martes, 25 de enero de 2011

La noticia estrella de la economía nacional, de hoy, es que las cajas de ahorros se van a ir del panorama financiero.

Lógico.

Hay un modo de vida diferente, a la salida de los túneles de la crisis, y cada pueblo se prepara a su manera para afrontarlo. A tientas. Siempre ha sido así. Pautamos papeles de conducta para el futuro con lo que aprendimos del pasado. El futuro próximo se parece al pasado reciente. Lo que ocurre es que el futuro más lejano ya no se parece en nada al pasado remoto. Y el secreto está en saber acomodar y acoplar el ayer todavía caliente con el mañana que está saliendo del horno, para que el progreso humano se haga sin agitación ni saltos ni sobresaltos. Así, el futuro lejano seguirá sin parecerse al pasado remoto, pero el cambio, el paso de uno a otro, se habrá hecho por evolución paulatina de las realidades. Algo como lo que hacen los agentes naturales con el paisaje, que al final no se parece en nada a su versión lejana en el tiempo, pero conserva su sentido a fuerza de haberse ido adaptando como el barro en el alfar manejado con destreza por el artesano.

Ahí, a la espera, con la preocupación en el ánimo, aguardan su inminente turno las otras cajas más pequeñas todavía, las rurales, cuya mayor solidez no puede disimular sin embargo lo escaso de su tamaño.

Repartidas por el periódico, las habituales referencias a la crueldad brutal de la gente y a la rapacidad de algunos, incapaces de soportar, esa fuerza de atracción que ejerce el dinero, no sólo respecto de quienes lo manejan, manosean, palpan, sino también de los que pasan a su lado. Una especie, al parecer, de vértigo, semejante al que domina cuando te acercas demasiado al borde de un precipicio. Nos pasa con él como con cuantos bienes administramos durante nuestra efímera existencia. Nos aferramos a ellos como si pudiésemos llevárnoslos cuando llega esa hora de la verdad en que hay que irse como nacimos, dejando a la larga incluso la carne, la sangre y los huesos.

Hay ocasiones en que nos atrevemos a contar nuestras aventuras, escribimos un cuaderno de bitácora más o menos detallado y se dan casos de hasta escribir autobiografías o encomendar a un “experto” que lo haga. Un modo de que nuestro grano de arena personal se convierta en protagonista de páginas escritas.

Queda aún algo de turrón, desmigajado en los platos o las fuentes donde estuvo durante la Navidad.

Han empezado, horror, a levantar para arreglar la calle que no es mi calle, pero sí donde vivo. Golpean el suelo con un gran puntero. Lo hacen retemblar. Abren las entrañas de la tierra y sacan pedruscos húmedos, puñados de lodo y grandes ratas, que huyen dando saltos prodigiosos.

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