperanza.
Dime, mi querida,
¿sabes tú quiénes somos?
¿a dónde vamos?
Me dice la muerte,
Dulcemente,
Al oído,
Acariciándome
Con sus labios fríos:
Morirás
Sin saber.
domingo, 16 de enero de 2011
Concluyo mi último coloquio, el que hablaba él, yo el que escuchaba, con otro ¿nacionalista? No se sabe, cuando acabas, dónde llega, en qué consiste realmente y por qué no es sólo uno, sino una gavilla de contradicciones lo que caracteriza a estos soñadores de diferenciales más o menos sutiles.
Sin embargo, aparte el amargor, que no amargura, que deja como un regusto la complicada argumentación de cada erudito, reconforta el descubrimiento de que también hay nacionalistas que a pesar de sentirse y consentirse privilegiados respecto de nosotros, los simples mortales restantes, conservan aunque no sea más que como un vago, pero sin duda persistente, recuerdo, la idea de que formamos un equipo y así tendremos que jugar la vida y jugarnos las nuestras en los diferentes envites cuyo hecho final, a veces acto, puede concluir en cualquiera de las diferentes muertes que es posible que aquejen a cualquier humano como prolegómenos, o como adornos, de la otra muerte real.
Ahora he de hacer una pausa. Dormir, tal vez escuchar música, ver un partido de fútbol. Un silencio, antes de ponerme a pensar qué libro iniciaré a continuación. O qué reflexión previa.
Sin embargo, aparte el amargor, que no amargura, que deja como un regusto la complicada argumentación de cada erudito, reconforta el descubrimiento de que también hay nacionalistas que a pesar de sentirse y consentirse privilegiados respecto de nosotros, los simples mortales restantes, conservan aunque no sea más que como un vago, pero sin duda persistente, recuerdo, la idea de que formamos un equipo y así tendremos que jugar la vida y jugarnos las nuestras en los diferentes envites cuyo hecho final, a veces acto, puede concluir en cualquiera de las diferentes muertes que es posible que aquejen a cualquier humano como prolegómenos, o como adornos, de la otra muerte real.
Ahora he de hacer una pausa. Dormir, tal vez escuchar música, ver un partido de fútbol. Un silencio, antes de ponerme a pensar qué libro iniciaré a continuación. O qué reflexión previa.
¿De veras hace falta ser filólogo para encontrar los mitos de todos los idiomas en cada uno de los modos de hablar de los hombres restos de la búsqueda de respuesta para la maravilla de vivir?
No son las palabras, sino la creación toda, que a medida que la conocen los estudiosos, va revelando la economía de los medios usados para cada milagro cotidiano de supervivencia, la colosal dispersión de movimientos, formas y comportamientos repetidos desde los sistemas planetarios hasta la composición de lo infinitesimal.
Eso, que debería ser, que es imagen de la solidaridad expresiva del amor, nos dispersa en manos de gente, a veces de buena fe, que, sorprendida de su propia maravilla, por el hecho de ser y estar, se busca rincones en que ensimismarse para diferenciarse, celosa del peligro de perder lo que sin embargo es esencial.
Un nacionalismo no es más que un narcisismo llevado hasta la exasperación. So olvidan de que los buenos, malos y regulares complementan el equilibrio, son como una explicación metafísica de las leyes que mantienen la creación, la expansión y la realización del universo y de todos y cada un o de sus componentes en un solo acto de amor.
Cada cuento tradicional, cada leyenda, cada mito, cada idioma no son más que esfuerzos para conservar cada uno, separado, apropiado, atesorado, lo que a cada uno pertenece al ser de todos. Elegimos modos que nos parecen diferentes y exclusivos, la manera de realizar y así lograr el destino común.
No son las palabras, sino la creación toda, que a medida que la conocen los estudiosos, va revelando la economía de los medios usados para cada milagro cotidiano de supervivencia, la colosal dispersión de movimientos, formas y comportamientos repetidos desde los sistemas planetarios hasta la composición de lo infinitesimal.
Eso, que debería ser, que es imagen de la solidaridad expresiva del amor, nos dispersa en manos de gente, a veces de buena fe, que, sorprendida de su propia maravilla, por el hecho de ser y estar, se busca rincones en que ensimismarse para diferenciarse, celosa del peligro de perder lo que sin embargo es esencial.
Un nacionalismo no es más que un narcisismo llevado hasta la exasperación. So olvidan de que los buenos, malos y regulares complementan el equilibrio, son como una explicación metafísica de las leyes que mantienen la creación, la expansión y la realización del universo y de todos y cada un o de sus componentes en un solo acto de amor.
Cada cuento tradicional, cada leyenda, cada mito, cada idioma no son más que esfuerzos para conservar cada uno, separado, apropiado, atesorado, lo que a cada uno pertenece al ser de todos. Elegimos modos que nos parecen diferentes y exclusivos, la manera de realizar y así lograr el destino común.
sábado, 15 de enero de 2011
Atardece,
tatuando en el antebrazo de esta mitad de invierno,
a contrasol,
la silueta de la tierra que se aúpa
para alzar como ofrenda una casita
recién pintada,
núbil,
a que rodea el malva del ocaso
con un ribete de oro viejo y plata.
La casa es el sacrificio telúrico
ofrecido en vano por el alma del día.
Alza sus único ojo,
ciclópeo,
cazaestrellas,
que acechan al lucero vespertino;
las atrapa,
mirándolas fijo
como un reptil al pájaro asustado.
¿Qué hace su dueño
con tantas estrellas? ¿les sorbe
tal vez
el brillo, y las deja,
por la mañana, bien temprano, en la playa,
entre las que ahogó, durante la noche, la mar?
Por la mañana,
cuando nace el día,
busca frenético, deslumbrante,
enloquecido, el sol, a sus hermanas (¿tal vez hijas?).
Me deslumbra,
al reflejarse en la indiferencia del cristal,
su inconmensurable dolor trascendido en luz,
como una hermosa,
inconsolable elegía.
tatuando en el antebrazo de esta mitad de invierno,
a contrasol,
la silueta de la tierra que se aúpa
para alzar como ofrenda una casita
recién pintada,
núbil,
a que rodea el malva del ocaso
con un ribete de oro viejo y plata.
La casa es el sacrificio telúrico
ofrecido en vano por el alma del día.
Alza sus único ojo,
ciclópeo,
cazaestrellas,
que acechan al lucero vespertino;
las atrapa,
mirándolas fijo
como un reptil al pájaro asustado.
¿Qué hace su dueño
con tantas estrellas? ¿les sorbe
tal vez
el brillo, y las deja,
por la mañana, bien temprano, en la playa,
entre las que ahogó, durante la noche, la mar?
Por la mañana,
cuando nace el día,
busca frenético, deslumbrante,
enloquecido, el sol, a sus hermanas (¿tal vez hijas?).
Me deslumbra,
al reflejarse en la indiferencia del cristal,
su inconmensurable dolor trascendido en luz,
como una hermosa,
inconsolable elegía.
Lo suyo, lo tuyo, lo mío, lo de todos y lo de nadie. Inventaron la propiedad, marcaron unas rayas en la tierra y se plantaron en una esquina, desafiantes, nuestros ancestros, dispuestos a defender hasta con la vida misma, su parcela, la de cada cual, con uñas, dientes y todas las sucesivamente imaginadas armas de combate. Hay que irse a los cuarteles de invierno, a estudiar las herrumbrosas escrituras, y luego a ver cómo está el folio del Registro.
Ambos, notario y registrador, se me quejan de que la cosa está muy “chunga”, de que han bajado notablemente sus ingresos. Y lo mismo han hecho recientemente el boticario y unos taxistas, de esta capital o de la otra. Más de un cuarenta por ciento, me dicen éstos, y añaden tintes dramáticos los pequeños autónomos, que dicen que la gente retiene los pagos y los deja a la luna de Valencia.
Las crisis están empezando a mojar los pìes de la gente que estaba descuidada en la playa. Aquí no llega, pensaron. Llega a todas partes ¿sabe usted? Y verá a medida que vaya pasando el año.
Con el lío de lo tuyo y lo mío, las prisas y las chapuzas, se desternillan hoy los periódicos con la noticia de que las autoridades han construido en terreno de una señora, que, airada, reclamó y le devuelven ahora lo que era suyo.
Insiste la mimosa en no ser de nadie e irse encendiendo, brote aquí, brote allá, que aún tardará, pero no mucho, en cubrir la ladera. Seguro que esa ladera también tiene dueño, pero no habrá, digo yo, tribunal ni juez que condene ni a la mimosa ni a la ladera a apagar el luminoso amariilo de la mimosa, que todos los años se adelanta a la proverbial margarita del si y el no.
Ambos, notario y registrador, se me quejan de que la cosa está muy “chunga”, de que han bajado notablemente sus ingresos. Y lo mismo han hecho recientemente el boticario y unos taxistas, de esta capital o de la otra. Más de un cuarenta por ciento, me dicen éstos, y añaden tintes dramáticos los pequeños autónomos, que dicen que la gente retiene los pagos y los deja a la luna de Valencia.
Las crisis están empezando a mojar los pìes de la gente que estaba descuidada en la playa. Aquí no llega, pensaron. Llega a todas partes ¿sabe usted? Y verá a medida que vaya pasando el año.
Con el lío de lo tuyo y lo mío, las prisas y las chapuzas, se desternillan hoy los periódicos con la noticia de que las autoridades han construido en terreno de una señora, que, airada, reclamó y le devuelven ahora lo que era suyo.
Insiste la mimosa en no ser de nadie e irse encendiendo, brote aquí, brote allá, que aún tardará, pero no mucho, en cubrir la ladera. Seguro que esa ladera también tiene dueño, pero no habrá, digo yo, tribunal ni juez que condene ni a la mimosa ni a la ladera a apagar el luminoso amariilo de la mimosa, que todos los años se adelanta a la proverbial margarita del si y el no.
viernes, 14 de enero de 2011
La excelente noticia de hoy la da en la ladera del monte, la proclama, todavía discreta, pero evidente, la mimosa, que ha empezado a florecer justo en su época, tal vez este asomo un día adelantado respecto de ese quince de enero crítico, transcurrido el cual se habría, en su caso, retrasado.
El mundo sigue girando entre gritos, convulsiones, miedo a que no llegue a tiempo suficiente dinero o no se produzca a tiempo la imprescindible organización, no se den el orden y el concierto mínimos para mantener estirada durante este perverso año la cuerda del funámbulo social de que formamos parte, la mimosa, puntual, como una pudorosa muchacha núbil apenas cubierta por el velo de novia, ha amarilleado en la ladera.
Sigue peleándose la gente “por un palmo más de tierra”, insiste el capitán pirata de Espronceda, muerto de risa, que en esos primeros brotes, apenas insinuados si me apuráis, y sin embargo ya indudables, reside la esperanzada, ya dije, excelente noticia de este día.
La vi esta mañana, cuando iba con un puñado de música y su letra en el bolsillo, iba conmigo el río. Tan conmovidos ambos que al río se le advertían temblores en el murmullo de su agua viva y a mí se me olvidó que los viernes son los días de la semana que yo pago los periódicos.
El mundo sigue girando entre gritos, convulsiones, miedo a que no llegue a tiempo suficiente dinero o no se produzca a tiempo la imprescindible organización, no se den el orden y el concierto mínimos para mantener estirada durante este perverso año la cuerda del funámbulo social de que formamos parte, la mimosa, puntual, como una pudorosa muchacha núbil apenas cubierta por el velo de novia, ha amarilleado en la ladera.
Sigue peleándose la gente “por un palmo más de tierra”, insiste el capitán pirata de Espronceda, muerto de risa, que en esos primeros brotes, apenas insinuados si me apuráis, y sin embargo ya indudables, reside la esperanzada, ya dije, excelente noticia de este día.
La vi esta mañana, cuando iba con un puñado de música y su letra en el bolsillo, iba conmigo el río. Tan conmovidos ambos que al río se le advertían temblores en el murmullo de su agua viva y a mí se me olvidó que los viernes son los días de la semana que yo pago los periódicos.
miércoles, 12 de enero de 2011
Transcurrida la primera decena del segundo mes de invierno, casi en mitad, dentro de unos veinte día en mitad de invierno, cualquiera de éstos brotará la mimosa.
