Tímida, la primavera del uno de mayo, mira a través del
celaje residual de las nubes de ayer la marea de letras de hoy. Banderas y
letras, palabras apuntadas para definir supuestas opiniones que dictan entre
media y una docena de personas para que decenas o centenas de millar de otras,
secunden protestas contra cualquier cosa. Lo esencial es dejar claro que el
mundo está cabreado.
No hace falta que lo digan ustedes. Peor si lo gritan,
porque los gritos aturden. El mundo está cabreado porque hemos mudado de época
y no cabemos en la piel social. Por fuera, nos aprieta la uniformidad; por
dentro, nos urge la erupción del tiempo nuevo. El mundo no cabe en el mundo.
El organigrama empresarial del mundo no sirve para generar
condiciones de vida arregladas a los tiempos que llegan. Estamos inundándonos
de futuro y no sabemos administrarlo.
Todo viene, creo yo, de que intentemos una y otra vez
trabajar los materiales nuevos con herramientas antiguas y con arreglo a
costumbres que ya no valen para las necesidades que han ido naciendo.
El ojo del sol, nos mira desconcertado. Nos alumbra
enloquecidos por una masificación que probablemente, cuando desborde, tampoco
sabremos ni manejar ni reducir.
Tal vez los filósofos que nos han traído, a fuerza de
adelgazar el hilo del pensar y luego adornarlo de originalidades
progresivamente sofisticadas, que llegaron a la aseveración de que ni siquiera
es seguro que existamos –cosa que por
otra parte debería haber resultado consoladora, cuando, si no existimos ¿de qué
deberíamos preocuparnos?-, tendrían que haberse dedicado a buscar las
soluciones metafísicas en que cimentar las ideologías que necesitamos para
sustituir los viejos moldes anacrónicos con venimos fracasando.
Tal vez sea éste un momento de buscar diferenciarse en los
matices, cuando lo fundamental sabemos todos en qué consiste y que la última
decisión es precisamente esa: la de sentirnos o no trascendentales. Pero ese es
otro asunto, compatible con organizar una sociedad con minuciosa paciencia de
orfebres, teniendo en cuenta los matices, las profundas diferencias que se
derivan de sutiles matices del conjunto de grises.
Hacen falta pensadores y de lo que tenemos excedente es de
copistas, esenciales, puede, para hacer clonaciones y hacer facsímiles, pero
carentes de imaginación artística y de habilidad artesanal.
El sol nos mira, se ve en seguida que tentado de embozarse
para no vernos los testarazos que nos vamos a dar, una y otra vez, según las
consignas vengan de los tirios o de los troyanos, con las mismas alternativas
piedras que unos u otros prefieren.
Lo dicho, la solución podría estar en prestar atención a los
matices correctores.
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