Cada mes de cada año, pasa algo análogo que con los animales, que supone un tiempo abreviado y si comparas la edad de un perro con la de su amo, cada año de éste son siete de aquél, más o menos, y con el año mismo ocurre igual, sólo que en este caso, cada mes son siete u ocho años, y para cuando llega cada diciembre de cada año, el año es ya un valetudinario de casi cien, que se arrastra, sin embargo, con su bota, su gorro de cascabeles y su matasuegras, a la Puerta del Sol de Madrid, que es donde hay que despedir por lo menos uno de los años de vida de cada cual, porque si no, irás de morto, como un gallego que se precie, pero no haya ido en vida a la romería de san Andrés de Teixido, donde es lógico, aunque no sea del todo tradicional, comprar una porcelana de Sargadelos llena de herba de’namorare, homologada por cualquiera de las meigas del lugar o sus aledaños.
Y si cada mes son ocho años de humano, una semana, aproximadamente dos, de modo que en estos tres días que van, de enero del año Nuevo, ya tiene, el tío, dos y farfulla, más que habla, pero se advierte que con singular desparpajo, como si fuese cierto eso que mienten los políticos de que estamos mejorando. Si acaso, cambiando de postura y escuchando con inquietud el crujido de las articulaciones.
Hay que echar cuentas, una vez más. Ha subido casi todo, minucias, dice una señora ministra, el precio de un café, por ejemplo, la luz. Pero, señora ministra, tía, que no te das cuenta, o lo finges, de que son muchas subidas a la vez, y hace mucho que no tomamos tantos cafés porque de los ricachos de siempre para abajo, ni nos lo permitían los nervios ni lo aconsejan los médicos, ni nos dejaba dormir a gusto, ni nos llega la camisa al cuerpo, de modo que ahora mismo, el precio de un café, nos deja parte del escroto o tal vez un asomo de nalga a la vista del público en general.
Un ricacho, cuando la preocupación o el exceso de cafés no lo compensa con un par de whiskys después de la cena, pone música en off o alquila quien le cante dulcen nanas, pero la gente normal ni tiene altavoces adecuados ni dinero para bayaderas o juglaresas capacitadas para reeditarnos las Mil y Una Noches.
Este, dice una mayoría bien informada, va a ser el año de la cadena. El primer eslabón lo constituye un ser humano, que, no importa si vago o laborioso, se ha quedado sin trabajo. Vivía al día, confiado en que cada mes iba a llegar el salario, hasta la fecha prevista de antemano para una jubilosa jubilación, a partir de la cual una pensión pobre pero honrada, le permitiría asistir por lo menos desde la barrera a la lidia del futuro. De pronto, se encuentra con la hucha vacía, el cajón huero, los bolsillos rapados. No te puedo pagar, le dirá al vecino. Y éste, sorprendido, a su acreedor: no te puedo pagar. Hasta que se forme una cadena y el gobierno del turno y partido que sea conciba la luminosa idea de solucionar esto subiendo algún impuesto que otro, el coste de un café.
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