Se trata de una flor con prisas, que se adelanta a la primavera, que seguro que hace, con su olor, que se excite un poco la escasa respiración de los osos en sus oseras.
Se anuncia magro, este año, en disponibilidades. Todo el mundo habla de recortar los gastos que sea posible. Lo pagarán primero los más débiles. Nadie quiere que sean los suyos, los de su entorno más cercano, en lo familiar, sindical, empresarial o gremial, los que paguen más o paguen primero las consecuencias de estas catastróficas premoniciones de lo que va a ser el año de vacas flacas que se nos ha caído encima.
Mucha gente pregunta qué se puede hacer y cómo. Revela así que nos movemos habitualmente a ciegas y confiados en que alguien va a sacar las castañas del fuego antes de que se quemen las nuestras. Hemos de aprender que en política no podemos comportarnos como los partidarios de cada torero o de cada equipo de fútbol, Lo de la política nos concierne directamente, atañe a nuestro comportamiento, nuestra cartera y nuestra dignidad personales y familiares
Un día de estos, a lo mejor, hablamos de política, pero hoy no. Hoy es un miércoles apacible. Los puestos del mercadillo se han puesto todo a lo largo del río. La calle de al lado del río, que se ciñe a las curvas de la ya ría, cuando lo canalizaron, se llamaba el encauce, más tarde le llamaron, y todavía se llama, del Pilarín, por donde se pone el mercado variopinto de los miércoles, fruterías, casquerías y churrería gallegas, ropa, calzado, hierbas medicinales, caramelos y flores.
Hace tiempo que no bajo por churros. Los recuerdo deliciosos, recién hechos. Hace más tiempo, hubo churrerías en la villa. Pero la villa se ha ido despoblando y envejeciendo y hay cada vez menos comercio y menos establecimientos comerciales, que, algunos se resisten hábilmente a morir, aprovechando, precisamente, que son los últimos y quedan pocos. La villa, que tiene aspecto de ciudad en miniatura, dispuso de un comercio surtido y selecto de que restan ahora, pero mantienen el tipo, los últimos vestigios y hasta hay jóvenes que con cierto heroísmo se ponen tras el mostrador y sobreviven. Este año enteco será, temo, malo para ellos.
Se trata de una flor con prisas, que se adelanta a la primavera, que seguro que hace, con su olor, que se excite un poco la escasa respiración de los osos en sus oseras.
Se anuncia magro, este año, en disponibilidades. Todo el mundo habla de recortar los gastos que sea posible. Lo pagarán primero los más débiles. Nadie quiere que sean los suyos, los de su entorno más cercano, en lo familiar, sindical, empresarial o gremial, los que paguen más o paguen primero las consecuencias de estas catastróficas premoniciones de lo que va a ser el año de vacas flacas que se nos ha caído encima.
Mucha gente pregunta qué se puede hacer y cómo. Revela así que nos movemos habitualmente a ciegas y confiados en que alguien va a sacar las castañas del fuego antes de que se quemen las nuestras. Hemos de aprender que en política no podemos comportarnos como los partidarios de cada torero o de cada equipo de fútbol, Lo de la política nos concierne directamente, atañe a nuestro comportamiento, nuestra cartera y nuestra dignidad personales y familiares
Un día de estos, a lo mejor, hablamos de política, pero hoy no. Hoy es un miércoles apacible. Los puestos del mercadillo se han puesto todo a lo largo del río. La calle de al lado del río, que se ciñe a las curvas de la ya ría, cuando lo canalizaron, se llamaba el encauce, más tarde le llamaron, y todavía se llama, del Pilarín, por donde se pone el mercado variopinto de los miércoles, fruterías, casquerías y churrería gallegas, ropa, calzado, hierbas medicinales, caramelos y flores.
Hace tiempo que no bajo por churros. Los recuerdo deliciosos, recién hechos. Hace más tiempo, hubo churrerías en la villa. Pero la villa se ha ido despoblando y envejeciendo y hay cada vez menos comercio y menos establecimientos comerciales, que, algunos se resisten hábilmente a morir, aprovechando, precisamente, que son los últimos y quedan pocos. La villa, que tiene aspecto de ciudad en miniatura, dispuso de un comercio surtido y selecto de que restan ahora, pero mantienen el tipo, los últimos vestigios y hasta hay jóvenes que con cierto heroísmo se ponen tras el mostrador y sobreviven. Este año enteco será, temo, malo para ellos.
martes, 11 de enero de 2011
Cuando estudiábamos francés, la primera carta ejercicio de traducción inversa se solía iniciar diciendo, tras de la fecha: “Mon cher ami Nicolas …” En alguna parte del mundo, tal vez la misma región en que los tres Reyes Magos, san Nicolas, santa Claus y el ratoncito Pérez, vivirá, digo yo, este Nicolás, tal vez pariente del “my Taylor is Rich” de la primera página del tratado de inglés básico, que, al decir de sus editores, podrá aprenderse siempre en quince hipotéticos días.
Nadie que yo conozca ha aprendido nunca un idioma en quince días, ni siquiera los tres ingleses de Jerome K. Jerome que, dispuestos a recorrer Alemania durante unas vacaciones, se compraron el famoso manual que permitía defenderse en alemán a lo quince días y lo probaban en establecimientos de su propio país con hilarantes consecuencias.
Pero a lo que iba. El moderno blog no es más que la continuación del manual aquel. Se escribe a un o unos desconocidos y a pesar de ello tal vez amigos potenciales, de nombre, oficio y figura desconocidos, tal vez Nicolás.
Porque Nicolás existe. Estoy seguro. Cuentan esos franceses las deliciosas aventuras de “el pequeño Nicolás”. Puede que sea ése, hecho ya mayor.
Lo cierto es que, como cuando el manual, se escribe y escribe, pero ni Nicolás ni nadie comenta una palabra.
Tal vez mejor así. Ni para bien ni para mal. Como aquél de que cuentan que, de viaje a Moscú, preguntaba, para acertar con su atuendo, qué temperatura había en el aeropuerto, y como le dijesen que cero grados, se frotó las manos, diciendo aquello de “¡qué bien!, ni frío ni calolr”.
Nadie que yo conozca ha aprendido nunca un idioma en quince días, ni siquiera los tres ingleses de Jerome K. Jerome que, dispuestos a recorrer Alemania durante unas vacaciones, se compraron el famoso manual que permitía defenderse en alemán a lo quince días y lo probaban en establecimientos de su propio país con hilarantes consecuencias.
Pero a lo que iba. El moderno blog no es más que la continuación del manual aquel. Se escribe a un o unos desconocidos y a pesar de ello tal vez amigos potenciales, de nombre, oficio y figura desconocidos, tal vez Nicolás.
Porque Nicolás existe. Estoy seguro. Cuentan esos franceses las deliciosas aventuras de “el pequeño Nicolás”. Puede que sea ése, hecho ya mayor.
Lo cierto es que, como cuando el manual, se escribe y escribe, pero ni Nicolás ni nadie comenta una palabra.
Tal vez mejor así. Ni para bien ni para mal. Como aquél de que cuentan que, de viaje a Moscú, preguntaba, para acertar con su atuendo, qué temperatura había en el aeropuerto, y como le dijesen que cero grados, se frotó las manos, diciendo aquello de “¡qué bien!, ni frío ni calolr”.
Desagradable tentación la de hablar de política. No se puede mentar ese apartado contracultural de la época sin que permanezca después un espeso amargor dondequiera, el corazón, la cabeza o el alma, que se fragüe el sentimiento de los humanos.
La política fue un arte. Algo así como la orfebrería de la organización social. Ha venido a dar en esto sin que nadie sepa quien puso la primera piedra del desbarajustado monumento a la sinrazón en que ahora consiste.
Está de moda construir edificios sin sentido, complejos, desproporcionados, que nadie sabe para qué usar y acaban poblando los mercaderes expulsados del templo.
Nada de orar, como hizo Gaudí, con piedras manoseadas hasta el ablandamiento, ni con vacíos que se aprovechas para dar descanso, tiempo de vacilación, al orante, sino perderse en el inextricable laberinto de la perversión de los sentidos en que consiste la locura. Ya Erasmo nos había advertido de que era encomiable.
Vivir es también locura. Quien no tiene una vena de locura no será aventurero ni como César, ni como Alejandro Magno, ni como Aníbal, ni como Atila o Gengis Khan, ni siquiera como don Quijote y Sancho, uno, en realidad, juntos entrambos. ¿A quién conocéis que siendo el escudero no sea el señor y viceversa?
Volvamos, sin embargo, a la política. Pocas veces, si alguna, es locura. La locura apunta a una generosidad sin límites, o a un alternativo torbellino de ensimismamiento. El político sale al campo y al bosque a ejercitar malas artes de furtivo y ver de qué puede apoderarse para construir su castillo roquero. ¿Que los hay de buena fe?. ¡Pues claro!. Muchos. Pero abunda asimismo esta otra clase que ha profesionalizado su mediocre artesanía y nos cobra a todos para pagarse a sí mismo.
Todo el mundo, argumentan, tiene que vivir. Y hasta tendrán razón.
La política fue un arte. Algo así como la orfebrería de la organización social. Ha venido a dar en esto sin que nadie sepa quien puso la primera piedra del desbarajustado monumento a la sinrazón en que ahora consiste.
Está de moda construir edificios sin sentido, complejos, desproporcionados, que nadie sabe para qué usar y acaban poblando los mercaderes expulsados del templo.
Nada de orar, como hizo Gaudí, con piedras manoseadas hasta el ablandamiento, ni con vacíos que se aprovechas para dar descanso, tiempo de vacilación, al orante, sino perderse en el inextricable laberinto de la perversión de los sentidos en que consiste la locura. Ya Erasmo nos había advertido de que era encomiable.
Vivir es también locura. Quien no tiene una vena de locura no será aventurero ni como César, ni como Alejandro Magno, ni como Aníbal, ni como Atila o Gengis Khan, ni siquiera como don Quijote y Sancho, uno, en realidad, juntos entrambos. ¿A quién conocéis que siendo el escudero no sea el señor y viceversa?
Volvamos, sin embargo, a la política. Pocas veces, si alguna, es locura. La locura apunta a una generosidad sin límites, o a un alternativo torbellino de ensimismamiento. El político sale al campo y al bosque a ejercitar malas artes de furtivo y ver de qué puede apoderarse para construir su castillo roquero. ¿Que los hay de buena fe?. ¡Pues claro!. Muchos. Pero abunda asimismo esta otra clase que ha profesionalizado su mediocre artesanía y nos cobra a todos para pagarse a sí mismo.
Todo el mundo, argumentan, tiene que vivir. Y hasta tendrán razón.
lunes, 10 de enero de 2011
Un ejemplo de trayectoria humana de la época, podría consistir en aquel chaval que vino de la periferia rural a cualquiera de las ciudades universitarias, adolescente todavía, sin ideario político, con la fe del carbonero, dispuesto alternativamente, a estudiar una carrera u obtener un empleo que le permitiesen casarse, formar una familia y recorrer una vida similar en lo pequeñoburgués a la de sus padre y abuelo.
Dependió, en primer lugar, de su entorno personal inicial, en la Universidad, el. trabajo, en el alojamiento, y, en seguida, de si encontró o no trabajo y acertó, en el otro caso o no, con la carrera elegida.
El fracaso y la pobreza convierten en revolucionario de modo inmediato, más lento es llevar a esa convicción tener la sensibilidad bastante para solidarizarse con el entorno. Otro modo es que alguien, entusiasta de algo, reciba como amigo.
El éxito en la búsqueda de trabajo, el acierto en la elección de carrera universitaria o un entorno protector pequeñoburgués, concurrente con un cierto grado de sordera social o de reducción del problema social a términos literarios, llevaría a nuestro protagonista al dulce encanto de la burguesía.
Un revolucionario con cierto grado de preparación intelectual es una bomba de relojería. Suele ser un subproducto de cualquiera de las dos bases examinadas como prototípicas, que se haya interrumpido a mitad del respectivo camino.
Caldo de cultivo para la revolución suelen ser el fracaso mezclado con el generoso ímpetu juvenil, a que, como extremo de su tendencia de sacrificio en pro del común se une el atractivo de regusto a oro viejo del escepticismo, esa tierna nostalgia.
