Entre desastre y desastre, el primoroso juego del Barcelona de mis preferencias y la visita del Primer Ministro chino, que, quién lo iba a decir, nos ha venido a aliviar las penas con dinero fresco, hecho a lo largo y lo ancho del mundo por los millones de chinos que hay desperdigados, embajadores de los muchos más millones que quedan en China, que es probable que nadie los haya contado nunca, como pasa con los indios de India, que tampoco hay quien aguante la cuenta sin dormirse.
Un Rico Avello, Carlos, me descubrió hace mucho la historia de Miguel de Loarca, que llegó a ser embajador, más o menos plenipotenciario, en la corte de uno de aquellos míticos emperadores de la China milenaria que hasta tenían su paraíso familiar en su Ciudad Prohibida. Las ciudades prohibidas y los paraísos familiares suelen ser poco más que entrañables espacios, pero resultan insoportables para todos aquellos a que Ortega llamó las masas, que acaban por asaltarlos, y, al descubrir que allí en realidad no había más que flores, cuadros incomprensibles y arboledas sin misterios, se consuelan cortando la cabeza de María Antonieta, que es probable que ni siquiera le hubiese dicho nadie que la masa existía.
Ahora, los chinos parecen dispuestos a comprarnos cosas elementales, de que la mayoría casi infinita de los chinos carece, y parte de nuestra deuda, que a mí me hace cierta gracia que el estado emita periódicamente deuda, es decir, reconozca cada poco que como no gana para pagar el gasto, tiene que pedirle al banquero del lugar, como ya les pasaba a don Carlos I de España y V de Alemania y a su hijo don Felipe II, siempre recriminados por banqueros de toda Europa a que debían lo indecible y casi incontable. Con lo fácilmente que explican los economistas a las familias que debe acomodarse el gasto a los ingresos. ¿Cuándo pensarán los Estados pagar sus deudas? ¿O pasará como con esos morosos que pagan cada deuda con otra deuda nueva y así a esperar a ver si el tiempo lo arregla todo?
De todo lo dicho, creo que la mejor noticia es la de que los chinos estén dispuestos y propicios a comprarnos por lo menos parte del ajuar doméstico de por lo menos parte de su futura burguesía colectiva.
Miguel de Luarca regresó de sus muchas y peligrosas aventuras en China y las islas Filipinas y llegó a regidor de una villa de Castilla de que son admirables su plaza mayor, las siete iglesias y los cochinillos que doran en sus fogones mis amigos los dueños de un viejo mesón que llaman Las Cubas, me refiero, como habréis supuesto a la villa de Arévalo, importante en determinadas etapas de la azarosa vida de doña Isabel, luego la Católica, promotora nada menos que de la conquista de Granada y el descubrimiento de América, que ahora dicen que fueron mucho antes los vikingos, pero tal vez se les había olvidado y dejaron un mapa como los de las novelas y películas de tesoros de piratas muertos, con una x señalando el lugar, en este caso en medio de la mar oceana, entre el Atlántico y el Pacífico, según de va de frente desde el final de la tierra, Fisterra, que dicen los sabios gallegos, tan milenarios como el emperador chino.
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