domingo, 30 de enero de 2011

Acoquina el frío de enero, febrero, imbricados en fin de semana, sobre todo a nosotros, los mayores, para quienes el frío es otra trampa abierta, mientras los nietos cumplen años, regocijados de algún regalo que siempre cae, soplar las velas y rechazar el plato nuevo sin probarlo. Coletea, como un gran cocodrilo en la orilla, el invierno, sopla, mueve, agita las mimosas, que se bruñen y brillan más amarillas si cabe. Urden, agazapados, los que anadean alrededor del hervor político. Se destapan sospechas, se siembran dudas. La política y la administración, esos dos atractivos dedicatorios de que cuesta colgarse, pero luego son vitalicios, por permanencia o de rebote. Una dedicación que debería ser ardua, difícil, pero ocurre como con los jugadores de fútbol. ¿Nunca os habéis fijado que hay algunos que se están partidos enteros como distraídos, y otros que juegan diez o quince minutos, tal vez veinte, de los noventa de partido?

Paso sobre el periódico y leo cosas sorprendentes, aterradoras, preocupantes o tiernas, que diría Cela en una obra casi olvidada, como la flor del culantrillo de pozo.

Deduzco que, como pronosticábamos algunos, ya hay países de la vieja Europa que están saliendo de la crisis como trenes de alta velocidad de un túnel, pero que, como también por desgracia anticipábamos, eso no nos saca a otros del hondón, sino que a veces parece que nos empuja hacia abajo.

Leo también que hay países emergentes por su riqueza, pero cuyo porvenir depende de que les sea posible organizarse para colaborar con sentido y coherencia. ¿Quién y cómo será capaz de gobernar, administrar y representar a conjuntos de más de un millar de millones de habitantes?

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