Cuando estalla, la revolución suele depurarse a sí misma. Los revolucionarios más entusiastas y convencidos suelen morir durante ella y dejar paso a prudentes simpatizantes, hábiles pescadores de río revuelto.
El mejor antídoto para la revolución es que el grupo social donde quepa el menor riesgo de que se fragüe sea mayoritariamente pequeñoburgués. Los miembros de tal estamento social constituyen de por sí el mejor cuerpo social de defensa, es esqueleto y la coraza del grupo, y, a la vez, su equilibrio.
La pequeña burguesía puede estar correctamente formada por pequeños y medianos comerciantes o sociedades de dimensión razonable, cuya actividad conjunta es susceptible de mantener la colmena, y, periódicamente, regenerarla. El peligro reside en que haya ocasiones en que el grupo social pequeñoburgués se forma sobre esquemas artificiales, como puede ser el de que lo integre una administración desmedida, que, al crecer por encima de lo conveniente, más de lo necesario y muy por encima de lo indispensable, acaba por poner en riesgo de consunción sus propios recursos, y crear, sucesivamente, necesidades y el más o menos inminente peligro de la ruina económica del conjunto, dejando al grupo sin su escalón intermedio, incorporando sus miembros a los extremistas del lado de un insultante disfrute de privilegios o del de la acuciante necesidad progresiva.
Ya tenemos el esquema de la novela. Pirandello, en ocasión parecida, se encontró con unos personajes que buscaban autor. Los personajes, en cuanto se encarnan, se les proporciona expresión y voz, empiezan a tener exigencias, a discutir. Lo despiertan a uno a altas horas de la noche, con esa brusquedad suya, y te preguntan por qué en la última página de ayer les obligaste a decir, contra su convicción, esto o aquello. Y si tratas de discutir, se echan a reír y te preguntan: ¿y tú eras el que querías crear un personaje real? ¡Vamos hombre!, Tú lo que pretendías era encontrar un esclavo que dijese, disfrazado de ser otro, lo que en realidad piensas tú mismo.
Y te dejan insomne.
Por eso dejé de escribir la novela. Cuando se escribe un poema, el único que te puede poner y de hecho te pone como un trapo es el crítico. Y al crítico sabes que puedes ignorarlo sin que te quite el sueño. Podría estar equivocado. Tu personaje, en cambio, que ya no es tuyo, pero que lo conoces como si lo hubieses parido, sabes que te dice verdades como puños.
Dependió, en primer lugar, de su entorno personal inicial, en la Universidad, el. trabajo, en el alojamiento, y, en seguida, de si encontró o no trabajo y acertó, en el otro caso o no, con la carrera elegida.
El fracaso y la pobreza convierten en revolucionario de modo inmediato, más lento es llevar a esa convicción tener la sensibilidad bastante para solidarizarse con el entorno. Otro modo es que alguien, entusiasta de algo, reciba como amigo.
El éxito en la búsqueda de trabajo, el acierto en la elección de carrera universitaria o un entorno protector pequeñoburgués, concurrente con un cierto grado de sordera social o de reducción del problema social a términos literarios, llevaría a nuestro protagonista al dulce encanto de la burguesía.
Un revolucionario con cierto grado de preparación intelectual es una bomba de relojería. Suele ser un subproducto de cualquiera de las dos bases examinadas como prototípicas, que se haya interrumpido a mitad del respectivo camino.
Caldo de cultivo para la revolución suelen ser el fracaso mezclado con el generoso ímpetu juvenil, a que, como extremo de su tendencia de sacrificio en pro del común se une el atractivo de regusto a oro viejo del escepticismo, esa tierna nostalgia.
Cuando estalla, la revolución suele depurarse a sí misma. Los revolucionarios más entusiastas y convencidos suelen morir durante ella y dejar paso a prudentes simpatizantes, hábiles pescadores de río revuelto.
El mejor antídoto para la revolución es que el grupo social donde quepa el menor riesgo de que se fragüe sea mayoritariamente pequeñoburgués. Los miembros de tal estamento social constituyen de por sí el mejor cuerpo social de defensa, es esqueleto y la coraza del grupo, y, a la vez, su equilibrio.
La pequeña burguesía puede estar correctamente formada por pequeños y medianos comerciantes o sociedades de dimensión razonable, cuya actividad conjunta es susceptible de mantener la colmena, y, periódicamente, regenerarla. El peligro reside en que haya ocasiones en que el grupo social pequeñoburgués se forma sobre esquemas artificiales, como puede ser el de que lo integre una administración desmedida, que, al crecer por encima de lo conveniente, más de lo necesario y muy por encima de lo indispensable, acaba por poner en riesgo de consunción sus propios recursos, y crear, sucesivamente, necesidades y el más o menos inminente peligro de la ruina económica del conjunto, dejando al grupo sin su escalón intermedio, incorporando sus miembros a los extremistas del lado de un insultante disfrute de privilegios o del de la acuciante necesidad progresiva.
Ya tenemos el esquema de la novela. Pirandello, en ocasión parecida, se encontró con unos personajes que buscaban autor. Los personajes, en cuanto se encarnan, se les proporciona expresión y voz, empiezan a tener exigencias, a discutir. Lo despiertan a uno a altas horas de la noche, con esa brusquedad suya, y te preguntan por qué en la última página de ayer les obligaste a decir, contra su convicción, esto o aquello. Y si tratas de discutir, se echan a reír y te preguntan: ¿y tú eras el que querías crear un personaje real? ¡Vamos hombre!, Tú lo que pretendías era encontrar un esclavo que dijese, disfrazado de ser otro, lo que en realidad piensas tú mismo.
Y te dejan insomne.
Por eso dejé de escribir la novela. Cuando se escribe un poema, el único que te puede poner y de hecho te pone como un trapo es el crítico. Y al crítico sabes que puedes ignorarlo sin que te quite el sueño. Podría estar equivocado. Tu personaje, en cambio, que ya no es tuyo, pero que lo conoces como si lo hubieses parido, sabes que te dice verdades como puños.
Si no podíamos ser Colegio Mayor, podríamos ser Residencia de Estudiantes. Nosotros nos limitábamos a ser los estudiantes, pero supongo que alguien habrá establecido de modo deliberado la semejanza en aquella época en que la Residencia permanecía, que yo sepa, cerrada desde la guerra todavía reciente.
La Universidad y sus Colegios Mayores, sus Residencias de Estudiantes y hasta sus Casas de la Troya, son un vivero, constituyen un seminario de universalidad humanista.
Fracasan, es cierto, casi siempre o por lo menos en muchos, la mayoría tal vez, de los casos, pero hay un escaso número de personas en que se cumple el fin de esa Universidad tan proclive al fracaso, en ocasiones por incapacidad docente, en otras por incapacidad discente.
La Universidad, con sus instituciones complementarias y suplementarias, un todo, funciona y de allí brota, esencial para cada generación, el grupo humano que caracterizará cada época.
Es indispensable el ámbito universitario, que está compuesto por las aulas, los pasillos, los campos de deportes, los patios, las cafeterías y los bares, las salas de estudio, las capillas, los lugares de reunión, las conferencias, las presencias, las ausencias y muchos laboratorios, muchas bibliotecas.
Cada Universidad que merezca ese nombre va a destilar los de unos pocos, muy pocos en proporción a los que un día llegamos sin que nadie nos haya previamente advertido de dónde acabamos de llegar, que se van a poner al frente de la caravana generacional, y hasta, algunos, van a dejar escrito su nombre durante más o menos tiempo, tal vez para siempre, en una página de la historia de la humanidad sobre la tierra.
Sugiero que sería importante pasar con frecuencia por las aulas de los últimos cursos de los colegios e institutos de enseñanza media explicando en qué consiste la superior y por qué están algunos llamados a dejar de estudiar el pasado para enfrentarse, unos, con el presente y sus problemas universales, otros con el futuro, en ambos casos con toda la capacidad humana de curiosidad abierta a la duda, la posibilidad y la necesidad de ir estableciendo las certezas provisionales de la historia, el camino, la vida.
La Universidad y sus Colegios Mayores, sus Residencias de Estudiantes y hasta sus Casas de la Troya, son un vivero, constituyen un seminario de universalidad humanista.
Fracasan, es cierto, casi siempre o por lo menos en muchos, la mayoría tal vez, de los casos, pero hay un escaso número de personas en que se cumple el fin de esa Universidad tan proclive al fracaso, en ocasiones por incapacidad docente, en otras por incapacidad discente.
La Universidad, con sus instituciones complementarias y suplementarias, un todo, funciona y de allí brota, esencial para cada generación, el grupo humano que caracterizará cada época.
Es indispensable el ámbito universitario, que está compuesto por las aulas, los pasillos, los campos de deportes, los patios, las cafeterías y los bares, las salas de estudio, las capillas, los lugares de reunión, las conferencias, las presencias, las ausencias y muchos laboratorios, muchas bibliotecas.
Cada Universidad que merezca ese nombre va a destilar los de unos pocos, muy pocos en proporción a los que un día llegamos sin que nadie nos haya previamente advertido de dónde acabamos de llegar, que se van a poner al frente de la caravana generacional, y hasta, algunos, van a dejar escrito su nombre durante más o menos tiempo, tal vez para siempre, en una página de la historia de la humanidad sobre la tierra.
Sugiero que sería importante pasar con frecuencia por las aulas de los últimos cursos de los colegios e institutos de enseñanza media explicando en qué consiste la superior y por qué están algunos llamados a dejar de estudiar el pasado para enfrentarse, unos, con el presente y sus problemas universales, otros con el futuro, en ambos casos con toda la capacidad humana de curiosidad abierta a la duda, la posibilidad y la necesidad de ir estableciendo las certezas provisionales de la historia, el camino, la vida.
domingo, 9 de enero de 2011
Puede que sea imposible ser vasco y no ser soberbio. Mi admirado Juaristi reconoce en sus memorias de juventud haberlo sido que añade que le parece, opinión que comparto, que es el menos grave de los pecados capitales, y que entendido a su modo, al no soler dañar al prójimo, hasta es posible que sea el más fácilmente disculpable. Yo lo hubiera sido, de no haber mediado este sentimiento, compensatorio, de fracasado, que me viene acompañando como mi sombra. Es posible que formando parte de ella.
La soberbia, a quien suele perjudicar es al soberbio, como componente en que se convierte de muchas otras características personales del soberbio. Suele producir necedad. Si yo creo que tengo razón, ¿por qué voy a rectificar? Cuando un soberbio hace algo en provecho de otros, suele darse cuenta de que lo suyo no ha sido o no ha sido todo altruismo o filantropía, ni mucho menos, claro, caridad, sino que hay un componente de soberbia, en el admiraos de lo que he logrado yo, que tal vez desvirtúe lo encomiable de la operación o de la conducta personal del soberbio.
Hay un punto de soberbia inconsciente en la manía que algunos tenemos de no repasar para corregir lo escrito porque hacerlo nos aburre soberanamente. Lo escrito, escrito está, ¿para qué volver sobre ello y así perder el tiempo?
Escribir es un puro deleite, aunque no sea más que como desahogo de sensaciones que nos impactan hasta cerca del dolor o de la alegría en sus más íntimos reductos personales. Repasar lo escrito, más aún, corregirlo, raspa de aquí, borra de allá, corrige el contexto, es un trabajo.
Dos componentes de la personalidad de algunos nos lo dificultan: la vagancia y la soberbia. La segunda en cuanto, rebasado el momento del sentimiento que justificó haber escrito, al releer, muchas veces, se descubre que no valía la pena haberlo hecho. Aquello, que en su momento pareció brillante, no es más que una piedra de río, que, al secar, revela la insignificancia de su contextura.
¿Hay, sin embargo, me pregunto, algo, ni siquiera una piedra de aparente intrascendencia, que sea de verdad insignificante?. En mi opinión, todo lo creado es, cada cosa una joya admirable, cada concepto una memorable genialidad.
Volviendo a lo primero, mi aseveración empírica de esta tarde, casi anochecido, es que no hace falta ser vasco para ser soberbio, pero que hay más soberbios entre los vascos. Lo cual revela mi capacidad de decir tonterías porque considero más importante y cierto asegurar que no puede generalizarse y hacer referencia a un grupo, un pueblo, una generación para atribuir algo a todos, ni siquiera a la mayoría de sus miembros.
