jueves, 6 de enero de 2011

Me han mejorado el CP, de la mano de Apple. Provocándome la nostalgia del primero que tuve, cuando andábamos a tientas con el invento reciente, sucesor en seguida de las máquinas de escribir, incluidas las eléctricas, que todavía se resistieron, desaparecido el teclado, incorporando variaciones de tipos a través de la nuez de IBM y las pantallas de texto corregible. Mi nuevo CP es mayor, más capaz, más rápido. ¡Cuánto trabajo y esfuerzo habría evitado si lo inventasen y mejoraran medio siglo antes! Tal vez me habría ahorrado alguno que otro de estos dolores de espalda de cuando cambia el tiempo.

Andan los niños locos, cada cual con su pequeño lote de maravillas. Los niños de casa y los que veo desde el balcón, asidos de una mano a sus padres y de la otra a un juguete de momento preferido. Hacen ilusión también, los juguetes, a la gente mayor. Sobre todo los que no había cuando nuestra niñez. Y disfrutan con estas historietas que ahora ya no son ni densa literatura ni viñetas, sino la interacción de las pantallas manejadas desde las consolas, que permiten librar guerras sólo cruentas para el enemigo.

Me han dejado también un motón de canciones que me apresuro a pasar a la colección del iTunes, jazz para todas las edades, dice que es. Y por lo menos a mí me está gustando la primera pasada. Vibrante. De mañana de Reyes, alborada de Reyes. Que los rincones se van llenando de juguetes fracasados, pero alguien los recoge siempre y hay manitas que hacen maravillas y casi de milagro vuelven a funcionar, aunque hagan cosas que no había soñado su constructor original.

Escribo. Me interrumpe el torbellino de los niños que necesitan pilas para sus juguetes nuevos. Los cromañones no sabían que miles de años más tarde, las pilas serían también indispensables para mover parte del mundo. Cada vez haca falta más energía. Pronostico que pronto habrá que inventar la manera de fabricar y dosificar nuevas energías, porque esa es otra, cada vez que alguien idea otro modo de sustituir el fulcro que pedía Arquímedes, el problema, más que en inventar, radica en dosificar lo que se invente para que no se lleve todo por delante.

Por eso es tan esencial educar a la gente en el respeto recíproco. Tal vez la educación en ese respeto, de que se derivaría un principio de afecto por los vecinos, podría ser la que nos salvara de la destrucción. Es tremendo saber que cualquier humano tiene esas rabotadas a lo final dramático de Sansón y los filisteos, y a veces hay un humano o varios que tienen la posibilidad de oprimir el botón desencadenante de una reacción en cadena susceptible de apagar por lo menos durante siglos el mundo.

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