Somos simpáticos a algunos, pero los hay que no pueden soportarnos. Es fácil comprobarlo estos días, al ver la cantidad de flores que le echan a Paco Alvarez Cascos y las atrocidades que le dicen los del segundo grupo. Entre los de la A y los de la B, la parte luminosa y la oscura, nos descubren o nos recuerdan estos días las debilidades de nuestro carácter y las dificultades de un grupo social como el nuestro, tradicionalmente caprichoso, pícaro y absolutista, para entender la interpretación anglosajón y de la Europa liberal de lo que los Griegos inventaron como “democracia”.
No voy a ser yo el que comente una realidad que salta a la vista, me refiero a esas debilidades y dificultades, lo que sí, que merecería la pena tomar cuenta de los hechos y de sus consecuencias, para profundizar sobre algo que es evidente que dificulta y retrasa nuestra incorporación al mundo global que menos mal que viene lento como una tortuga asmática, a trancas y barrancas de los intereses internacionales creados en tantos años de relaciones y enfrentamientos bilaterales de estados o de sus asociaciones, ligas y alianzas más o menos precarias, más o menos interesadas, más o menos ocasionales.
Es, ni más ni menos, el hecho de que la organización social no es extrapolable sin más, y lo es con mayor dificultad cuanto más numerosas sean las porciones en que instituciones foráneas y adecuadas para el territorio sociopolítico en que están arraigadas, sean las que se desgajen de su tronco e intenten injertarse en otros que por esencia y naturaleza, provisional o definitivamente las rechazan. Hay claros ejemplos que no funcionan en el ordenamiento procesal, tanto en su vertiente civil como en la penal, en que, cierto que con algún respeto de mucho de lo tradicional, se han venido tratando de incorporar a medias partículas de otros ajenos con las consecuencias previsibles de rechinamiento y atranque del sistema. Ocurre lo mismo con lo político, pero hablar de política tiene siempre el peligro de que se tilde al atrevido de acercar sardinas a su hoguera.
Eso ha venido a unirse al descomunal error de haber constitucionalizado las autonomías, que va haciendo tránsito a la idea de que podría ser posible federalizar el territorio, a partir, paradójicamente, de la superación que supuso la creación del estado unitario en cuya esencia están ahora integrados todos aquellos reinos y señoríos para superar la idea feudal de que el poder absoluto del rey podía disponer del territorio del reino y desmenuzarlo a su arbitrio entre hijos y otros herederos. Los individuos integraron las familias, las familias hicieron las tribus, las tribus se constituyeron en pueblos, los pueblos formaron el estado, y ahora los estados deben buscar la manera de organizarse en la nueva situación de estrecha relación entre ellos, llámese aldea global, con su mercado global, que no es que nadie quiera implantar como nuevo instrumento para esto o aquello, sino que viene impuesto por la realidad de las cosas y el estrechamiento de la convivencia, que en su día provocó que los individuos se agrupasen en familias, las familias, después, en tribus, etcétera.
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