Quemaron herejes, ejecutaron idólatras, rechazaron culturas. ¿Quiénes? Los hombres de un tiempo o de un espacio lo hicieron con los de otro. Se exterminaron por los unos grupos enteros de los otros, hubo tiempo, espacio y ocasiones en que para que alcanzasen la felicidad, que, paradójicamente, ni disfrutaban ni podían ofrecerles los exterminadores.
Se disuelve enero, o tal vez se fosiliza, entre estos fríos con que celebra la meteorología el final de la cuesta de enero, pocas veces tan dura como la de este año de gracia de 2012.
Somos, esta mañana de fines de enero, con la mimosa en flor y yo regresado de otro viaje, los humanos de este grupo social, como una bandada de palomas, de estorninos, de murciélagos, que volamos todos juntos, apiñados, armónicos, dibujando en el aire figuras semigeométricas, como de Gaudí, para escurrirnos y escapar de las acometidas de los halcones peregrinos. Volamos al azar, intentando hallar puerto seguro, imposible refugio.
No nos fiamos de nadie. Es lo que tiene la mentira repetida, que hiciste tantos esfuerzos para creértela que no te quedan fuerzas para distinguirla de posibles verdades de que hemos aprendido a desconfiar.
Algo así debió ocurrir en Babel, cuando se confundieron los ciudadanos e inventaron los idiomas, para desentenderse.
“Guadarrama afila sus uñas de piedra” –dice Gerardo Diego-, y sopla, añado yo, ese aire de que dicen los madrileños, “tan sutil, que mata un hombre y no apaga un candil”. Y sigue el poeta que “por aquí fue España”. “Llamaban Castilla a unas rocas altas”. La meseta, cuando baja la helada, no se estremece, sino que se hiela. Vas, autovía adelante y los costados de tierra a pie de vertiente, están adornados de flore, carámbanos, de cada manantial. La tierra se apelmaza y finge piedra. Todas las piedras de verdad de la meseta tienen una historia que contar. Y las que no, una leyenda. Te bajas del coche, con cuidado de sacarlo del arcén, no vengan los de los puntos, y cualquier piedra que cojas podría, si estuviese de humor, contarte de guerrillas y de bandoleros. Algunas te asegurarán que vieron pasar de vuelta, humilladas, a las huestes de Almanzor, las de Napoleón, las del moro Muza y a don Quijote y Sancho, cuando abandonaron la venta o venían lamiéndose las heridas y poniendo bálsamo de fierabrás en las heridas de aquello de los molinos.
Baja el sol, deslumbrante, tangente a la tierra.
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