La soberbia, a quien suele perjudicar es al soberbio, como componente en que se convierte de muchas otras características personales del soberbio. Suele producir necedad. Si yo creo que tengo razón, ¿por qué voy a rectificar? Cuando un soberbio hace algo en provecho de otros, suele darse cuenta de que lo suyo no ha sido o no ha sido todo altruismo o filantropía, ni mucho menos, claro, caridad, sino que hay un componente de soberbia, en el admiraos de lo que he logrado yo, que tal vez desvirtúe lo encomiable de la operación o de la conducta personal del soberbio.
Hay un punto de soberbia inconsciente en la manía que algunos tenemos de no repasar para corregir lo escrito porque hacerlo nos aburre soberanamente. Lo escrito, escrito está, ¿para qué volver sobre ello y así perder el tiempo?
Escribir es un puro deleite, aunque no sea más que como desahogo de sensaciones que nos impactan hasta cerca del dolor o de la alegría en sus más íntimos reductos personales. Repasar lo escrito, más aún, corregirlo, raspa de aquí, borra de allá, corrige el contexto, es un trabajo.
Dos componentes de la personalidad de algunos nos lo dificultan: la vagancia y la soberbia. La segunda en cuanto, rebasado el momento del sentimiento que justificó haber escrito, al releer, muchas veces, se descubre que no valía la pena haberlo hecho. Aquello, que en su momento pareció brillante, no es más que una piedra de río, que, al secar, revela la insignificancia de su contextura.
¿Hay, sin embargo, me pregunto, algo, ni siquiera una piedra de aparente intrascendencia, que sea de verdad insignificante?. En mi opinión, todo lo creado es, cada cosa una joya admirable, cada concepto una memorable genialidad.
Volviendo a lo primero, mi aseveración empírica de esta tarde, casi anochecido, es que no hace falta ser vasco para ser soberbio, pero que hay más soberbios entre los vascos. Lo cual revela mi capacidad de decir tonterías porque considero más importante y cierto asegurar que no puede generalizarse y hacer referencia a un grupo, un pueblo, una generación para atribuir algo a todos, ni siquiera a la mayoría de sus miembros.
Somos simpáticos a algunos, pero los hay que no pueden soportarnos. Es fácil comprobarlo estos días, al ver la cantidad de flores que le echan a Paco Alvarez Cascos y las atrocidades que le dicen los del segundo grupo. Entre los de la A y los de la B, la parte luminosa y la oscura, nos descubren o nos recuerdan estos días las debilidades de nuestro carácter y las dificultades de un grupo social como el nuestro, tradicionalmente caprichoso, pícaro y absolutista, para entender la interpretación anglosajón y de la Europa liberal de lo que los Griegos inventaron como “democracia”.
No voy a ser yo el que comente una realidad que salta a la vista, me refiero a esas debilidades y dificultades, lo que sí, que merecería la pena tomar cuenta de los hechos y de sus consecuencias, para profundizar sobre algo que es evidente que dificulta y retrasa nuestra incorporación al mundo global que menos mal que viene lento como una tortuga asmática, a trancas y barrancas de los intereses internacionales creados en tantos años de relaciones y enfrentamientos bilaterales de estados o de sus asociaciones, ligas y alianzas más o menos precarias, más o menos interesadas, más o menos ocasionales.
Es, ni más ni menos, el hecho de que la organización social no es extrapolable sin más, y lo es con mayor dificultad cuanto más numerosas sean las porciones en que instituciones foráneas y adecuadas para el territorio sociopolítico en que están arraigadas, sean las que se desgajen de su tronco e intenten injertarse en otros que por esencia y naturaleza, provisional o definitivamente las rechazan. Hay claros ejemplos que no funcionan en el ordenamiento procesal, tanto en su vertiente civil como en la penal, en que, cierto que con algún respeto de mucho de lo tradicional, se han venido tratando de incorporar a medias partículas de otros ajenos con las consecuencias previsibles de rechinamiento y atranque del sistema. Ocurre lo mismo con lo político, pero hablar de política tiene siempre el peligro de que se tilde al atrevido de acercar sardinas a su hoguera.
Eso ha venido a unirse al descomunal error de haber constitucionalizado las autonomías, que va haciendo tránsito a la idea de que podría ser posible federalizar el territorio, a partir, paradójicamente, de la superación que supuso la creación del estado unitario en cuya esencia están ahora integrados todos aquellos reinos y señoríos para superar la idea feudal de que el poder absoluto del rey podía disponer del territorio del reino y desmenuzarlo a su arbitrio entre hijos y otros herederos. Los individuos integraron las familias, las familias hicieron las tribus, las tribus se constituyeron en pueblos, los pueblos formaron el estado, y ahora los estados deben buscar la manera de organizarse en la nueva situación de estrecha relación entre ellos, llámese aldea global, con su mercado global, que no es que nadie quiera implantar como nuevo instrumento para esto o aquello, sino que viene impuesto por la realidad de las cosas y el estrechamiento de la convivencia, que en su día provocó que los individuos se agrupasen en familias, las familias, después, en tribus, etcétera.
No voy a ser yo el que comente una realidad que salta a la vista, me refiero a esas debilidades y dificultades, lo que sí, que merecería la pena tomar cuenta de los hechos y de sus consecuencias, para profundizar sobre algo que es evidente que dificulta y retrasa nuestra incorporación al mundo global que menos mal que viene lento como una tortuga asmática, a trancas y barrancas de los intereses internacionales creados en tantos años de relaciones y enfrentamientos bilaterales de estados o de sus asociaciones, ligas y alianzas más o menos precarias, más o menos interesadas, más o menos ocasionales.
Es, ni más ni menos, el hecho de que la organización social no es extrapolable sin más, y lo es con mayor dificultad cuanto más numerosas sean las porciones en que instituciones foráneas y adecuadas para el territorio sociopolítico en que están arraigadas, sean las que se desgajen de su tronco e intenten injertarse en otros que por esencia y naturaleza, provisional o definitivamente las rechazan. Hay claros ejemplos que no funcionan en el ordenamiento procesal, tanto en su vertiente civil como en la penal, en que, cierto que con algún respeto de mucho de lo tradicional, se han venido tratando de incorporar a medias partículas de otros ajenos con las consecuencias previsibles de rechinamiento y atranque del sistema. Ocurre lo mismo con lo político, pero hablar de política tiene siempre el peligro de que se tilde al atrevido de acercar sardinas a su hoguera.
Eso ha venido a unirse al descomunal error de haber constitucionalizado las autonomías, que va haciendo tránsito a la idea de que podría ser posible federalizar el territorio, a partir, paradójicamente, de la superación que supuso la creación del estado unitario en cuya esencia están ahora integrados todos aquellos reinos y señoríos para superar la idea feudal de que el poder absoluto del rey podía disponer del territorio del reino y desmenuzarlo a su arbitrio entre hijos y otros herederos. Los individuos integraron las familias, las familias hicieron las tribus, las tribus se constituyeron en pueblos, los pueblos formaron el estado, y ahora los estados deben buscar la manera de organizarse en la nueva situación de estrecha relación entre ellos, llámese aldea global, con su mercado global, que no es que nadie quiera implantar como nuevo instrumento para esto o aquello, sino que viene impuesto por la realidad de las cosas y el estrechamiento de la convivencia, que en su día provocó que los individuos se agrupasen en familias, las familias, después, en tribus, etcétera.
Entre desastre y desastre, el primoroso juego del Barcelona de mis preferencias y la visita del Primer Ministro chino, que, quién lo iba a decir, nos ha venido a aliviar las penas con dinero fresco, hecho a lo largo y lo ancho del mundo por los millones de chinos que hay desperdigados, embajadores de los muchos más millones que quedan en China, que es probable que nadie los haya contado nunca, como pasa con los indios de India, que tampoco hay quien aguante la cuenta sin dormirse.
Un Rico Avello, Carlos, me descubrió hace mucho la historia de Miguel de Loarca, que llegó a ser embajador, más o menos plenipotenciario, en la corte de uno de aquellos míticos emperadores de la China milenaria que hasta tenían su paraíso familiar en su Ciudad Prohibida. Las ciudades prohibidas y los paraísos familiares suelen ser poco más que entrañables espacios, pero resultan insoportables para todos aquellos a que Ortega llamó las masas, que acaban por asaltarlos, y, al descubrir que allí en realidad no había más que flores, cuadros incomprensibles y arboledas sin misterios, se consuelan cortando la cabeza de María Antonieta, que es probable que ni siquiera le hubiese dicho nadie que la masa existía.
Ahora, los chinos parecen dispuestos a comprarnos cosas elementales, de que la mayoría casi infinita de los chinos carece, y parte de nuestra deuda, que a mí me hace cierta gracia que el estado emita periódicamente deuda, es decir, reconozca cada poco que como no gana para pagar el gasto, tiene que pedirle al banquero del lugar, como ya les pasaba a don Carlos I de España y V de Alemania y a su hijo don Felipe II, siempre recriminados por banqueros de toda Europa a que debían lo indecible y casi incontable. Con lo fácilmente que explican los economistas a las familias que debe acomodarse el gasto a los ingresos. ¿Cuándo pensarán los Estados pagar sus deudas? ¿O pasará como con esos morosos que pagan cada deuda con otra deuda nueva y así a esperar a ver si el tiempo lo arregla todo?
De todo lo dicho, creo que la mejor noticia es la de que los chinos estén dispuestos y propicios a comprarnos por lo menos parte del ajuar doméstico de por lo menos parte de su futura burguesía colectiva.
Miguel de Luarca regresó de sus muchas y peligrosas aventuras en China y las islas Filipinas y llegó a regidor de una villa de Castilla de que son admirables su plaza mayor, las siete iglesias y los cochinillos que doran en sus fogones mis amigos los dueños de un viejo mesón que llaman Las Cubas, me refiero, como habréis supuesto a la villa de Arévalo, importante en determinadas etapas de la azarosa vida de doña Isabel, luego la Católica, promotora nada menos que de la conquista de Granada y el descubrimiento de América, que ahora dicen que fueron mucho antes los vikingos, pero tal vez se les había olvidado y dejaron un mapa como los de las novelas y películas de tesoros de piratas muertos, con una x señalando el lugar, en este caso en medio de la mar oceana, entre el Atlántico y el Pacífico, según de va de frente desde el final de la tierra, Fisterra, que dicen los sabios gallegos, tan milenarios como el emperador chino.
Un Rico Avello, Carlos, me descubrió hace mucho la historia de Miguel de Loarca, que llegó a ser embajador, más o menos plenipotenciario, en la corte de uno de aquellos míticos emperadores de la China milenaria que hasta tenían su paraíso familiar en su Ciudad Prohibida. Las ciudades prohibidas y los paraísos familiares suelen ser poco más que entrañables espacios, pero resultan insoportables para todos aquellos a que Ortega llamó las masas, que acaban por asaltarlos, y, al descubrir que allí en realidad no había más que flores, cuadros incomprensibles y arboledas sin misterios, se consuelan cortando la cabeza de María Antonieta, que es probable que ni siquiera le hubiese dicho nadie que la masa existía.
Ahora, los chinos parecen dispuestos a comprarnos cosas elementales, de que la mayoría casi infinita de los chinos carece, y parte de nuestra deuda, que a mí me hace cierta gracia que el estado emita periódicamente deuda, es decir, reconozca cada poco que como no gana para pagar el gasto, tiene que pedirle al banquero del lugar, como ya les pasaba a don Carlos I de España y V de Alemania y a su hijo don Felipe II, siempre recriminados por banqueros de toda Europa a que debían lo indecible y casi incontable. Con lo fácilmente que explican los economistas a las familias que debe acomodarse el gasto a los ingresos. ¿Cuándo pensarán los Estados pagar sus deudas? ¿O pasará como con esos morosos que pagan cada deuda con otra deuda nueva y así a esperar a ver si el tiempo lo arregla todo?
De todo lo dicho, creo que la mejor noticia es la de que los chinos estén dispuestos y propicios a comprarnos por lo menos parte del ajuar doméstico de por lo menos parte de su futura burguesía colectiva.
