Dice mi joven amiga que esto de la puñetera crisis ha llegado a su pequeño mundo, que lo nota en las comidas, que esto no es como antes, que se nadaba en la abundancia, y ahora en cambio nos andamos de marca en marca, rebuscando ahorro en el gastar.
Mi joven amiga, y coincidimos en ello, opina que presupuestar para el futuro apoyando una supuesta mayor ganancia en gastar menos, es crecer en la miseria. Eres un imbécil, me insinúa, si crees que vas a ser más ricacho bajándole la ayuda al mudo, quitándole la contrición del cestillo de misa del domino a la parroquia o rechazando las aceitunas o la bolsa de patatas fritas del vermú del sábado. Tienes que esmerarte. Trabajar más y mejor. Buscarte más tajo.
Mi joven amiga es Layla, nuestra perra de agua, que mañana, Deo volente, cumplirá su primer año, equivalente a siete de los humanos, y por eso ha entrado en sentido común y ya se permite darnos consejos, a la vez que las habituales embestidas, a mi mujer, que protesta y a mí, que sufro en silencio porque tiene razón, ya no le aguanto el paso y no la llevo de paseo lo que necesitaría para desfogarse. Sólo faltaría que, para ahorrar, no le mantuviésemos la calidad del pienso.
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