Un ejemplo de trayectoria humana de la época, podría consistir en aquel chaval que vino de la periferia rural a cualquiera de las ciudades universitarias, adolescente todavía, sin ideario político, con la fe del carbonero, dispuesto alternativamente, a estudiar una carrera u obtener un empleo que le permitiesen casarse, formar una familia y recorrer una vida similar en lo pequeñoburgués a la de sus padre y abuelo.
Dependió, en primer lugar, de su entorno personal inicial, en la Universidad, el. trabajo, en el alojamiento, y, en seguida, de si encontró o no trabajo y acertó, en el otro caso o no, con la carrera elegida.
El fracaso y la pobreza convierten en revolucionario de modo inmediato, más lento es llevar a esa convicción tener la sensibilidad bastante para solidarizarse con el entorno. Otro modo es que alguien, entusiasta de algo, reciba como amigo.
El éxito en la búsqueda de trabajo, el acierto en la elección de carrera universitaria o un entorno protector pequeñoburgués, concurrente con un cierto grado de sordera social o de reducción del problema social a términos literarios, llevaría a nuestro protagonista al dulce encanto de la burguesía.
Un revolucionario con cierto grado de preparación intelectual es una bomba de relojería. Suele ser un subproducto de cualquiera de las dos bases examinadas como prototípicas, que se haya interrumpido a mitad del respectivo camino.
Caldo de cultivo para la revolución suelen ser el fracaso mezclado con el generoso ímpetu juvenil, a que, como extremo de su tendencia de sacrificio en pro del común se une el atractivo de regusto a oro viejo del escepticismo, esa tierna nostalgia.
Cuando estalla, la revolución suele depurarse a sí misma. Los revolucionarios más entusiastas y convencidos suelen morir durante ella y dejar paso a prudentes simpatizantes, hábiles pescadores de río revuelto.
El mejor antídoto para la revolución es que el grupo social donde quepa el menor riesgo de que se fragüe sea mayoritariamente pequeñoburgués. Los miembros de tal estamento social constituyen de por sí el mejor cuerpo social de defensa, es esqueleto y la coraza del grupo, y, a la vez, su equilibrio.
La pequeña burguesía puede estar correctamente formada por pequeños y medianos comerciantes o sociedades de dimensión razonable, cuya actividad conjunta es susceptible de mantener la colmena, y, periódicamente, regenerarla. El peligro reside en que haya ocasiones en que el grupo social pequeñoburgués se forma sobre esquemas artificiales, como puede ser el de que lo integre una administración desmedida, que, al crecer por encima de lo conveniente, más de lo necesario y muy por encima de lo indispensable, acaba por poner en riesgo de consunción sus propios recursos, y crear, sucesivamente, necesidades y el más o menos inminente peligro de la ruina económica del conjunto, dejando al grupo sin su escalón intermedio, incorporando sus miembros a los extremistas del lado de un insultante disfrute de privilegios o del de la acuciante necesidad progresiva.
Ya tenemos el esquema de la novela. Pirandello, en ocasión parecida, se encontró con unos personajes que buscaban autor. Los personajes, en cuanto se encarnan, se les proporciona expresión y voz, empiezan a tener exigencias, a discutir. Lo despiertan a uno a altas horas de la noche, con esa brusquedad suya, y te preguntan por qué en la última página de ayer les obligaste a decir, contra su convicción, esto o aquello. Y si tratas de discutir, se echan a reír y te preguntan: ¿y tú eras el que querías crear un personaje real? ¡Vamos hombre!, Tú lo que pretendías era encontrar un esclavo que dijese, disfrazado de ser otro, lo que en realidad piensas tú mismo.
Y te dejan insomne.
Por eso dejé de escribir la novela. Cuando se escribe un poema, el único que te puede poner y de hecho te pone como un trapo es el crítico. Y al crítico sabes que puedes ignorarlo sin que te quite el sueño. Podría estar equivocado. Tu personaje, en cambio, que ya no es tuyo, pero que lo conoces como si lo hubieses parido, sabes que te dice verdades como puños.
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