Miguel de Luarca regresó de sus muchas y peligrosas aventuras en China y las islas Filipinas y llegó a regidor de una villa de Castilla de que son admirables su plaza mayor, las siete iglesias y los cochinillos que doran en sus fogones mis amigos los dueños de un viejo mesón que llaman Las Cubas, me refiero, como habréis supuesto a la villa de Arévalo, importante en determinadas etapas de la azarosa vida de doña Isabel, luego la Católica, promotora nada menos que de la conquista de Granada y el descubrimiento de América, que ahora dicen que fueron mucho antes los vikingos, pero tal vez se les había olvidado y dejaron un mapa como los de las novelas y películas de tesoros de piratas muertos, con una x señalando el lugar, en este caso en medio de la mar oceana, entre el Atlántico y el Pacífico, según de va de frente desde el final de la tierra, Fisterra, que dicen los sabios gallegos, tan milenarios como el emperador chino.
sábado, 8 de enero de 2011
9 de enero y no apuntan flor las mimosas de la ladera. Y si no florecen alrededor del día 15, ya saben, vendrá un verano destemplado en gris, pero no hay que adelantarse. Por ahora, mirar todos los días, no sea que se adelantes y avisen de que el verano que viene será insoportablemente caluroso, deslumbrante, y, como consecuencia, nos inundarán los guiris, sacando fotos hasta la extenuación.
Se ha puesto de moda. Mejor hay que decir que era una vieja aspiración humana, sacar fotos a diestro y siniestro, que costaran poco y pudieran verse en seguida.
Dije ya alguna vez que mi abuelo, poco antes de las guerras, vendía, en su Oficina de Farmacia, que entonces se llamaba Botica y para cuando yo nací tenía algo más de un cuarto de siglo, perfumes de París y aparataje fotográfico de Kodak .los anuncios decían que: ”vacaciones sin Kodak”, eran “vacaciones perdidas”, y una airosa damisela flotaba en el aire del anuncio de la revista o del periódico portando una Kodak, que lo más frecuente era que fuese de fuelle y que hiciera fotos de 6 por 9-. Y cuando cumplí los cinco años, me regaló una Brownie Baby, la más elemental de Kodak, de bakelita, en forma de dado, que hacía fotos de 4 por 6 y medio, en blanco y negro, con su funda cuyo olor a cuero recuerdo. Todavía la tengo y haría fotos si se encontrasen rollos de aquellos de emulsión sobre papel. Preferentemente, dado que era de foco fijo, decía el folleto de instrucciones que se debían sacar a unos tres metros de distancia del objeto o la persona fotografiada y estando dicha persona de cara al sol y el fotógrafo -¡ojo!, no salga su sombra en la fotografía!- de espaldas. También tengo la primera foto que hice con ella, en la playa, a mi madre, sentada en un banco de madera pintado de blanco, que, por pura casualidad, es una de las mejores fotos que hice en mi vida. Un poco más atrás, perfectamente visible, está sentada en la arena mi hermana, y más atrás aún se puede distinguir a Dolores, la bañera, que alquilaba casetas para vestirse y desvestirse y cuidaba los bancos, banquetas y sombrillas que se le encomendasen.
Cinco duros, costaban aquellas máquinas.
Durante más de un cuarto de siglo, miré con envidia las Leicas y las Contax, de los ricachos y, tras de haber pasado por muchas cámaras, sólo tres cuartos de siglo después conseguí una de las más modestas compactas digitales de Leica, sin dejar nunca de hacer fotos y más fotos, sucesivamente con Canon, Olympus, Minolta, Pentax, Nikon, Sony y Agfa, todas ellas, salvo la Canon EOS, de las más baratas. Mi primera de 35 milímetros fue una Agfa regalada, de objetivo fijo –costaban mil quinientas pesetas de 1959, entonces una fortuna-, con la que hice ilusionadas y por ello hermosas fotografías. Y recuerdo que con mucho trabajo, me compré hace cincuenta años una Voitgländer, casi dos mil pesetas de 1964, también de objetivo fijo, que cuidé como un tesoro y que alguien me regaló una Rolleiflex mini, que me ilusionó extraordinariamente. La primera, -y única hasta que hace poco dispuse de una Olympus digital con alternativa de ojo de pez- óptica intercambiable fue una Canon, pero tampoco tuve gran variedad de objetivos y sólo llegué al “ojo de pez” con Olympus hará un par años o tres. La foto que encabeza el blog está hecha con él y a mí me gusta. Si no fuera así, claro, no la habría colgado ahí, a la vista de cualquiera que pase. Me divierte sobremanera que retuerza edificios, cruces y farolas en los bordes de la desbordada foto, que coge inesperados paisajes.
Por eso comprendo la afición, de pronto desatada por los precios –que también a mí me permitieron pasar comprar, vender y destrozar, que de todo hubo, por el rosario de marcas que enumero- y las facilidades, de las máquinas de retratar compactas, digitales, que ahora se disparan como un chisporroteo en cualquier acontecimiento donde la gente se reúna a millares. Y que por la calle se circule por entre gente que retrata a otros que se dejan retratar de uno en uno o en grupo, y que retrata paisajes y rincones, en un constante crepitar de digitales compactas de todas las marcas, tamaños y formas.
Se ha puesto de moda. Mejor hay que decir que era una vieja aspiración humana, sacar fotos a diestro y siniestro, que costaran poco y pudieran verse en seguida.
Dije ya alguna vez que mi abuelo, poco antes de las guerras, vendía, en su Oficina de Farmacia, que entonces se llamaba Botica y para cuando yo nací tenía algo más de un cuarto de siglo, perfumes de París y aparataje fotográfico de Kodak .los anuncios decían que: ”vacaciones sin Kodak”, eran “vacaciones perdidas”, y una airosa damisela flotaba en el aire del anuncio de la revista o del periódico portando una Kodak, que lo más frecuente era que fuese de fuelle y que hiciera fotos de 6 por 9-. Y cuando cumplí los cinco años, me regaló una Brownie Baby, la más elemental de Kodak, de bakelita, en forma de dado, que hacía fotos de 4 por 6 y medio, en blanco y negro, con su funda cuyo olor a cuero recuerdo. Todavía la tengo y haría fotos si se encontrasen rollos de aquellos de emulsión sobre papel. Preferentemente, dado que era de foco fijo, decía el folleto de instrucciones que se debían sacar a unos tres metros de distancia del objeto o la persona fotografiada y estando dicha persona de cara al sol y el fotógrafo -¡ojo!, no salga su sombra en la fotografía!- de espaldas. También tengo la primera foto que hice con ella, en la playa, a mi madre, sentada en un banco de madera pintado de blanco, que, por pura casualidad, es una de las mejores fotos que hice en mi vida. Un poco más atrás, perfectamente visible, está sentada en la arena mi hermana, y más atrás aún se puede distinguir a Dolores, la bañera, que alquilaba casetas para vestirse y desvestirse y cuidaba los bancos, banquetas y sombrillas que se le encomendasen.
Cinco duros, costaban aquellas máquinas.
Durante más de un cuarto de siglo, miré con envidia las Leicas y las Contax, de los ricachos y, tras de haber pasado por muchas cámaras, sólo tres cuartos de siglo después conseguí una de las más modestas compactas digitales de Leica, sin dejar nunca de hacer fotos y más fotos, sucesivamente con Canon, Olympus, Minolta, Pentax, Nikon, Sony y Agfa, todas ellas, salvo la Canon EOS, de las más baratas. Mi primera de 35 milímetros fue una Agfa regalada, de objetivo fijo –costaban mil quinientas pesetas de 1959, entonces una fortuna-, con la que hice ilusionadas y por ello hermosas fotografías. Y recuerdo que con mucho trabajo, me compré hace cincuenta años una Voitgländer, casi dos mil pesetas de 1964, también de objetivo fijo, que cuidé como un tesoro y que alguien me regaló una Rolleiflex mini, que me ilusionó extraordinariamente. La primera, -y única hasta que hace poco dispuse de una Olympus digital con alternativa de ojo de pez- óptica intercambiable fue una Canon, pero tampoco tuve gran variedad de objetivos y sólo llegué al “ojo de pez” con Olympus hará un par años o tres. La foto que encabeza el blog está hecha con él y a mí me gusta. Si no fuera así, claro, no la habría colgado ahí, a la vista de cualquiera que pase. Me divierte sobremanera que retuerza edificios, cruces y farolas en los bordes de la desbordada foto, que coge inesperados paisajes.
Por eso comprendo la afición, de pronto desatada por los precios –que también a mí me permitieron pasar comprar, vender y destrozar, que de todo hubo, por el rosario de marcas que enumero- y las facilidades, de las máquinas de retratar compactas, digitales, que ahora se disparan como un chisporroteo en cualquier acontecimiento donde la gente se reúna a millares. Y que por la calle se circule por entre gente que retrata a otros que se dejan retratar de uno en uno o en grupo, y que retrata paisajes y rincones, en un constante crepitar de digitales compactas de todas las marcas, tamaños y formas.
viernes, 7 de enero de 2011
Una canción, un sonido, el tono de una voz, pueden transportar a otro tiempo, otro lugar. Algo misterioso se mueve por debajo de la consciencia de cada cual, eso que llaman subconsciente, acerca de cuyas reacciones apenas sabemos detalles incoherentes, que es capaz de andar enredando con nuestras conexiones, como un operario chiflado, y de disparar consecuencias inesperadas.
A medida que crecemos, nos educan, comprendemos que para sobrevivir hay que compaginarse con otros, es menos frecuente que el subconsciente, coja el timón de nuestra conducta, pero nunca es imposible. En realidad, los tabiques que contienen nuestra razón, son frágiles y una narración bien hecha nos sobrecoge siempre un poco, por más que sepamos que es disparatado suponer que existan monstruos parecidos a los que se nos describen.
Lovecraft insiste en que los monstruos más horribles se mueven entre nosotros como personajes de nuestro entorno habitual, y lo peor que cabe imaginar no ocurre en lugares ignotos y lejanos, sino en la escalera de casa, o en el ascensor que usamos cada día una porción de veces para ir y venir de actividades cotidianas.
Cualquiera se puede morir de hambre o de sed en la casa de al lado o en cualquiera de los pisos del edificio por haberse atracado como un bárbaro de lo que no le habría convenido comer o beber.
Ahora mismo, en cualquier despacho, colectivo o individual, de abogados de cualquier lugar del mundo, millares de mujeres y de maridos separados o divorciados, cuentan a sus asesores y no acaban acerca de las innumerables desgarraduras, ofensas y atrocidades derivadas del odio en que acabó aquel amor eterno mientras duró, que ahora se concretan en la incontable vicisitud de cada relación con cada hijo menor y del pago o impago de las insoportables pensiones compensatorias o de alimentos o de concurrencia a pagar los gastos de los hijos comunes, cada vez más entremezclados con otros de él o de ella, alguno más adoptado y unos cuantos de no se sabe quién en realidad, que mejor será llevar al señor Juez, que le estudien el entresijo y dictamine un perito si ADN o no ADN.
No leo ni oigo nada que autorice a creerse que era verdad lo del año nuevo y la vida nueva. Estamos todavía en la primera decena de días del primer mes del cambio prometido y todo sigue más o menos igual, si acaso un poco más exacerbado.
Me parece advertir, ojala me equivoque, cansancio en los jueces. Los hay que no se fijan, agobiados y desorientados por la sensación de ya visto con que abordan cada día una ristra de problemas tan parecidos unos a otros, tan reveladores de una progresiva mala intención y escasa imaginación diferenciadora, que, a la larga, se les forma en las entendederas, donde las sentencias se pesan, miden o fraguan, una gruesa y dura corteza de escepticismo. Se van haciendo como pipas o como teteras culotadas por el uso repetido. Me pregunto si, siquiera con el alba, cada mañana, recordará, ante su primera decisión del día, algún juez, o todos, o la mayoría, la exquisita delicadeza de su función de acomodar la generalidad de cada ley a las circunstancias particulares de cada caso concreto.
A medida que crecemos, nos educan, comprendemos que para sobrevivir hay que compaginarse con otros, es menos frecuente que el subconsciente, coja el timón de nuestra conducta, pero nunca es imposible. En realidad, los tabiques que contienen nuestra razón, son frágiles y una narración bien hecha nos sobrecoge siempre un poco, por más que sepamos que es disparatado suponer que existan monstruos parecidos a los que se nos describen.
