Echo de menos ese libro apasionante que leería de un tirón,
robando tiempo al hondón de pensamientos que no sé si libera de la realidad o
te reconduce a ella cuando se está a punto de abandonarte a su caudaloso pasar.
Y me conformo con picar de aquí y de allá relecturas o búsquedas por alguna
novedad de estas que anuncian como futuros éxitos y … bueno, es posible que me
haya pasado al bando de los demasiado exigentes, pero lo cierto es que muchos
no consigo que me interesen ni
poco ni mucho.
Releyendo se encuentran tesoros que en la ocasión anterior
se habían pasado desapercibidos, pero también desencantos, que, entonces, hace
tanto, habían parecido deslumbrantes.
Una de las cosas buenas de un blog, territorio particular en
que se desemboca el riachuelo del pensar propio, es que sea posible opinar sin
trascendencia. No es como en una tertulia, donde cada cosa que dices se pone
siempre en tela de juicio por el tendido en que se agrupan los contertulios
contradictores. Sí; esos que diga lo que diga cualquiera, ellos tendrán a punto
la contradicción, una explicación diferente, el punto de vista de la tertulia
del café de a la vuelta de la esquina.
Es indispensable para una tertulia que haya contradictores.
Pero de los que no se arredren por más que la mayoría se desespere y los
intente abrumar.
Aunque a veces te desesperen con esa indomable constancia,
la terquedad incluso, que hasta cuando descubren su equivocación, les permite
seguir en su papel de oposición dialéctica.
Liman las asperezas de cada una de nuestras convicciones,
nos afinan la capacidad de apreciar los matices que conforman la zona de
sombras de nuestras ideas más firmes. Gracias en parte a ellos, cada vez que
llegamos a puerto de lo que parece una verdad definitiva, ya estamos preparando
la nueva singladura en busca de sus complementos, los suplementos
indispensables y en definitiva el camino para seguir buscando lo que
seguramente no es de este mundo, pero tal vez nos permita acercarnos un poco más.
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