domingo, 27 de mayo de 2012


Anoche, que no dormía, me puse a echar cuentas sobre diecinueve mil millones de euros, en número, 19.000.000.000.

Divididos entre cuarenta y siete millones de españoles, en número, 47.000.000, tocaríamos a algo más de cuatrocientos euros, en número, 400, por cabeza de español, sin distinción por religión, raza, sexo, edad o estado. Es decir, que por familia de a cuatro, nos tocarían mil seiscientos  1.600 euros.

Si esos euros existieran o pudieran producirse en un tiempo razonable, pongamos alrededor de un siglo, equivalente a dos generaciones a una media de cincuenta años, creo, probablemente ingenuo de mí, que estaríamos fuera de todas las crisis habida y por haber de la historia del mundo mundial.

Du cualquier modo, que se utilicen por alguien y para algo cifras de ese jaez y semejante magnitud sideral, parece como que induce al optimismo más radiante.

Una catarata de euros.

Algo parecido a las de Iguazú, nueva maravilla del mundo, o a las del Niágara, eterno destino de las lunas de miel de la más sosegada burguesía americana.

Euros y euros, todos redondos, que así era de siempre el dinero, hasta que se inventaron, para resumir, los aún más malhadados billetes de llevar enroscados y sujetos con una gomita en el bolsillo del ricacho, ahora desembocados, para resumir todavía más, primero en los ya desprestigiados cheques, talones, letras y pagarés y por fin en la triunfante tarjetita de plástico, capaz de meternos de rondón en el descubierto de cuenta, abrumador de intereses.

Redondez del dinero, decía la copla: “pa que ruede, y malage el que lo pare”.

Parece que la línea roja del gasto está pintada unas miajas más allá de los diecinueve mil, tal vez veinte mil, o acaso veinticinco mil millones de euros. Decían que “ancha es Castilla”, y escribió Gerardo Diego que “Guadarrama afila sus garras de piedra, llamaban Castilla a unas rocas altas”.

“Cosas veredes …”

Me pregunto si habré echado mal, entredormido como ya estaba, las dichosas cuentas.

Puede.

Lo cierto es que me dormí con la misma dulce placidez que si contara oveyes.

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