Lovecraft insiste en que los monstruos más horribles se mueven entre nosotros como personajes de nuestro entorno habitual, y lo peor que cabe imaginar no ocurre en lugares ignotos y lejanos, sino en la escalera de casa, o en el ascensor que usamos cada día una porción de veces para ir y venir de actividades cotidianas.
Cualquiera se puede morir de hambre o de sed en la casa de al lado o en cualquiera de los pisos del edificio por haberse atracado como un bárbaro de lo que no le habría convenido comer o beber.
Ahora mismo, en cualquier despacho, colectivo o individual, de abogados de cualquier lugar del mundo, millares de mujeres y de maridos separados o divorciados, cuentan a sus asesores y no acaban acerca de las innumerables desgarraduras, ofensas y atrocidades derivadas del odio en que acabó aquel amor eterno mientras duró, que ahora se concretan en la incontable vicisitud de cada relación con cada hijo menor y del pago o impago de las insoportables pensiones compensatorias o de alimentos o de concurrencia a pagar los gastos de los hijos comunes, cada vez más entremezclados con otros de él o de ella, alguno más adoptado y unos cuantos de no se sabe quién en realidad, que mejor será llevar al señor Juez, que le estudien el entresijo y dictamine un perito si ADN o no ADN.
No leo ni oigo nada que autorice a creerse que era verdad lo del año nuevo y la vida nueva. Estamos todavía en la primera decena de días del primer mes del cambio prometido y todo sigue más o menos igual, si acaso un poco más exacerbado.
Me parece advertir, ojala me equivoque, cansancio en los jueces. Los hay que no se fijan, agobiados y desorientados por la sensación de ya visto con que abordan cada día una ristra de problemas tan parecidos unos a otros, tan reveladores de una progresiva mala intención y escasa imaginación diferenciadora, que, a la larga, se les forma en las entendederas, donde las sentencias se pesan, miden o fraguan, una gruesa y dura corteza de escepticismo. Se van haciendo como pipas o como teteras culotadas por el uso repetido. Me pregunto si, siquiera con el alba, cada mañana, recordará, ante su primera decisión del día, algún juez, o todos, o la mayoría, la exquisita delicadeza de su función de acomodar la generalidad de cada ley a las circunstancias particulares de cada caso concreto.
jueves, 6 de enero de 2011
Me han mejorado el CP, de la mano de Apple. Provocándome la nostalgia del primero que tuve, cuando andábamos a tientas con el invento reciente, sucesor en seguida de las máquinas de escribir, incluidas las eléctricas, que todavía se resistieron, desaparecido el teclado, incorporando variaciones de tipos a través de la nuez de IBM y las pantallas de texto corregible. Mi nuevo CP es mayor, más capaz, más rápido. ¡Cuánto trabajo y esfuerzo habría evitado si lo inventasen y mejoraran medio siglo antes! Tal vez me habría ahorrado alguno que otro de estos dolores de espalda de cuando cambia el tiempo.
Andan los niños locos, cada cual con su pequeño lote de maravillas. Los niños de casa y los que veo desde el balcón, asidos de una mano a sus padres y de la otra a un juguete de momento preferido. Hacen ilusión también, los juguetes, a la gente mayor. Sobre todo los que no había cuando nuestra niñez. Y disfrutan con estas historietas que ahora ya no son ni densa literatura ni viñetas, sino la interacción de las pantallas manejadas desde las consolas, que permiten librar guerras sólo cruentas para el enemigo.
Me han dejado también un motón de canciones que me apresuro a pasar a la colección del iTunes, jazz para todas las edades, dice que es. Y por lo menos a mí me está gustando la primera pasada. Vibrante. De mañana de Reyes, alborada de Reyes. Que los rincones se van llenando de juguetes fracasados, pero alguien los recoge siempre y hay manitas que hacen maravillas y casi de milagro vuelven a funcionar, aunque hagan cosas que no había soñado su constructor original.
Escribo. Me interrumpe el torbellino de los niños que necesitan pilas para sus juguetes nuevos. Los cromañones no sabían que miles de años más tarde, las pilas serían también indispensables para mover parte del mundo. Cada vez haca falta más energía. Pronostico que pronto habrá que inventar la manera de fabricar y dosificar nuevas energías, porque esa es otra, cada vez que alguien idea otro modo de sustituir el fulcro que pedía Arquímedes, el problema, más que en inventar, radica en dosificar lo que se invente para que no se lleve todo por delante.
Por eso es tan esencial educar a la gente en el respeto recíproco. Tal vez la educación en ese respeto, de que se derivaría un principio de afecto por los vecinos, podría ser la que nos salvara de la destrucción. Es tremendo saber que cualquier humano tiene esas rabotadas a lo final dramático de Sansón y los filisteos, y a veces hay un humano o varios que tienen la posibilidad de oprimir el botón desencadenante de una reacción en cadena susceptible de apagar por lo menos durante siglos el mundo.
Andan los niños locos, cada cual con su pequeño lote de maravillas. Los niños de casa y los que veo desde el balcón, asidos de una mano a sus padres y de la otra a un juguete de momento preferido. Hacen ilusión también, los juguetes, a la gente mayor. Sobre todo los que no había cuando nuestra niñez. Y disfrutan con estas historietas que ahora ya no son ni densa literatura ni viñetas, sino la interacción de las pantallas manejadas desde las consolas, que permiten librar guerras sólo cruentas para el enemigo.
Me han dejado también un motón de canciones que me apresuro a pasar a la colección del iTunes, jazz para todas las edades, dice que es. Y por lo menos a mí me está gustando la primera pasada. Vibrante. De mañana de Reyes, alborada de Reyes. Que los rincones se van llenando de juguetes fracasados, pero alguien los recoge siempre y hay manitas que hacen maravillas y casi de milagro vuelven a funcionar, aunque hagan cosas que no había soñado su constructor original.
Escribo. Me interrumpe el torbellino de los niños que necesitan pilas para sus juguetes nuevos. Los cromañones no sabían que miles de años más tarde, las pilas serían también indispensables para mover parte del mundo. Cada vez haca falta más energía. Pronostico que pronto habrá que inventar la manera de fabricar y dosificar nuevas energías, porque esa es otra, cada vez que alguien idea otro modo de sustituir el fulcro que pedía Arquímedes, el problema, más que en inventar, radica en dosificar lo que se invente para que no se lleve todo por delante.
Por eso es tan esencial educar a la gente en el respeto recíproco. Tal vez la educación en ese respeto, de que se derivaría un principio de afecto por los vecinos, podría ser la que nos salvara de la destrucción. Es tremendo saber que cualquier humano tiene esas rabotadas a lo final dramático de Sansón y los filisteos, y a veces hay un humano o varios que tienen la posibilidad de oprimir el botón desencadenante de una reacción en cadena susceptible de apagar por lo menos durante siglos el mundo.
miércoles, 5 de enero de 2011
Noche de Reyes. Cabalga
mi olvidada ilusión, sobre la joroba
del dromedario más alto. Suenan
las estrellas, escucho
su cadencia,
acorde con el paso
de mi cabalgadura, que me mece
aprovechando el son.
Noche de Reyes. Formo
parte del larguísimo cortejo, que llega
desde un horizonte hasta el otro,
se desparrama por la llanura
del insomnio
de los niños.
Cierra, cierra los ojos, mi vida,
mi alegría,
niño.
Estate, hecho una bola de inquietud
bajo el aluvión,
el centón de deseos polícromos:
la consola, el CP, los videojuegos,
el GPS … Los niños, como tú
ya no quieren soldaditos de plomo, ni un aro,
ni el mecano,
ni el parchís con la oca por detrás
para hacer el camino del señor Santiago.
Los niños, ahora ya no son niños. No tienen
padre ni madre. Sólo
un perrito,
que les ladra al llegar del cole: ¡aquí no hay nadie!
Noche de Reyes.
Los Reyes se han dormido a la puerta del inmenso castillo
que había y se derrumba,
en las afueras del pueblo. Duermen
el niño que no tiene padres, y, a los pies de la cama,
el perrito.
que no lo despierte,
por favor,
que no le ladre.
mi olvidada ilusión, sobre la joroba
del dromedario más alto. Suenan
las estrellas, escucho
su cadencia,
acorde con el paso
de mi cabalgadura, que me mece
aprovechando el son.
Noche de Reyes. Formo
parte del larguísimo cortejo, que llega
desde un horizonte hasta el otro,
se desparrama por la llanura
del insomnio
de los niños.
Cierra, cierra los ojos, mi vida,
mi alegría,
niño.
Estate, hecho una bola de inquietud
bajo el aluvión,
el centón de deseos polícromos:
la consola, el CP, los videojuegos,
el GPS … Los niños, como tú
ya no quieren soldaditos de plomo, ni un aro,
ni el mecano,
ni el parchís con la oca por detrás
para hacer el camino del señor Santiago.
Los niños, ahora ya no son niños. No tienen
padre ni madre. Sólo
un perrito,
que les ladra al llegar del cole: ¡aquí no hay nadie!
Noche de Reyes.
Los Reyes se han dormido a la puerta del inmenso castillo
que había y se derrumba,
en las afueras del pueblo. Duermen
el niño que no tiene padres, y, a los pies de la cama,
el perrito.
que no lo despierte,
por favor,
que no le ladre.
De entre todos, recuerdo el jazz band, casi una batería de verdad, con platillos, tambor, timbres y casi un xilófono completo, bombo y palillos, y aquel avión amarillo, premonición acaso del submarino de los Beatles o del equipo de fútbol de Villareal, de pedales, que al girar, como yo era larguirucho, de pequeño, me raspaba las rodillas, y el cestillo con un herramental miniatura, que en seguida me fue confiscado porque lo ensayaba con los viejos muebles de casa, de aquellos que se iban comiendo los gorgojos, atravesándolos con sus misteriosas galerías, intrincadas e inexorables.
Lo que no puedo recordar, porque nunca tuve, fue una bicicleta propia. Entonces eran las Orbea, las que anhelábamos los niños de la posguerra, costaban quinientas pesetas, pero eran muchas pesetas, que eran muchos los que nos las cobraban a fin de mes.
Hubo una vez que en el bazar de al lado, cuyo dueño tenía un perro adiestrado para robarle los quesos de teta al vendedor dominical de al lado, del mercado de los domingos, vi, pedí y me trajeron unos enormes soldados de madera, articulados, creo que eran dos o tres, con casacas y roses rojobrillantes, que jamás me sirvieron para nada, a mí, coleccionista nato de soldaditos, indios y vaqueros de plomo. Todavía tengo muchos, en alguna vitrina. Ya no guerrean ni desfilan. Están, en sus puestos respectivos, tal vez soñando, con sus impenetrables, tozudas cabezas de plomo, con las guerras embarradas y crueles del siglo XX o con las románticas guerras del XIX, o con las brutales de los cromañones.
Todo esto lo digo, semisoñando, porque de noche, esta noche, es noche de Reyes, por muchos papanoeles que hayan colgado de los balcones, asomándose así a la tradición de fuera, pero despojada del encanto de santa Claus bajando por la chimenea, atiborrándose de galletas de jengibre y dejando al pie del abeto paquetes de ilusión. Los Reyes son los Reyes. Vienen esta noche. Que os traigan, que nos traigan, salud y paz.
Lo que no puedo recordar, porque nunca tuve, fue una bicicleta propia. Entonces eran las Orbea, las que anhelábamos los niños de la posguerra, costaban quinientas pesetas, pero eran muchas pesetas, que eran muchos los que nos las cobraban a fin de mes.
Hubo una vez que en el bazar de al lado, cuyo dueño tenía un perro adiestrado para robarle los quesos de teta al vendedor dominical de al lado, del mercado de los domingos, vi, pedí y me trajeron unos enormes soldados de madera, articulados, creo que eran dos o tres, con casacas y roses rojobrillantes, que jamás me sirvieron para nada, a mí, coleccionista nato de soldaditos, indios y vaqueros de plomo. Todavía tengo muchos, en alguna vitrina. Ya no guerrean ni desfilan. Están, en sus puestos respectivos, tal vez soñando, con sus impenetrables, tozudas cabezas de plomo, con las guerras embarradas y crueles del siglo XX o con las románticas guerras del XIX, o con las brutales de los cromañones.
