Os deseo a todos. A los que me leáis, leáis por casualidad, me ignoréis, ni siquiera sepáis que existo, aquí, bajo la incontable cantidad de los blogs, su innumerable masa de palabras.
Os deseo a todos, de todo corazón, Con todas mis fuerzas, a quienes estáis conmigo, habéis estado antes, vendréis a lo largo del tiempo a este mundo o a cualquier otro a donde éste llegue en cualquier futuro, imaginable o no.
Os deseo un tiempo feliz por delante, una riada, la inundación de un tiempo feliz, su persistente barro.
Tal vez sea capaz de callarme, de ir con la música a otra parte.
Tal vez pueda esconder el trazo de mi escritura, su torpeza en cuadernos como aquellos en que empezó.
Hace muchos, muchos años, alguien me regaló, o tal vez compré yo mismo, con la propina de Reyes o por mi cumpleaños de entonces, coincidente con el santo de mi nombre, el 9 de agosto, una libreta de tapas de hule negro en que escribí mis primeras palabras.
La ortografía, la Ortografía de la Real Academia llama grafemas y fonemas a las palabras y a las letras, con lo hermosa palabra que el la palabra “palabra”, con lo expresiva que es la palabra letra para identificar esas sabandijas que se retuercen para integrar la palabra, que el diccionario está al acecho para cazar y que cada escritor, cada poeta, cada soñador, aún niño, escriba un sorprendente primer, tierno, por desgracia casi siempre torpe poema, por muy bello que sea, como cualquier niño recién nacido, como la primera comedia de Lope, el primer párrafo de don Miguel, que, siéndolo, tampoco era manco.
Se escribe una primera letra, una palabra, una frase, un párrafo, un poema, casi siempre de amor, sin saber en qué consiste y en que se disolverá, inexorablemente, la pureza errática del primer síntoma de amor que nos acongoja, y formará un relato, contará la vicisitud, se hará libro jamás editado, olvidado, perdido en el océano de las palabras jamás dichas a nadie, como vicios secretos.
Tal vez, a partir de esta frontera del primer día de otro período imaginario: el año más y menos, un año más, que nos apasiona, uno menos, que nos aterra, sea capaz de callarme y nadie se entere.
¡Qué tremenda soledad! Imaginaos, si nadie se entera de que me he callado, parado la melodía de las teclas, su afanosa inquietud, este laborioso ardor con que salmodiaban cada digresión de un Bosco imaginario, pariente por lo menos espiritual de aquel otro que pintaba unos sorprendentes mundos imposibles, poblados por criaturas oníricas y entrevistas durante alguna pesadilla de la imaginación, que es como la nada o el misterio en que la Creación, el Universo, se va dispersando.
- Pero … ¿serás capaz de callar?
- Nadie que sueñe lo será nunca del todo. Por más que los eruditos desprecien su labor. Quien escribe en soledad es como un cavador empeñado en buscar bajo tierra el tesoro inexistente de su genio, su ingenio, por lo menos el destello casual de una veta perdida, una llave oxidada, enterrada, un viejo instrumento de algún troglodita que pasó sin pena ni gloria por la corteza, la piel del planeta vivo en que estamos siendo eslabones del grito creador.
De cualquier modo que sea, insisto: os deseo felicidad.
No la que a mí se me ocurra, sino que tengáis, cada cual, una brazada enorme, suficiente, de lo que sea el anhelo de cada cual. Y otra y otra, y así, sin cesar, para siempre, hasta la hondura luminosa de lo eterno, que sea como ni siquiera habíais imaginado todavía cuando lleguéis, porque imaginarlo puede que sea hasta entonces imposible. Porque seguro que no nos cabe en la cabeza, ni siquiera en la del mejor, la del más santo, la del más sabio, la del más enamorado personaje del mundo y de la historia.
Feliz año nuevo, feliz tiempo que viene, que el buen Dios os guarde y proporcione todo cuanto os convenga a todos y cada cual de todos vosotros. Creo que eso me haría a mí también feliz.
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