¿De veras hace falta ser filólogo para encontrar los mitos de todos los idiomas en cada uno de los modos de hablar de los hombres restos de la búsqueda de respuesta para la maravilla de vivir?
No son las palabras, sino la creación toda, que a medida que la conocen los estudiosos, va revelando la economía de los medios usados para cada milagro cotidiano de supervivencia, la colosal dispersión de movimientos, formas y comportamientos repetidos desde los sistemas planetarios hasta la composición de lo infinitesimal.
Eso, que debería ser, que es imagen de la solidaridad expresiva del amor, nos dispersa en manos de gente, a veces de buena fe, que, sorprendida de su propia maravilla, por el hecho de ser y estar, se busca rincones en que ensimismarse para diferenciarse, celosa del peligro de perder lo que sin embargo es esencial.
Un nacionalismo no es más que un narcisismo llevado hasta la exasperación. So olvidan de que los buenos, malos y regulares complementan el equilibrio, son como una explicación metafísica de las leyes que mantienen la creación, la expansión y la realización del universo y de todos y cada un o de sus componentes en un solo acto de amor.
Cada cuento tradicional, cada leyenda, cada mito, cada idioma no son más que esfuerzos para conservar cada uno, separado, apropiado, atesorado, lo que a cada uno pertenece al ser de todos. Elegimos modos que nos parecen diferentes y exclusivos, la manera de realizar y así lograr el destino común.
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