Todo esto lo digo, semisoñando, porque de noche, esta noche, es noche de Reyes, por muchos papanoeles que hayan colgado de los balcones, asomándose así a la tradición de fuera, pero despojada del encanto de santa Claus bajando por la chimenea, atiborrándose de galletas de jengibre y dejando al pie del abeto paquetes de ilusión. Los Reyes son los Reyes. Vienen esta noche. Que os traigan, que nos traigan, salud y paz.
martes, 4 de enero de 2011
Había un pan de leche, cuando yo niño, que vendían envuelto en papel de seda y mi madre untaba de mantequilla para su entonces único hijo. Lo vendían en una caseta de madera puesta en la esquina de una de las plazas del mercado, costaba tres perrinas, un poco más que las bollas o que los bolles de cuernos, que de lo que se come, decían, se cría. Los bollos de cuernos eran para la comida, el pan de leche para la merienda, las bollas para desayunar, quitándole la nata a la leche, recién traída de la aldea por las lecheras. “Levántate, niña, que ya pasaron las lecheras”. Levantarse después del paso de las lecheras, que traían en sus cántaras la leche todavía caliente, recién ordeñada y nuestro compañero Susín, desde la ventana, las acribillaba a postazos disparados con su tiragomas nuevo, de horquilla, forqueta, de avellano, era cosa de señoritas de pan pringao. La gente trabajadora, la estudiosa, la afanosa gente de a diario, se levantaba siempre, puntual como ellas, antes de que pasaran las lecheras, con sus cántaras acribilladas a postazos por nuestro compañero Susín, desde su ventana entreabierta, que a veces también les tiraba a las piernas de las lecheras y las lecheras le mentaban a su madre, pero él se moría de risa, protegido por la ventana nada más que entreabierta y los visillos de seda y los cortinones de encaje puestos por su señor madre, que era una señora muy aseñorada, como todas las de entonces, cuando yo era niño y bajaban las mozas de las brañas, a servir a casa de don Fulano y de don Mengano, rozarse con el señorito, disimuladamente, en el pasillo oscuro de la casa grande y a veces llegar a mayores.
No hay ya pan de leche, en las panaderías de mi pueblo. En mi pueblo, decadente, abúlico, escéptico, no hay “boutiques de pan”, que es donde ahora se hacen panes especiales, delicados, para niños pijos y viejecitos desdentados. En mi pueblo se hace pan recio, de corteza dura, crujiente. Y excusado es decir que ya no pasan las lecheras, ni con sus cántaras colgando del brazo, ni con las cántaras en las alforjas del burro compañero, ni con las cántaras en equilibrio sobre la cabeza, fingiendo piezas de porcelana, delicadas piezas de porcelana de Lladró o de Sargadelos. Ahora, en mi pueblo, como en la ciudad, la leche se vende en cajas de cartón forrado, que llaman briks, más o menos, sabe Dios cómo se escribe y Susín, a la largo, emigró a hacer fortuna y murió, me dijeron, indigente, en el exilio, sin tiragomas, cortinas de encaje ni postas que disparar con notable acierto a las cántaras y las piernas de las lecheras, que musitaban insultos atroces, pero se aguantaban sin más. Nunca supe por qué, a lo mejor les hacía hasta gracia o admiraban la puntería infalible de nuestro compañero Susín, que fue en busca de fortuna y murió en el empeño.
En aquella época, o hasta poco antes, yo estuve convencido de que una noche, con los ojos bien cerrados para no quebrantar el misterio, había oído pasar los camellos, los caballos, los elefantes y los yacks, los dromedarios y las llamas de los Reyes Magos.
No hay ya pan de leche, en las panaderías de mi pueblo. En mi pueblo, decadente, abúlico, escéptico, no hay “boutiques de pan”, que es donde ahora se hacen panes especiales, delicados, para niños pijos y viejecitos desdentados. En mi pueblo se hace pan recio, de corteza dura, crujiente. Y excusado es decir que ya no pasan las lecheras, ni con sus cántaras colgando del brazo, ni con las cántaras en las alforjas del burro compañero, ni con las cántaras en equilibrio sobre la cabeza, fingiendo piezas de porcelana, delicadas piezas de porcelana de Lladró o de Sargadelos. Ahora, en mi pueblo, como en la ciudad, la leche se vende en cajas de cartón forrado, que llaman briks, más o menos, sabe Dios cómo se escribe y Susín, a la largo, emigró a hacer fortuna y murió, me dijeron, indigente, en el exilio, sin tiragomas, cortinas de encaje ni postas que disparar con notable acierto a las cántaras y las piernas de las lecheras, que musitaban insultos atroces, pero se aguantaban sin más. Nunca supe por qué, a lo mejor les hacía hasta gracia o admiraban la puntería infalible de nuestro compañero Susín, que fue en busca de fortuna y murió en el empeño.
En aquella época, o hasta poco antes, yo estuve convencido de que una noche, con los ojos bien cerrados para no quebrantar el misterio, había oído pasar los camellos, los caballos, los elefantes y los yacks, los dromedarios y las llamas de los Reyes Magos.
lunes, 3 de enero de 2011
Cada mes de cada año, pasa algo análogo que con los animales, que supone un tiempo abreviado y si comparas la edad de un perro con la de su amo, cada año de éste son siete de aquél, más o menos, y con el año mismo ocurre igual, sólo que en este caso, cada mes son siete u ocho años, y para cuando llega cada diciembre de cada año, el año es ya un valetudinario de casi cien, que se arrastra, sin embargo, con su bota, su gorro de cascabeles y su matasuegras, a la Puerta del Sol de Madrid, que es donde hay que despedir por lo menos uno de los años de vida de cada cual, porque si no, irás de morto, como un gallego que se precie, pero no haya ido en vida a la romería de san Andrés de Teixido, donde es lógico, aunque no sea del todo tradicional, comprar una porcelana de Sargadelos llena de herba de’namorare, homologada por cualquiera de las meigas del lugar o sus aledaños.
Y si cada mes son ocho años de humano, una semana, aproximadamente dos, de modo que en estos tres días que van, de enero del año Nuevo, ya tiene, el tío, dos y farfulla, más que habla, pero se advierte que con singular desparpajo, como si fuese cierto eso que mienten los políticos de que estamos mejorando. Si acaso, cambiando de postura y escuchando con inquietud el crujido de las articulaciones.
Hay que echar cuentas, una vez más. Ha subido casi todo, minucias, dice una señora ministra, el precio de un café, por ejemplo, la luz. Pero, señora ministra, tía, que no te das cuenta, o lo finges, de que son muchas subidas a la vez, y hace mucho que no tomamos tantos cafés porque de los ricachos de siempre para abajo, ni nos lo permitían los nervios ni lo aconsejan los médicos, ni nos dejaba dormir a gusto, ni nos llega la camisa al cuerpo, de modo que ahora mismo, el precio de un café, nos deja parte del escroto o tal vez un asomo de nalga a la vista del público en general.
Un ricacho, cuando la preocupación o el exceso de cafés no lo compensa con un par de whiskys después de la cena, pone música en off o alquila quien le cante dulcen nanas, pero la gente normal ni tiene altavoces adecuados ni dinero para bayaderas o juglaresas capacitadas para reeditarnos las Mil y Una Noches.
Este, dice una mayoría bien informada, va a ser el año de la cadena. El primer eslabón lo constituye un ser humano, que, no importa si vago o laborioso, se ha quedado sin trabajo. Vivía al día, confiado en que cada mes iba a llegar el salario, hasta la fecha prevista de antemano para una jubilosa jubilación, a partir de la cual una pensión pobre pero honrada, le permitiría asistir por lo menos desde la barrera a la lidia del futuro. De pronto, se encuentra con la hucha vacía, el cajón huero, los bolsillos rapados. No te puedo pagar, le dirá al vecino. Y éste, sorprendido, a su acreedor: no te puedo pagar. Hasta que se forme una cadena y el gobierno del turno y partido que sea conciba la luminosa idea de solucionar esto subiendo algún impuesto que otro, el coste de un café.
Y si cada mes son ocho años de humano, una semana, aproximadamente dos, de modo que en estos tres días que van, de enero del año Nuevo, ya tiene, el tío, dos y farfulla, más que habla, pero se advierte que con singular desparpajo, como si fuese cierto eso que mienten los políticos de que estamos mejorando. Si acaso, cambiando de postura y escuchando con inquietud el crujido de las articulaciones.
Hay que echar cuentas, una vez más. Ha subido casi todo, minucias, dice una señora ministra, el precio de un café, por ejemplo, la luz. Pero, señora ministra, tía, que no te das cuenta, o lo finges, de que son muchas subidas a la vez, y hace mucho que no tomamos tantos cafés porque de los ricachos de siempre para abajo, ni nos lo permitían los nervios ni lo aconsejan los médicos, ni nos dejaba dormir a gusto, ni nos llega la camisa al cuerpo, de modo que ahora mismo, el precio de un café, nos deja parte del escroto o tal vez un asomo de nalga a la vista del público en general.
Un ricacho, cuando la preocupación o el exceso de cafés no lo compensa con un par de whiskys después de la cena, pone música en off o alquila quien le cante dulcen nanas, pero la gente normal ni tiene altavoces adecuados ni dinero para bayaderas o juglaresas capacitadas para reeditarnos las Mil y Una Noches.
Este, dice una mayoría bien informada, va a ser el año de la cadena. El primer eslabón lo constituye un ser humano, que, no importa si vago o laborioso, se ha quedado sin trabajo. Vivía al día, confiado en que cada mes iba a llegar el salario, hasta la fecha prevista de antemano para una jubilosa jubilación, a partir de la cual una pensión pobre pero honrada, le permitiría asistir por lo menos desde la barrera a la lidia del futuro. De pronto, se encuentra con la hucha vacía, el cajón huero, los bolsillos rapados. No te puedo pagar, le dirá al vecino. Y éste, sorprendido, a su acreedor: no te puedo pagar. Hasta que se forme una cadena y el gobierno del turno y partido que sea conciba la luminosa idea de solucionar esto subiendo algún impuesto que otro, el coste de un café.
Cada día veo que se acercan, que no sé quién los mueve, los Reyes al Portal. Se les nota cansados, vienen polvorientos de caminos y trochas, montes y collados. Los Reyes. Ya dije a mis nietos: hay que poner más reyes porque sois muchos y la tradición se ha quedado con tres, pero pudieron, hay quien lo dice, ser muchísimos más. Quién sabe si hasta podrán haber sido más de cincuenta, entre maestros y discípulos de la Astronomía y la Astrología. Figurémonos el cortejo, entre jaimas de los beduinos. Un Niño. Buscan un Niño que ha encendido una Estrella, la Estrella. Algo tienen, Niño y Estrella, que les ha obligado a formar sus cortejos y venir, ir a ver qué está pasando en el mundo, qué crisis hay, mayor que la del año 29 y la del siglo XXI de los dosmiles.
El mundo, inquieto, revisa la historia reciente. Nunca hubo nada igual, desde el Renacimiento, desde el descubrimiento de América, desde la toma de Granada o la batalla de Waterloo y la Revolución Francesa. Y más importante fue el nacimiento de este Niño, capaz de encender estrellas en el Universo y hasta quizá galaxias o agujeros de los que llaman negros, pero nadie sabe di del otro lado, a la salida, son blancodeslumbrantes, más que el ampo de la nieve.
Habrá que poner una por una las piedras de la cimentación del mundo nuevo, la sociedad soñada.
El mundo, inquieto, revisa la historia reciente. Nunca hubo nada igual, desde el Renacimiento, desde el descubrimiento de América, desde la toma de Granada o la batalla de Waterloo y la Revolución Francesa. Y más importante fue el nacimiento de este Niño, capaz de encender estrellas en el Universo y hasta quizá galaxias o agujeros de los que llaman negros, pero nadie sabe di del otro lado, a la salida, son blancodeslumbrantes, más que el ampo de la nieve.
