Lo que se habrá divertido Esopo inventando su fabulario. ¿O
habrá tomado ideas de otro todavía más antiguo? Las fábulas son deliciosos
resúmenes morales sin más alcance que el de su moraleja, que tiene nombre de
moral de andar por casa.
La gente somos como andamos por casa.
Para salir o nos acicalamos, para procurar, supongo,
deslumbrar a nuestros colegas y adversarios, o para desafiar, como yo, cuando
salgo con Laila y salí, antes, con la otra Laila y con Rocco, con Yogui, con
Caco y con Bond en el otro extremo de la correa, el arnés, la cadena, para
protegerme de la lluvia o del sol. Los perros no entienden de lluvia ni de sol.
Han de salir y a su hora quieren salir, lo exigen o con ladridos furibundos o
con conmovedoras carantoñas.
Por casa andamos a la buena de Dios. A veces nos ponemos sin
que la mujer se entere las zapatillas aquellas, las cómodas, rotas por la
punta, o el pantalón holgado de “pareces un payaso”, pero cuando estabas
rigurosamente gordo, era una delicia flotar allí dentro.
Hablábamos de las fábulas.
A la chita callando, se cuelan en las antologías y se hacen
proverbiales, de cita habitual, como la zorra de las uvas, la mona del nogal,
las cien mil moscas del panal y la lechera de las utopías. No dice, creo,
Cervantes, es curioso, sabiendo tantos refranes como cita, que Sancho supiera
fábulas.
Me preguntan y no sé por qué me he acordado hoy de
Samaniego, Iriarte y demás autores de fábulas. Un Esopo como aquél, hoy, con
todo cuanto pasa, se desmorona e intenta, podría escribir miríadas de fábulas,
que, como dijo Lope de alguna de sus comedias, “en horas veinticuatro”, también
podrían pasar de “las musas al teatro”. No de Talía, en este caso. ¿Cuál será
la musa de las fábulas?
El que hoy no podría escribir alguna de sus comedias sería
en cambio Aristófanes. Hoy no se rebelan las amas de casa, que ya montan tanto,
tanto montan, desde que amén de las ocupaciones paritarias, tan diferentes del
oficio paritorio, sacan mejor y en mayor número que nosotros las oposiciones.
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