domingo, 9 de enero de 2011

Puede que sea imposible ser vasco y no ser soberbio. Mi admirado Juaristi reconoce en sus memorias de juventud haberlo sido que añade que le parece, opinión que comparto, que es el menos grave de los pecados capitales, y que entendido a su modo, al no soler dañar al prójimo, hasta es posible que sea el más fácilmente disculpable. Yo lo hubiera sido, de no haber mediado este sentimiento, compensatorio, de fracasado, que me viene acompañando como mi sombra. Es posible que formando parte de ella.

La soberbia, a quien suele perjudicar es al soberbio, como componente en que se convierte de muchas otras características personales del soberbio. Suele producir necedad. Si yo creo que tengo razón, ¿por qué voy a rectificar? Cuando un soberbio hace algo en provecho de otros, suele darse cuenta de que lo suyo no ha sido o no ha sido todo altruismo o filantropía, ni mucho menos, claro, caridad, sino que hay un componente de soberbia, en el admiraos de lo que he logrado yo, que tal vez desvirtúe lo encomiable de la operación o de la conducta personal del soberbio.

Hay un punto de soberbia inconsciente en la manía que algunos tenemos de no repasar para corregir lo escrito porque hacerlo nos aburre soberanamente. Lo escrito, escrito está, ¿para qué volver sobre ello y así perder el tiempo?

Escribir es un puro deleite, aunque no sea más que como desahogo de sensaciones que nos impactan hasta cerca del dolor o de la alegría en sus más íntimos reductos personales. Repasar lo escrito, más aún, corregirlo, raspa de aquí, borra de allá, corrige el contexto, es un trabajo.

Dos componentes de la personalidad de algunos nos lo dificultan: la vagancia y la soberbia. La segunda en cuanto, rebasado el momento del sentimiento que justificó haber escrito, al releer, muchas veces, se descubre que no valía la pena haberlo hecho. Aquello, que en su momento pareció brillante, no es más que una piedra de río, que, al secar, revela la insignificancia de su contextura.

¿Hay, sin embargo, me pregunto, algo, ni siquiera una piedra de aparente intrascendencia, que sea de verdad insignificante?. En mi opinión, todo lo creado es, cada cosa una joya admirable, cada concepto una memorable genialidad.

Volviendo a lo primero, mi aseveración empírica de esta tarde, casi anochecido, es que no hace falta ser vasco para ser soberbio, pero que hay más soberbios entre los vascos. Lo cual revela mi capacidad de decir tonterías porque considero más importante y cierto asegurar que no puede generalizarse y hacer referencia a un grupo, un pueblo, una generación para atribuir algo a todos, ni siquiera a la mayoría de sus miembros.

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