En el mundo en que viven los sueños. Morir –pienso- es no poder regresar de ese mundo donde todo existe, pero no, a la vez. Nada puede acabarse, si no es la cohesión de la materia, su diferente arquitectura.
Soy, en mi sueño, a la vez mi proyecto y mi consecuencia. Despierto tosiendo un proyecto de gripe, puede que un simple catarro esmaltado, taraceado de pesadillas, durante la noche nochera, que, cuando se tuerce, es como un túnel sin salidas aparentes, con las luces de los extremos desesperanzadas por las curvas laberínticas.
Cuéntame las Mil y Una Noches, como al sultán, pero todo el mundo, incluidas las odaliscas, han olvidado las Mil y Una Noches. Las mejores noches de tu vida no fueron aquellas de vino y risas, sino las de juventud cansada, cuando dormías, mineral, de punta a punta de la noche, noches y noches sin sueños, te despertaba el timbre del viejo despertador y esperaba, a la nueve, en San Bernardo todavía, don Nicolás Pérez Serrano para desvelarnos las misteriosas contradicciones del Derecho Político. Dejaba la mesa de la cátedra y se colocaba en el lugar del ambón. La constitución es la ley fundamental de cada país, pero ni siquiera la constitución es una ley eterna, ni siquiera tampoco, en algunos países, duradera. Incluso una constitución necesita cumplir requisitos de legalidad, y, lo que es más importante, de legitimidad.
La idea de la muerte está asociada a la inimaginable vida de más allá de ella. Un cliente me pide consejo para trazar el mapa de su testamento, le digo que lo mejor es lo más sencillo. Nunca trates de gobernar un mundo tan desconocido como será el que permanezca cuando tú ya no estés y nada sea ya como ahora. El testamento, si acaso, hazlo como proyecto imaginativo de la llegada a otra dimensión, ni siquiera lugar, donde nada será probablemente tampoco como habíamos pensado, pero eso es lo que hay, como decía la madre a su hijo: hoy, un plato de lentejas. Con un plato de lentejas se la dio Jacob a su hermano Esaú, dice la Biblia
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