Concluyo mi último coloquio, el que hablaba él, yo el que escuchaba, con otro ¿nacionalista? No se sabe, cuando acabas, dónde llega, en qué consiste realmente y por qué no es sólo uno, sino una gavilla de contradicciones lo que caracteriza a estos soñadores de diferenciales más o menos sutiles.
Sin embargo, aparte el amargor, que no amargura, que deja como un regusto la complicada argumentación de cada erudito, reconforta el descubrimiento de que también hay nacionalistas que a pesar de sentirse y consentirse privilegiados respecto de nosotros, los simples mortales restantes, conservan aunque no sea más que como un vago, pero sin duda persistente, recuerdo, la idea de que formamos un equipo y así tendremos que jugar la vida y jugarnos las nuestras en los diferentes envites cuyo hecho final, a veces acto, puede concluir en cualquiera de las diferentes muertes que es posible que aquejen a cualquier humano como prolegómenos, o como adornos, de la otra muerte real.
Ahora he de hacer una pausa. Dormir, tal vez escuchar música, ver un partido de fútbol. Un silencio, antes de ponerme a pensar qué libro iniciaré a continuación. O qué reflexión previa.
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