Habrá que poner una por una las piedras de la cimentación del mundo nuevo, la sociedad soñada.
domingo, 2 de enero de 2011
Efervescencia, política, Paco Alvarez Cascos mueve los cimientos del PP. Económica, el Banco de España mantiene removidos los de las cajas de ahorros y rurales. Nadie mueve un dedo, que yo sepa, para crear una multiempresa capaz de competir en los mercados globales que se anuncian. El año 2011 se proclama desenfadado, arrogante, posiblemente desquiciado, para disimular la pobreza que trae comiéndole las entrañas.
Abren, pese a ser domingo, esperanzados, algunos comercios. La gente se asoma, mira, se resiste a convertirse en compradora. Tal vez no puede.
En el Belén de la Parroquia, los Reyes Magos se han acercado un pelín al Portal. Herodes se asoma por una aspillera a mirar cómo pasan y, si pudiera, también hacia dónde van.
Domingo. Antes, cuando era domingo, la iglesia del pueblín estaba llena de gente. Ahora hay poca y mayoría son viejos carcundos.
El año 2011 se anuncia escéptico en las personas de sus habitantes. Los años, como los lugares, tienen habitantes. Quienes viven algún día de cada año son los habitantes de ese año. Muchos viejos conservan, otros recobran, alguno, por miedo, duda y se convierte a la fe de su Iglesia respectiva.
Rezo; es bueno, rezar. Acordarse de los otros para que los otros te recuerden y pedirle, entre todos, al buen padre Dios, que esto mejore para el conjunto. “Esto” es el camino, pero “el camino de la vida –decía Somerseth Maugham, que no sé si se escribe del todo así- es arduo y difícil como el filo de una navaja”. Su novela se llamaba El filo de la navaja. Luego la hicieron película y trabajaban Gene Tierney y Tirone Power. En el cine, al principio de la película, recordaban la frase. También a ellos los impresionó, supongo.
El año 2011 es ya una barbaridad de años para quienes nacimos en 1929 y fuimos quintos del 50, -una generación azacaneada, cogida por guerras, entreguerras y posguerras-, tanto que ofrecemos a nuestro entorno la casi seguridad de no emprender ninguna guerra ni cruel ni cruenta y la casi seguridad de que no nos doblen ni los oportunistas ni los repetidores ni los arribistas.
Caminar tantos días nos ha cansado.
Vamos ahora más despacio.
Circunstancia que nos da tiempo para tratar de entender y para aprovechar los instintos que la experiencia agudiza.
Tal vez no hayamos aprendido, pero eso si lo hemos aprendido, que es necesario seguir tratando de aprender.
Cada día con mayor avidez de acercarnos, tratar de ver, tratar de saber.
Abren, pese a ser domingo, esperanzados, algunos comercios. La gente se asoma, mira, se resiste a convertirse en compradora. Tal vez no puede.
En el Belén de la Parroquia, los Reyes Magos se han acercado un pelín al Portal. Herodes se asoma por una aspillera a mirar cómo pasan y, si pudiera, también hacia dónde van.
Domingo. Antes, cuando era domingo, la iglesia del pueblín estaba llena de gente. Ahora hay poca y mayoría son viejos carcundos.
El año 2011 se anuncia escéptico en las personas de sus habitantes. Los años, como los lugares, tienen habitantes. Quienes viven algún día de cada año son los habitantes de ese año. Muchos viejos conservan, otros recobran, alguno, por miedo, duda y se convierte a la fe de su Iglesia respectiva.
Rezo; es bueno, rezar. Acordarse de los otros para que los otros te recuerden y pedirle, entre todos, al buen padre Dios, que esto mejore para el conjunto. “Esto” es el camino, pero “el camino de la vida –decía Somerseth Maugham, que no sé si se escribe del todo así- es arduo y difícil como el filo de una navaja”. Su novela se llamaba El filo de la navaja. Luego la hicieron película y trabajaban Gene Tierney y Tirone Power. En el cine, al principio de la película, recordaban la frase. También a ellos los impresionó, supongo.
El año 2011 es ya una barbaridad de años para quienes nacimos en 1929 y fuimos quintos del 50, -una generación azacaneada, cogida por guerras, entreguerras y posguerras-, tanto que ofrecemos a nuestro entorno la casi seguridad de no emprender ninguna guerra ni cruel ni cruenta y la casi seguridad de que no nos doblen ni los oportunistas ni los repetidores ni los arribistas.
Caminar tantos días nos ha cansado.
Vamos ahora más despacio.
Circunstancia que nos da tiempo para tratar de entender y para aprovechar los instintos que la experiencia agudiza.
Tal vez no hayamos aprendido, pero eso si lo hemos aprendido, que es necesario seguir tratando de aprender.
Cada día con mayor avidez de acercarnos, tratar de ver, tratar de saber.
sábado, 1 de enero de 2011
Os deseo a todos. A los que me leáis, leáis por casualidad, me ignoréis, ni siquiera sepáis que existo, aquí, bajo la incontable cantidad de los blogs, su innumerable masa de palabras.
Os deseo a todos, de todo corazón, Con todas mis fuerzas, a quienes estáis conmigo, habéis estado antes, vendréis a lo largo del tiempo a este mundo o a cualquier otro a donde éste llegue en cualquier futuro, imaginable o no.
Os deseo un tiempo feliz por delante, una riada, la inundación de un tiempo feliz, su persistente barro.
Tal vez sea capaz de callarme, de ir con la música a otra parte.
Tal vez pueda esconder el trazo de mi escritura, su torpeza en cuadernos como aquellos en que empezó.
Hace muchos, muchos años, alguien me regaló, o tal vez compré yo mismo, con la propina de Reyes o por mi cumpleaños de entonces, coincidente con el santo de mi nombre, el 9 de agosto, una libreta de tapas de hule negro en que escribí mis primeras palabras.
La ortografía, la Ortografía de la Real Academia llama grafemas y fonemas a las palabras y a las letras, con lo hermosa palabra que el la palabra “palabra”, con lo expresiva que es la palabra letra para identificar esas sabandijas que se retuercen para integrar la palabra, que el diccionario está al acecho para cazar y que cada escritor, cada poeta, cada soñador, aún niño, escriba un sorprendente primer, tierno, por desgracia casi siempre torpe poema, por muy bello que sea, como cualquier niño recién nacido, como la primera comedia de Lope, el primer párrafo de don Miguel, que, siéndolo, tampoco era manco.
Se escribe una primera letra, una palabra, una frase, un párrafo, un poema, casi siempre de amor, sin saber en qué consiste y en que se disolverá, inexorablemente, la pureza errática del primer síntoma de amor que nos acongoja, y formará un relato, contará la vicisitud, se hará libro jamás editado, olvidado, perdido en el océano de las palabras jamás dichas a nadie, como vicios secretos.
Tal vez, a partir de esta frontera del primer día de otro período imaginario: el año más y menos, un año más, que nos apasiona, uno menos, que nos aterra, sea capaz de callarme y nadie se entere.
¡Qué tremenda soledad! Imaginaos, si nadie se entera de que me he callado, parado la melodía de las teclas, su afanosa inquietud, este laborioso ardor con que salmodiaban cada digresión de un Bosco imaginario, pariente por lo menos espiritual de aquel otro que pintaba unos sorprendentes mundos imposibles, poblados por criaturas oníricas y entrevistas durante alguna pesadilla de la imaginación, que es como la nada o el misterio en que la Creación, el Universo, se va dispersando.
- Pero … ¿serás capaz de callar?
- Nadie que sueñe lo será nunca del todo. Por más que los eruditos desprecien su labor. Quien escribe en soledad es como un cavador empeñado en buscar bajo tierra el tesoro inexistente de su genio, su ingenio, por lo menos el destello casual de una veta perdida, una llave oxidada, enterrada, un viejo instrumento de algún troglodita que pasó sin pena ni gloria por la corteza, la piel del planeta vivo en que estamos siendo eslabones del grito creador.
De cualquier modo que sea, insisto: os deseo felicidad.
No la que a mí se me ocurra, sino que tengáis, cada cual, una brazada enorme, suficiente, de lo que sea el anhelo de cada cual. Y otra y otra, y así, sin cesar, para siempre, hasta la hondura luminosa de lo eterno, que sea como ni siquiera habíais imaginado todavía cuando lleguéis, porque imaginarlo puede que sea hasta entonces imposible. Porque seguro que no nos cabe en la cabeza, ni siquiera en la del mejor, la del más santo, la del más sabio, la del más enamorado personaje del mundo y de la historia.
Feliz año nuevo, feliz tiempo que viene, que el buen Dios os guarde y proporcione todo cuanto os convenga a todos y cada cual de todos vosotros. Creo que eso me haría a mí también feliz.
Os deseo a todos, de todo corazón, Con todas mis fuerzas, a quienes estáis conmigo, habéis estado antes, vendréis a lo largo del tiempo a este mundo o a cualquier otro a donde éste llegue en cualquier futuro, imaginable o no.
Os deseo un tiempo feliz por delante, una riada, la inundación de un tiempo feliz, su persistente barro.
Tal vez sea capaz de callarme, de ir con la música a otra parte.
Tal vez pueda esconder el trazo de mi escritura, su torpeza en cuadernos como aquellos en que empezó.
Hace muchos, muchos años, alguien me regaló, o tal vez compré yo mismo, con la propina de Reyes o por mi cumpleaños de entonces, coincidente con el santo de mi nombre, el 9 de agosto, una libreta de tapas de hule negro en que escribí mis primeras palabras.
La ortografía, la Ortografía de la Real Academia llama grafemas y fonemas a las palabras y a las letras, con lo hermosa palabra que el la palabra “palabra”, con lo expresiva que es la palabra letra para identificar esas sabandijas que se retuercen para integrar la palabra, que el diccionario está al acecho para cazar y que cada escritor, cada poeta, cada soñador, aún niño, escriba un sorprendente primer, tierno, por desgracia casi siempre torpe poema, por muy bello que sea, como cualquier niño recién nacido, como la primera comedia de Lope, el primer párrafo de don Miguel, que, siéndolo, tampoco era manco.
Se escribe una primera letra, una palabra, una frase, un párrafo, un poema, casi siempre de amor, sin saber en qué consiste y en que se disolverá, inexorablemente, la pureza errática del primer síntoma de amor que nos acongoja, y formará un relato, contará la vicisitud, se hará libro jamás editado, olvidado, perdido en el océano de las palabras jamás dichas a nadie, como vicios secretos.
Tal vez, a partir de esta frontera del primer día de otro período imaginario: el año más y menos, un año más, que nos apasiona, uno menos, que nos aterra, sea capaz de callarme y nadie se entere.
¡Qué tremenda soledad! Imaginaos, si nadie se entera de que me he callado, parado la melodía de las teclas, su afanosa inquietud, este laborioso ardor con que salmodiaban cada digresión de un Bosco imaginario, pariente por lo menos espiritual de aquel otro que pintaba unos sorprendentes mundos imposibles, poblados por criaturas oníricas y entrevistas durante alguna pesadilla de la imaginación, que es como la nada o el misterio en que la Creación, el Universo, se va dispersando.
- Pero … ¿serás capaz de callar?
- Nadie que sueñe lo será nunca del todo. Por más que los eruditos desprecien su labor. Quien escribe en soledad es como un cavador empeñado en buscar bajo tierra el tesoro inexistente de su genio, su ingenio, por lo menos el destello casual de una veta perdida, una llave oxidada, enterrada, un viejo instrumento de algún troglodita que pasó sin pena ni gloria por la corteza, la piel del planeta vivo en que estamos siendo eslabones del grito creador.
De cualquier modo que sea, insisto: os deseo felicidad.
No la que a mí se me ocurra, sino que tengáis, cada cual, una brazada enorme, suficiente, de lo que sea el anhelo de cada cual. Y otra y otra, y así, sin cesar, para siempre, hasta la hondura luminosa de lo eterno, que sea como ni siquiera habíais imaginado todavía cuando lleguéis, porque imaginarlo puede que sea hasta entonces imposible. Porque seguro que no nos cabe en la cabeza, ni siquiera en la del mejor, la del más santo, la del más sabio, la del más enamorado personaje del mundo y de la historia.
Feliz año nuevo, feliz tiempo que viene, que el buen Dios os guarde y proporcione todo cuanto os convenga a todos y cada cual de todos vosotros. Creo que eso me haría a mí también feliz.
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